Si te van a matar, no te suicides
“De puro miedo a la muerte
de los periódicos, los periodistas terminaremos pegándole un tiro al
periodismo. La peor manera de suicidarse es limitarse a vocear distintas
versiones. Periodismo es indagar y buscar la verdad”. Tales afirmaciones
corresponden a la periodista Soledad Gallego, y son parte de una Conferencia
–de la cual compartimos parte de la misma- dictada en el Patronato de la Escuela de Periodismo del
diario “El País” de Madrid el 16 de
marzo pasado.
“Cuando miremos para atrás dentro de unos años, cuando miren ustedes
para atrás, se darán cuenta de que, antes que nada, esta fue una época
apasionante para el periodismo. Una época de auténtica conmoción, que ustedes
tuvieron la oportunidad de presenciar en primera fila; mejor todavía, la
oportunidad de ser los protagonistas. Los que acaban hoy el máster, los que
inician este año su formación, serán los protagonistas de una formidable
transformación y, si hay algo irresistible para un buen periodista, es estar
ahí, asistir a un cambio radical, ser testigo de una revolución.
Obviamente, esta transformación no se limita a la aparición de
nuevas herramientas. Sería demasiado simple. Es mucho más. Lleva aparejada
también un profundo cambio del modelo de la empresa periodística, que es ya una
empresa de comunicación y, si me apuran, de telecomunicación, un cambio del
modelo de negocio, y, consecuentemente, de las formas de trabajar; una
revolución, incluso de conceptos que parecían inconmovibles y que han saltado
por los aires. En algunos casos, ya se observan los fundamentos de la nueva
obra que se está levantando. Pero en otros, nadie sabe todavía como proseguir
ni en que acabará el nuevo edificio.
Lo que los periodistas hemos constatado siempre es que en todos los
periodos de cambios radicales, en todas las transformaciones tan brutales como
esta a la que estamos asistiendo, suele haber muertos. Decenas de muertos por
el camino. Y la pregunta que nos hacemos no es cuántos periodistas quedarán en
el camino (que son muchos), sino si el propio periodismo será una de esas
víctimas, porque las transformaciones le lleven a ser engullido por esa cosa
mucho más extensa, y muy diferente, que es la comunicación.
Lo más triste es que de puro miedo a que nos maten, los periodistas
terminemos pegándole un tiro al periodismo. De ahí el título de esta charla,
que puede parecer un poco extraño: si te van a matar, no te suicides.
Yo creo, he creído siempre, que no hay nada más tonto que dejarse matar
dando facilidades. Y eso es lo que nos puede pasar, si no reflexionamos, sin
miedo, sobre lo que está ocurriendo.
Esto va muy deprisa, evoluciona rápido y de manera impredecible
(casi como la Unión
Europea , diría yo) y la capacidad de influir que tenemos los
periodistas en esta vertiginosa transformación parece estar cada día, cada
minuto, más en declive. Nuestro papel en el debate es cada vez menor y ese es
un dato relevante.
El debate y el análisis
como salvaguarda
Les voy a explicar las muy variadas posibilidades que tenemos los
periodistas de suicidarnos. Una especie de suicide, mode
d´emploie que diría un francés, con la pretensión de que, si las
identificamos, quizás podamos huir de todas las oportunidades que se nos
presentan, y se nos ofrecen, de abrirnos las venas.
a) Una manera de suicidarse es creer que el periodismo es
"nuestro", de una generación determinada de periodistas, que nos
hemos convertido en sus guardianes, en los guardianes de sus esencias y que
somos los únicos con derecho o autoridad para ejercer su control. Esa es una
idea bastante letal y funesta, porque lleva a no aceptar cambios, a negarse a
ver las nuevas realidades y, sobre todo, porque impide precisamente lo que más
necesitamos, un debate abierto entre periodistas de todas las generaciones y de
todos los distintos medios, que nos permita recuperar influencia como
profesionales.
Creer que hay un grupo que debe proteger al periodismo de los
cambios o de nuevas influencias es absurdo. Nos suicidaremos si, entre todos,
no favorecemos el debate y el análisis de esas nuevas transformaciones, muchas
de ellas imprescindibles, pero algunas de ellas absolutamente
contraproducentes.
Hay que hablar sobre los beneficios de la rapidez, de la
conectividad, de la interrelación con los ciudadanos, pero también de sus
inconvenientes, de sus peligros, de lo que favorece y de lo que perjudica al
trabajo periodístico.
Las utopías regresivas no valen de nada. Pero tampoco hay que tener
miedo a decir qué cambios creemos que perjudican el trabajo periodístico.
