La “locura” de
Doménico Theotocopuli
Ángel Juárez Masares
Históricamente la
humanidad se ha burlado de lo que no puede comprender, y seguro es que lo
seguirá haciendo. De esa manera se le atribuyó a Juana de Arco mas de una tara
psicológica, y al afán perfeccionista de Miguel Ángel una obsesión patológica.
El Greco, innovador de
genio, heredero de Bizancio y de los góticos, iniciador de la pintura española
y precursor del arte moderno no podía ser la excepción.
Sus contemporáneos, no
pudiendo entender la prodigiosa evolución de su arte, incapaces de penetrar el
designio del Maestro, le tachaban de demente.
Dice Juan Pacheco: “hay
dos manera de pintar. Una con arte y estudio, que es el procedimiento
científico; otra por la práctica liberada de todo pre-concepto. De aquí dos
clases de resultados para los que emplean estos dos métodos. Los pintores que
trabajan a lo que salga, sin gran estudio y fijándose solo en el azar, no
triunfarán siempre, faltos de conocimientos de los principios aún cuando
apliquen a su obra la mayor diligencia. Pero si la pintura es un arte y si las
artes son infalibles, es decir, que no fallan nunca y alcanzan siempre su
objetivo, cada vez que un artista aplica los preceptos y las reglas del arte,
debe obtener la perfección de la obra”.
Se comprende aquí todo el
origen del conflicto -que aún hoy nos acompaña- pero el Greco, “el deformador”,
no tiene cura. Rechaza el arte de pintar definido por Pacheco, y pronuncia la
blasfemia que indigna al andaluz: “no, la pintura no es un arte”.
Habiéndole preguntado
Pacheco qué era mas importante en el arte del pintor, si el dibujo o el color;
el viejo Maestro respondió que el color, contestación que destruye las teorías
de algunos que pretenden que El Greco no era un gran colorista.
Quien creería –escribe
Pacheco tras una visita al taller de El Greco donde se amontonaban los estudios
de todos sus cuadros- que Doménico toma a menudo sus pinturas y las retoca en
muchas oportunidades, a fin de separar y desunir los tonos y producir esos
crueles borrones como para afectar la valentía del estilo”.
Las “deformaciones” de El
Greco, ecos de la influencia bizantina, abrieron los caminos para que se
introdujeran los grandes maestros de la escuela impresionista, como Delacroix,
Cézanne, Matisse, y Picasso.
Mas tarde, para muchos
críticos de orejas largas, la causa de las deformaciones de El Greco debían
buscarse en su astigmatismo. Para ellos no estaba atacado de delirio alguno, y
por lo tanto no era digno de manicomio. Los doctores García del Mazo y Germán
Beritens, aseguraban que padecía de astigmatismo miópico. Empleando lentes de
tres drioptrias el doctor Beritens ha dado a los cuadros de El Greco un ritmo
“normal”. Por el contrario, utilizando lentes astigmatizantes ha probado que la
deformación se acentúa. Para Elías Tormo, los colores del maestro de Toledo
serían debido a una anomalía de la visión, al igual que las líneas de su
dibujo. De cualquier manera, todas esas teorías científicas mas o menos
pedantescas no tienen la menor importancia a los ojos de un admirador de “La Asunción ”, o de “La Pentecostés ”. No es en
las explicaciones científicas donde se encontrará el secreto del genio de El
Greco. Recordemos que mas tarde otro artista fue acusado como él de demencia y
astigmatismo; se trataba de Cézzane.
René Huyghe haría
justicia ante estas pretendidas “invalideces”, señalando que “no eran mas que
el desprendimiento de todo lo adquirido; el momento en que uno ve con la
perfecta integridad de la sensación a la que no corrige ningún reflejo del
pensamiento”.
No son errores –asegura-
“sino por el contrario, un excesivo escrúpulo de la verdad”.
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