viernes, 18 de mayo de 2012

El 16 de agosto de 2003, a raíz de una nota que publicáramos en el diario LA REPUBLICA, dando cuenta de las alternativas de la desaparición del portón de la Aduana de Villa Soriano, el entrañable escritor Julio César Castro (Juceca) trató el tema en tono de humor. Con su irrepetible estilo Juceca se refirió al tema en una nota, en el mismo diario, que a continuación reproducimos textualmente.



¿Dónde está el portón de la Aduana de Soriano?






Juceca





No debe haber nada más feo que a uno le afanen el portón. Uno está lo más tranquilo leyendo un libro sumamente interesante referido a los distintos misterios que se albergan en el alma humana, y sin que uno siquiera se lo imagine, en ese preciso momento, le están llevando el portón. O póngale que está uno entusiasmado al estar comprobando que tenía razón al apostar a la capacidad de Carrasco para conducir la Selección por el angosto camino de los goles, porque en ese momento convirtieron el tercero y uno ya está exigente y quiere el cuarto porque sabe que ahora es moda de la Selección llegar a cuatro goles, y uno está distraído mirando el televisor y resulta que en ese momento, sigilosa, descaradamente, alguien le está llevando el portón. “Portón” es aumentativo de puerta, o sea una puerta muy grande que según su definición sirve para entrar o para salir, quedando ambas cosas a criterio de usuario y de acuerdo a sus necesidades del momento, ya que serí­a absurdo entrar cuando lo que se quiere es salir, y salir cuando lo que se quiere es entrar. Es más, sería muy difícil entrar estando dentro, así­ como salir estando fuera. Supongamos, para poner un ejemplo práctico, saludable y definitivo, que uno está dentro mirando el partido que terminó cinco a dos, uno quiera entonces salir a tomar un café y comentar el hecho, y resulta que no puede salir porque no puede abrir el portón porque no tiene, se lo llevaron, le afanaron el portón, señor. ¿Qué hace? No puede llamar a “La casa de portón” para que venga a instalarle un portón nuevo cosa de poder salir por el portón, así­ que lo único que le queda es salir por el agujero, sí señor, por el buraco infame. Salir en esas condiciones, como perro de la casilla, como chancho del chiquero, le arruina a uno el placer del comentario que tení­a preparado sobre la Selección de Carrasco, así­ que vea usted lo que son los robos de portones. Portones famosos ha habido siempre, siendo el más comentado el viejo portón celestial a cargo de San Pedro, el santo de las grandes llaves, que según se sabe más de una vez se lo han querido afanar, e incluso hay quien le cambió la cerradura y quien inventó ganzúas apropiadas para entrar y salir a todo antojo. Pero no ha de haber afane de portón más escandaloso e increí­ble que el de la Aduana de Villa Soriano, aquí­, en Uruguay viejo y peludo. Portón de dos hojas, de hierro forjado, declarado en su momento Patrimonio Histórico de la Nación, el portón, sí­ señor, de alto valor. Hace diez años, en 1993, alguien vio que necesitaba ser reparado, y autoridades de la Dirección Nacional de Aduanas y de la Intendencia de Soriano, lo hicieron sacar de sus goznes y llevarlo al taller de la municipal. Y ahí, se esfumaron, volaron, desaparecieron las dos hojas del portón, voló el portón, no se supo nada más del portón. Tres años más tarde, alguien, en un ataque de practicidad y nervios, denunció el robo. Hoy, a siete años de la denuncia, y a diez de desaparecido, el portón es declarado oficialmente perdido. ¿Y los culpables, los responsables? Se diluyeron, al igual que el portón. Caso cerrado. Ahora andá a reclamarle a Lissidini.

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