viernes, 2 de noviembre de 2012

Cuentito medieval



De como el cadáver de un dragón fue causa de litigio en una pequeña y lejana comarca
                                                                                                                               


Escriba Medieval

Amados y nunca bien ponderados Cofrades: Después de algunos días sin trepar a lo alto de mi biblioteca (según Lady Alicia del País de las Maravillas, por mi reuma), una destas noches arremanguéme el jubón y subí en busca de viejos pergaminos. Cierto es que muchos dellos los conozco de memoria;  pero también verdad es que siempre es bueno insistir en la búsqueda de nuevas historias. Como la perseverancia siempre tiene su premio, una vez mas vez mas di en hallar antiguos documentos que narran un suceso digno de referiros.
Ninguno de ustedes ignora, nobles e ilustrísimos integrantes desta Cofradía, las aventuras que han corrido muchos Caballeros para rescatar de altísimas y cuasi impugnables torres a las Damas de sus sueños, pues sus captores tenían por costumbre encargar esa tarea a gigantescos y horripilantes dragones adiestrados.

Fragmento de un antiguo pergamino que muestra un dragón muerto y guerreros.
Por la 
tosquedad del dibujo se presume sea obra de un campesino.
Adviértase el deterioro de la piel (posiblemente de perro) usada como soporte.
Afortunadamente hoy día, en este aún joven siglo XVI, ya casi no quedan monstruos desta laya. Los que no han muerto han emigrado a sus tierras natales, allende los mares y al norte del mundo. Sin embargo aún existen algunos adoradores destos esperpentos, por lo general hombres muy pobres de espíritu, que no son poseedores de la capacidad de volar de otra manera. De modo que acomodaos en vuestras sillas, servíos un vaso de vino y un cazo de habas picantes, y oíd este relato:
De los pergaminos a que hube aludido, se desprende que desde algún scriptorium de Palacio; si, de ese Palacio que se levanta a orillas del Gran Lago Negro y donde reina un Señor feudal, alguien se hizo del cadáver de un dragón llamado “Wessex” (apelativo que lo supone nacido en la Gran Britania).
Pero la posesión de tal osamenta no hubiera sido motivo de discordia, si al lacayo no se le hubiera (o hubiese) ocurrido ponerlo sobre un pedestal para exhibirlo –ya no como trofeo- sino como un monumento. El caso es que el hombre eligió para tal muestra de vanidad, llevar el muerto a la aldea llamada Car-Dona, y ponerlo frente a la vieja estación de carros allí existente.
A esta altura del relato se preguntarán ustedes, gentiles Cofrades, cómo fue que tal asunto contó con la anuencia del Señor; muy fácil, porque una vez mas nadie pensó. Pero no solo no pensó el Señor Feudal, tampoco sus inteligentes asesores, y menos aún los integrantes de la Junta de Notables, a quienes las leyes comarcanas asignaban la tarea de controlar los desaguisados palaciegos.
Conocida que se hubo la noticia en la aldea de marras, sus habitantes reuniéronse en conciliábulo y comenzaron a deliberar sobre el asunto.
-Ese dragón lanzó fuego sobre campesinos inocentes –dijo uno.-
-Pero también salvó a otros cuando el gran río creció y quedaron atrapados en las copas de los árboles- argumentó otro.
-Somos un pueblo de carreteros- dijo otro- y no tenemos mas vínculos con los dragones que verlos pasar volando sobre nuestros campos y casas- agregó.
-¡No queremos cadáveres de dragones en nuestra plaza!- vociferó la turbamulta mientras golpeaban sus cazos de hojalata (siglos mas tarde esto se llamaría caceroleo)
Os aseguro que hurgué hasta en los estantes mas altos de mi biblioteca en busca de pergaminos y papiros que me permitieran saber el final de la historia, pero fue en vano.
Lo que si sabemos, es que los domesticados gastan su vida en recorrer las trilladas sendas que marcan los poderosos, venerando ídolos y apuntalando ruinas, mientras los rebeldes hacen obra fecunda encendiendo luces nuevas en los senderos que mas tarde recorrerá la humanidad.



Moraleja: equivocado está quien pretenda imponer al pueblo su capricho, pues la vida siempre cobra sus acciones, mas no sea poniéndolo en cuatro patas por mal bicho.





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