Por ejemplo, yo creo que uno de esos cambios que perjudica es creer
que la conversación con los lectores, la intercomunicación, puede sustituir a
la indagación de los hechos; que, como veremos más adelante, para mí es la
esencia de este oficio.
b) El problema no es si sigue existiendo el periódico en papel o en
la tableta.
Uno de los mayores peligros es que la
comunicación asfixie al periodismo
El problema es: qué es el periodismo en esta nueva época, cómo le
afectan esas nuevas herramientas y si esas herramientas y nuevos procesos
pueden deteriorar, o romper incluso, las reglas básicas de nuestra profesión.
Y merece la pena también plantearse si sigue existiendo el concepto
mismo de periódico. Que como su nombre indica, no está relacionado con la
instantaneidad sino con la periodicidad, con la fijación de agendas y con la
valoración propia, e interpretación, de un momento fijo.
A mí me da igual el papel o la tableta. Lo que no me da igual es si
sigue existiendo el periodismo o no. Aunque, todo sea dicho, tengo una relación
de agradecimiento con los lectores del papel, una especie de historia de amor.
Son seguramente pocos, en relación con los millones que acceden a nuestro
trabajo hoy día a través de la web, pero han sido lectores fieles, durante
decenas de años, y nosotros hemos procurado serles leales. Como comprenderán,
no quiero hacer nada que pueda acelerar el fallecimiento de ese grupo de
personas, ni tan siquiera que les ponga en una situación incómoda. Yo,
personalmente, les debo mucho, les estoy muy agradecida y les tengo un gran
respeto.
Otro modo de suicidarse es
confundir periodismo y comunicación.
Cuanto más sé del mundo de la comunicación, más exigente me vuelvo
con el mundo del periodismo. ¿Todo es periodismo? Desde luego que no. Quizás
todo es comunicación, pero el periodismo tiene reglas, normas y objetivos
determinados.
Uno de los mayores peligros de esta apasionante etapa es que se
confunda las dos cosas, que la formidable fortaleza y expansión de la
comunicación asfixie al periodismo y a sus reglas, como algo antiguo e
innecesario.
El peligro es que vayamos olvidándonos de esas reglas, porque las
nuevas herramientas presionen tan fuertemente sobre ellas que no seamos capaces
de defenderlas. Tenemos que hablar de todo esto.
¿Qué reglas son esas? Las que elaboraron Kovach y Rosenstiel en su
libro "Elementos del periodismo" son un buen resumen. Seguramente,
los que acaban hoy el máster ya las conocen. Pero no viene mal recordarlas de
vez en cuando:
"La primera obligación de un periodista es la verdad. Debe
lealtad ante todo a los ciudadanos. Su esencia es la disciplina de la
verificación. Debe mantener la independencia con respecto a aquellos a quienes
informa. (Y con respecto a sus fuentes, diría yo). Debe ejercer un control independiente
del poder..."
También puede ser una buena regla para los periodistas no pensar
nunca en "usuarios", sino en lectores, oyentes, televidentes, que es
algo más personalizado. Es como cuando los médicos hablan de
"clientes" en lugar de "pacientes". La confianza en el
médico sufre un bajón muy explicable.
Con "usuarios" se consigue, sin duda, mucha audiencia.
Pero con "lectores, oyentes y televidentes" se consigue
influencia, que es algo a lo que debe aspirar el periodismo.
La influencia del periodismo en basa en su capacidad para imponer
agendas públicas, agendas relacionadas con el interés público (del que hablaré
más adelante). Es algo que es realmente difícil en la actualidad, debido a la
enorme fragmentación de los medios en los que los ciudadanos buscan su
información, pero que debe seguir siendo uno de los grandes objetivos del
periodismo. Influir es: decir explícitamente las cosas sobre las que creemos
que hay que hablar colectivamente.
Esas agendas públicas son también las que marcan las diferencias con
la prensa amarilla o sensacionalista, porque ese tipo de medios lo que quiere
es imponer una propia como si fuera pública. El ejemplo más claro son los
sucesos puestos en primera página. Si aparecen en la sección de sucesos,
invitan a la reflexión sobre la insondable condición del ser humano. Si
aparecen en la primera página, exigen declaraciones sobre la pena capital, la
cadena perpetua o la reforma de incontables leyes (sobre todo, si afectan a los
menores).
“Somos responsables porque
nos falta independencia”
Me gustaría también recordar las recomendaciones de Albert Camus a
los periodistas. Sus reglas. Eran estas:
"Reconocer el totalitarismo y denunciarlo. No mentir y saber
confesar lo que se ignora. Negarse a cualquier clase de despotismo, incluso
provisional".
El descrédito del periodismo viene cada vez más unido del descrédito
de la democracia y entraña los mismos peligros. Los periodistas hemos sido, y
somos, responsables de buena parte de ese descrédito, hemos ayudado a esa
pérdida de reputación, porque no cumplimos con nuestras obligaciones.
