De como el
cadáver de un dragón fue causa de litigio en una pequeña y lejana comarca
Escriba
Medieval
Amados y nunca
bien ponderados Cofrades: Después de algunos días sin trepar a lo alto de mi
biblioteca (según Lady Alicia del País de las Maravillas, por mi reuma), una
destas noches arremanguéme el jubón y subí en busca de viejos pergaminos.
Cierto es que muchos dellos los conozco de memoria; pero también verdad es que siempre es bueno
insistir en la búsqueda de nuevas historias. Como la perseverancia siempre
tiene su premio, una vez mas vez mas di en hallar antiguos documentos que
narran un suceso digno de referiros.
Ninguno de ustedes ignora, nobles e
ilustrísimos integrantes desta Cofradía, las aventuras que han corrido muchos
Caballeros para rescatar de altísimas y cuasi impugnables torres a las Damas de
sus sueños, pues sus captores tenían por costumbre encargar esa tarea a
gigantescos y horripilantes dragones adiestrados.
Afortunadamente hoy día, en este aún
joven siglo XVI, ya casi no quedan monstruos desta laya. Los que no han muerto
han emigrado a sus tierras natales, allende los mares y al norte del mundo. Sin
embargo aún existen algunos adoradores destos esperpentos, por lo general
hombres muy pobres de espíritu, que no son poseedores de la capacidad de volar
de otra manera. De modo que acomodaos en vuestras sillas, servíos un vaso de
vino y un cazo de habas picantes, y oíd este relato:
De los pergaminos a que hube aludido, se
desprende que desde algún scriptorium de Palacio; si, de ese Palacio que se
levanta a orillas del Gran Lago Negro y donde reina un Señor feudal, alguien se
hizo del cadáver de un dragón llamado “Wessex” (apelativo que lo supone nacido
en la Gran Britania ).
Pero la posesión de tal osamenta no
hubiera sido motivo de discordia, si al lacayo no se le hubiera (o hubiese)
ocurrido ponerlo sobre un pedestal para exhibirlo –ya no como trofeo- sino como
un monumento. El caso es que el hombre eligió para tal muestra de vanidad,
llevar el muerto a la aldea llamada Car-Dona, y ponerlo frente a la vieja
estación de carros allí existente.
A esta altura del relato se preguntarán
ustedes, gentiles Cofrades, cómo fue que tal asunto contó con la anuencia del
Señor; muy fácil, porque una vez mas nadie pensó. Pero no solo no pensó el
Señor Feudal, tampoco sus inteligentes asesores, y menos aún los integrantes de
la Junta de
Notables, a quienes las leyes comarcanas asignaban la tarea de controlar los
desaguisados palaciegos.
Conocida que se hubo la noticia en la
aldea de marras, sus habitantes reuniéronse en conciliábulo y comenzaron a
deliberar sobre el asunto.
-Ese dragón lanzó fuego sobre campesinos
inocentes –dijo uno.-
-Pero también salvó a otros cuando el
gran río creció y quedaron atrapados en las copas de los árboles- argumentó
otro.
-Somos un pueblo de carreteros- dijo
otro- y no tenemos mas vínculos con los dragones que verlos pasar volando sobre
nuestros campos y casas- agregó.
-¡No queremos cadáveres de dragones en
nuestra plaza!- vociferó la turbamulta mientras golpeaban sus cazos de hojalata
(siglos mas tarde esto se llamaría caceroleo)
Os aseguro que hurgué hasta en los
estantes mas altos de mi biblioteca en busca de pergaminos y papiros que me
permitieran saber el final de la historia, pero fue en vano.
Lo que si sabemos, es que los
domesticados gastan su vida en recorrer las trilladas sendas que marcan los
poderosos, venerando ídolos y apuntalando ruinas, mientras los rebeldes hacen
obra fecunda encendiendo luces nuevas en los senderos que mas tarde recorrerá
la humanidad.
Moraleja:
equivocado está quien pretenda imponer al pueblo su capricho, pues la vida
siempre cobra sus acciones, mas no sea poniéndolo en cuatro patas por mal
bicho.
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