De como el amo
supo que quienes
lo rodeaban no sabían matemáticas
Escriba Medieval
Había una vez en una pequeña y lejana
comarca un Señor feudal que reinaba sobre su pueblo desde un coqueto y antiguo
palacio. Aunque como vosotros sabéis, queridos Cofrades, eso de reinar habíase
convertido en una ilusión, pues poco a poco, lo acólitos iban procurando
acarrear agua para sus molinos previendo futuras “sequías”.
Algunos antiguos pergaminos nos permitieron conocer los pormenores
de una fiesta que organizóse en un arbolado parque algo retirado de la aldea,
pero a orillas del Lago Negro. Erguíase allí un antiguo castillo en cuyas
adyacencias reuniéronse músicos, juglares, y payasos variopintos. La
chiquillería aglomeróse encima de varios odres inflados dispuestos a manera de
colchón, para que –entretenidos saltando sobre ellos- no importunaran a las
Damas y los Caballeros que llegaron desde tempranas horas de la tarde a
disfrutar del espectáculo.
Pero hete aquí, que la muchedumbre obligó a los Nobles de Palacio a
contratar un equipo de bocinas gigantes para que la voz de los cantantes
llegara nítida hasta los oídos de los mas alejados del estrado.
¿Dónde hay bocinas? Preguntó uno de los lacayos.
-En la aldea no- dijo otro.
-¿En la Aldea
de los Suplicios? Preguntó alguien, ya decepcionado.
-No. Están ocupadas en los torneos de destrezas equinas- dijo el
anterior.
-Entonces pidan a la aldea allende el Lago Negro, y si no tienen,
¡que las inventen!, gritó el primero, desesperado.
El asunto fue que finalmente desde la vecina aldea llegaron las
preciadas bocinas (marca ACME) que amplificarían el sonido de laúdes y timbales
para solaz de los circunstantes.
Y la fiesta comenzó con la actuación de varios artistas de la
pequeña comarca (que por supuesto pasaron desapercibidos), hasta que le tocó el
turno a los músicos que llegaron de la Gran Aldea del cerro y la bahía. Se trataba del
grupo “Cansino”, nombre al que le hacían honor porque entre todos los
integrantes sumaban como 800 años, y por supuesto estaban tan cansados que
cantar a penas podían.
Pero como no eran de la comarca fueron aplaudidos con entusiasmo,
aunque no fue permitido que nadie se acercara por temor a que les produjeran
alguna fractura de cabeza (de fémur).
Todo culminó tal como estaba previsto, y los aldeanos se retiraron
felices a sus moradas entonando estribillos populares.
Pasados que hubieron algunos días, los lacayos que organizaran la
fiesta lleváronle al Señor Feudal la
lista de los gastos: pago a los payasos, 10 maravedíes, alquiler de los odres
inflables, 25, pastelera, 12, armado del estrado 18, bandos anunciando la
fiesta, 75.
Dicen que el Amo leyó sin inmutarse el primer papiro, pero
sobresaltóse tremendamente cuando dio vuelta la hoja; alquiler de bocinas en la
aldea allende al Lago Negro, 180.000 maravedíes, pago al grupo “Cansinos”,
80.000.
Mas tarde se conoció que el Señor dominó con gracejo su ira y
despidió a sus acólitos con cortesía. Sin embargo, presto envió palomas
mensajeras a los dueños de las bocinas para corroborar los costos enunciados.
Grande su sorpresa fue (algún día tenía que avivarse) cuando desde el otro lado
del Lago llegó una grácil paloma que posóse en su ventana para que le fuera
retirado el anillo donde venía la respuesta: “Honorable Señor, los fabricantes
de bocinas que firman al pié, aseguran
que el costo de nuestros aparatos amplificadores (marca ACME) es de 80.000
maravedíes”.
Ya montado en Cólera (un pequeño vibrión que tenía de mascota) el
Señor fizo lo mismo con los del grupo “Cansino”, aunque en este caso la
respuesta tardó como una semana porque las palomas destos artistas eran tan
ancianas como ellos.
“Nuestros honorarios suman 50.000 maravedíes, pero en virtud deste
despacho, rogamos agregar 10 mas para el cereal de nuestro mensajero, el palomo
“Gimeil”, que os ruego soltéis lo antes posible pues es el único que mas o
menos vuela”.
Nada se sabe aún de las medidas que tomará el Amo ante tanto error
numérico, pero se presume que nada acontecerá, pues reconocerlo sería como
arrojar guijarros sobre el panal que cuelga de tu propia ventana.
Moraleja:
Si a los números que os presentaron siempre, los mirasteis con
la vista gorda, estaráis tan bien embadurnado, que deberáis agregarle oreja
sorda.
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