Estuve en la habitación
de la casa de Neruda. Huele a madera, a mar, a Neruda. Me paré frente a una
ventana. Saqué una foto. De pronto vi la piel de una mujer. En una ventana, en
la casa gris, había una mujer desnuda. Me miró, y noté que tuvo que ajustar su
mirada hacía la ventana de la casa. Así fue como pareció sorprenderle mi
presencia. Y cerró la ventana, pasó la cortina de lado y sus senos
desaparecieron. Pensé que todo había sido producto de la falta de oxígeno por
la escalada a La Sebastiana
¿O no?
Subir y bajar
A los que están más arriba, parece costarles
mucho más llegar a lo alto que los que están abajo. Tanto en lo social como en
las escaladas a los más de 25 cerros que componen la ciudad de las casitas que
se montan unas a otras, como en una orgía de color, de latas que se superponen,
de techos que se aplastan, de formas triangulares sin forma. De lejos, los
cerros se parecen al dibujo de un niño desprolijo, inquieto, apurado por
terminar un deber escolar.
Es una ciudad de
escaleras, de arribas y abajos (por cierto, es más de “abajos” que de
“arribas”) de mareos, de falta de aire, de habitantes gentiles que miran al
turista desesperado escalando las calles a las dos de la tarde, con el sol de
marzo quemando la espalda inclinada para soportar el repecho.
Estuve en Valparaíso
(Chile) que a veces es la ciudad que está al costado de Viña del Mar, y otras
veces Viña del Mar es la ciudad que está al costado de Valparaíso.
Ambas nacen en el
Océano Pacífico y crecen como los gigantes del cuento de Voltaire.
Ascensor de Valparaíso |
Los montevideanos
estamos acostumbrados a un Cerro. Uno que tiene una fortaleza arriba y un
estadio abajo. Después, son calles que llevan a la playa o al campo. En
Valparaíso, las calles dominadas por micros (ómnibus) viejos y sucios casi
siempre de color verde, cargando gente por 300 pesos chilenos (unos 12 pesos
uruguayos), conectan a toda velocidad como en una montaña rusa de asfalto. Van
por calles entre cerros y valles que nunca llevan a un destino preciso.
A la casa de Neruda
Calles de Valparaíso |
Los ascensores son la
salvación para el pueblo, decía un documental francés de la década de 1950
llamado “A Valparaíso” que hace pocos días vi por Internet (después de mi
viaje). “Solo dos funcionan en la ciudad, de los 27 que había” me indicó una
funcionaria de la terminal de ómnibus de Valparaíso. Había que llegar a la casa
de Neruda. Para eso, las dos opciones posibles, descartada la de tomar un
ascensor ya que estaba roto, era o la de caminar, o la de tomar un micro
pagando los 300 pesos. No por ahorrar dinero, sino por ignorancia, el camino de
cinco cuadras a La
Sebastiana desde el inicio de la calle Ferrari, se presentaba
como un desafío menor.
Calles de Valparaíso |
Los primeros treinta
metros tenían una pequeña escalera de nueve peldaños que terminaba justo al
doblar la esquina. Cuando la esquina llegó, los próximos veinte metros (siempre
dentro de la primera cuadra), contaba con otra escalera que moría en la otra
curva con unos cuarenta escalones. Al llegar allí, con las piernas entumecidas,
se veía cuesta arriba otra cuadra. La segunda. Así fue todo el viaje. En la
tercera cuadra, un cartel anunciaba que se había ascendido a 220 metros de altura,
aunque sólo había recorrido 300
metros por Ferrari. Los habitantes del cerro, subían
rápidamente, desafiando nuestro paso. Los escolares se corrían unos a otros
jugando entre ellos a medidas que iban
ascendiendo. “La Sebastiana
está a 200 metros ,
pero son los más empinados” me advirtió una vecina tras la desesperada pregunta
¿Cuánto falta para la casa de Neruda?
La casa de aire
La fatiga de la subida
pareció compensarse en la puerta de La Sebastiana. Será
el aire con el cual Neruda hizo su casa que fue inaugurada en 1961. El poema
que le dedicó a su casa tiene a un yo lírico constructor, albañil, arquitecto,
soñador:
“Yo construí la casa.
La hice primero de
aire.
Luego subí en el aire
la bandera
y la dejé colgada
del firmamento, de la
estrella, de
la claridad y de la
oscuridad”
La Sebastiana |
Desde abajo del cerro, La Sebastiana se confunde
con el resto de las casas. Cuando se llega a ella, parece una distinguida dama
con un jardín florido, una muchacha que juega con cada visitante que la
penetra. Neruda eligió Valparaíso, ese puerto de importancia comercial que fue
perdiendo protagonismo cuando el Canal de Panamá asumió la paternidad del
intercambio comercial de la zona del pacífico. La ciudad era un gran centro de
comercialización y Pablo Neruda era un apasionado por las compras de
antigüedades en las ferias locales. El constructor, el yo lírico del poema “La Sebastiana ”, explica:
“Cemento, hierro,
vidrio,
eran la fábula,
valían más que el trigo
y como el oro,
había que buscar y que
vender,
y así llegó un camión:
bajaron sacos
y más sacos,
la torre se agarró a la
tierra dura
-pero, no basta, dijo
el constructor,
falta cemento, vidrio,
fierro, puertas-,
y no dormí en la
noche”.