Somos responsables, porque nos falta independencia, porque no
cumplimos con la obligada verificación, ni con la obligación de controlar los
poderes. Porque no creamos los foros de discusión crítica, que deberíamos
promover. Porque, como denunciaba Camus, ejercemos el despotismo, amigándonos
con las fuentes.
En momentos como estos, colaborar con ese descrédito es mortal para
esta profesión. Alguien dijo que hacer funcionar lo público es competencia de
la izquierda. Pues bien, hacer funcionar el periodismo es competencia de los
periodistas. No se retiren del debate. Participen. Y tengan autonomía en esa
discusión. Seamos abiertos, pero no sean ingenuos.
Me preocupa que ahora el periodismo de investigación, el periodismo
de calidad, esté siendo financiado en Estados Unidos, sobre todo, por
fundaciones sin ánimo de lucro, porque eso quiere decir que las grandes
empresas periodísticas norteamericanas ya no se lucran del periodismo de
calidad y de investigación. Y eso me parece peligroso.
Peligroso que desaparezca el papel de la empresa como impulsora del
periodismo de calidad. Si el periodismo de investigación tiene que depender de
la filantropía, malo. Malo también que se confíe e impulse exclusivamente el
periodismo público, el periodismo amateur, como si pudiera
sustituir al profesional.
Es peligroso limitarse a atender lo que
quiere la audiencia. Eso no es el centro del periodismo
e) Otra manera de suicidarnos es rendirse a la prisa. Siempre ha
habido prisas en este oficio. Desde aquellos tiempos en que Reuters decidió
enviar una paloma mensajera para adelantar algunas informaciones económicas,
siempre hemos tenido que trabajar bajo presión. Pero una cosa es trabajar con
prisas y otra, suprimir completamente el contexto de los hechos para ganar
tiempo. La instantaneidad es un fenómeno formidable, pero no debe suplir a la
obligación de proporcionar ese contexto.
Por eso creo que necesitamos los periódicos, sean en papel o en
tabletas. Un periódico es una publicación que transmite hechos, contextos,
análisis y opinión al respecto de esos hechos en un momento concreto. Además
genera un espacio público de discusión, de discusión política, no de
comunicación.
f) La peor manera de suicidarse es dejar de indagar los hechos y
limitarse a vocear las distintas versiones. Eso no es periodismo. Volvemos a la
comunicación, que consiste en compartir mensajes, y no en averiguar qué tienen
de cierto.
Periodismo, insistamos, es indagar en hechos, acontecimientos que
tienen interés público y hacerlo respetando unas reglas.
¿Qué es de interés público?, se preguntan algunos. Desde luego, no
lo que más interesa al público, sino algo muy distinto.
La definición más clara que he encontrado es la que proporciona el
Código de Práctica de la
Press Complain Commission, del Reino Unido. Dice así:
"Es de interés público detectar y exponer delitos o graves
fechorías. Detectar o exponer una seria conducta antisocial. Proteger la
seguridad y la salud pública. Evitar que los ciudadanos sean confundidos por
declaraciones o hechos de un individuo". (Especialmente si su conducta no
se ajusta a lo que predica)
Los periodistas deben creerse estas reglas y estos objetivos porque
es lo que da sentido a su trabajo. El gran periodista polaco Kapuchinsky decía
que este no es un oficio para cínicos.
El periodismo de indagación sigue siendo
un trabajo importante para la sociedad. Exige contexto, credibilidad,
testimonio, verificación. Todas esas técnicas exigen un cierto tiempo y no
deben abandonarse por ninguna circunstancia. Eso es algo que debemos tener
claro. Si lo abandonamos, nos suicidamos.
Es peligroso limitarse a escuchar lo que quiere la audiencia. Eso no
es el centro del periodismo. No es eso lo que piensan los periodistas
guatemaltecos. Ellos ofrecen a sus compatriotas instrumentos de conocimiento de
su sociedad, los pidan o no, sepan que los necesitan o no.
Nadie sabe nada del futuro. Los periodistas, menos que nadie.
Limitemos a describir lo que pasa en el presente y expliquemos por qué pasa.
Las relaciones de los periodistas con el futuro son muy
traicioneras. Solo después de analizar el presente y de explicarlo, podemos
limitarnos, quizás, a decir lo que queremos para el futuro, pero poco más.
Las utopías regresivas no sirven de nada. Pero tampoco nos
suicidemos con utopías venideras. Nosotros, a lo nuestro. Perdamos esta especie
de cultura defensiva que nos atenaza y nos paraliza y empecemos a pensar y a
discutir.
El periodismo ha servido a la democracia y a la sociedad y sigue
siendo vital para su sostenimiento. Sobre todo en estas épocas de
incertidumbre.
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