Adentro, en los pisos
de la madera que rechina en verso, las puertas de vidrios coloridos, un gran
mapa de América donde todavía figuraban en “Uruguai”, los Charrúas dominando el
sureste del país, y adornos en metal, madera y cristal, componen la casa hecha
a imagen y semejanza de la misma belleza.
Dice en el poema a su
casa:
“Me dediqué a las
puertas más baratas,
a las que habían muerto
y habían sido echadas
de sus casas,
puertas sin muro,
rotas,
amontonadas en
demoliciones,
puertas ya sin
memoria,
sin recuerdo de
llave,
y yo dije: "Venid
a mi, puertas perdidas:
os daré casa y
muro
y mano que golpea,
oscilaréis de nuevo
abriendo el alma,
custodiaréis el sueño
de Matilde
con vuestras alas que
volaron tanto.
Lo que dice la casa
Su esposa Matilde nunca
volvió a vivir en La
Sebastiana cuando Neruda murió. La casa, hoy museo, muestra
los zapatitos blancos de la mujer del poeta, y un largo camisón también blanco
colgado en uno de los estantes.
La Sebastiana |
A Neruda le gustaba
jugar, le gustaba alejarse. En una carta enviada a su amiga la poeta Sara Vial
dijo Neruda: “Siento el cansancio de Santiago, quiero hallar en Valparaíso una
casa para vivir y escribir tranquilo. Tiene que poseer algunas condiciones. No
puede estar ni muy arriba ni muy abajo. Debe ser solitaria, pero no en exceso.
Vecinos ojalá invisibles. No deben verse ni escucharse. Original, pero no
incómoda. Muy alada, pero firme. Ni muy grande ni muy chica, lejos de todo.
Pero con comercio cerca. Además, tiene que ser muy barata. ¿Crees que podré
encontrar una casa así en Valparaíso?”
Volviendo al juego, un
caballo de madera que en algún momento perteneció a un carrusel está en la sala
circular: el caballo parece girar en la sala como si aún estuviera en su hogar
original. El baño al lado del bar de Neruda tiene una particular puerta calada.
Es decir, quien está fuera del baño podía mirar hacia adentro. Todo esto en el
primer piso de La
Sebastiana.
Arriba del todo, tras
caminar por unas laberínticas escaleras de madera, con apenas espacio para una
sola persona subiendo o bajando, su estudio lleno de libros revela otra imagen
de Valparaíso. Es decir, todas las ventanas muestran la ciudad y el cerro más
arriba, y el cerro más abajo, pero a medida que se sube, parece cambiar el
paisaje, de la misma Valparaíso de siempre.
El mar se encuentra con
la vista, entre techos arruinados más abajo, y copas de árboles que son como
plantas en un jardín trasero.
Volviendo al poeta,
añade:
“La casa crece y
habla,
se sostiene en sus
pies,
tiene ropa colgada en
un andamio,
y como por el mar la
primavera
nadando como náyade
marina
besa la arena de Valparaíso”.
Desde la ventana de Neruda |
La mujer desnuda
En el piso de abajo, la
habitación de Neruda, donde a veces escribía, donde escuchaba la radio, donde
amaba a su esposa, tiene mar, y tiene cielo. Pero particularmente tiene casas.
Casas lejanas, pequeñas, cercanas y enormes. Techitos dominados por gatos.
Gatos en busca de gatas, sombras en busca del sol que cada vez quema más fuerte
el alto del cerro.
Una de las historias de
la habitación, es que Neruda le decía a sus amigos que a cierta hora de la
tarde, una mujer desnuda aparecía en una de las ventanas de la casa gris,
arriba de la amarilla, al lado de la rosada. Los amigos pasaban horas y horas
tanto en la habitación como en el estudio del piso de arriba buscando las
casas, buscando a la mujer. Nunca nadie vio nada.
Desde la ventana de Neruda |
Conociendo esa
historia, hice el intento. Busqué una casa y una ventana. Miré fijo entre las
malformaciones de la arquitectura que se debe adaptar a los accidentes
geográficos. Había olor a libros, a juego, a Neruda. Y fue justo ahí cuando la
encontré. Completamente desnuda, con sus pubis, y su ombligo, y sus senos, y su
cuello, y sus ojos, y su pelo, todo acariciado por el aire de Valparaíso. El
aire que no llegaba a mis pulmones, que me impedían respirar en la altura de
apenas 500 metros ,
que no me dejaban gritarle, ni recitarle un poema del poeta. Pero ella me vio,
me miró con cara de enojada. Se dio cuenta que yo no era Pablo. Se escondió
detrás de la cortina, desapareció. Luego, todas las mujeres de Valparaíso,
viejas, jóvenes, madres, hijas, tenían su rostro, ninguna me miró a los ojos.
Pues yo no soy Pablo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario