Cuando de escribir se trata
Ángel Juárez Masares
Actualizar esta
publicación todas las semanas conlleva el riesgo de caer en la repetición de
temas -asunto que uno trata de evitar- además de darle a lo que se escribe un
tono demasiado personal, que también procuramos evitar. El carácter universal
que ha cobrado Hum Bral impone que lo escrito sea de fácil comprensión para
quienes nos leen en las antípodas. Sin embargo la búsqueda de ese equilibrio
también trae riesgos, como quitarle esa frescura cuasi doméstica que quizá fue
el componente que nos diferenció de otras publicaciones. Por esas y otras
razones, cada vez que nos disponemos a hacerlo surgen las dudas acerca de la
validez de lo que escribimos.
Quizá un camino para evitar
esas dudas sea no pensar demasiado y dejar que los dedos se deslicen sobre el
teclado movidos mas por las emociones que por el raciocinio. Pero ocurre que
cuando eso acontece inevitablemente volvemos sobre los recuerdos. Tornan a
nuestra mente las noches de pescado asado y vino con aquel Amigo que estuvo 12
años preso solo por leer a Marx, allá en el fondo de su carpintería donde
hacíamos un fueguito con recortes de madera. Lo vemos con la mirada puesta en
aquel sábalo que traía Ramírez de Villa Soriano, abierto como una luna llena
puesta sobre las brasas, con un palito “atizador” en una mano y el vaso de vino
en la otra.
Entonces hoy, cuando la
edad y las decepciones nos quitaron las ganas de “arreglar el mundo”, nos
quedamos pensando en las cosas “pequeñas” de la vida. Un fuego reunidor una
noche de sábado, una charla entre Amigos, una tarde a la orilla del río con el
pretexto de pescar, o andar descalzo en el jardín poniendo una nueva planta.
Y pensamos cuánto mas
fácil sería todo si el hombre tomara conciencia que es finito, que –como dijo
Calderón- la vida es sueño, y que nada mas torpe existe que actuar como si todo
nos perteneciera, cuando en realidad todo es prestado, y apenas por un rato.
Esta mañana estuvimos
bromeando con Álvaro Parés. El envió un video de su perra, corriendo feliz en
la nieve parisina. Yo le envié fotos de la mía, que ahora duerme a mis pies y
gruñe moviendo sus patas, quizá soñando con un hueso de sabroso “caracú”. Cada
uno adujo que su perra es mas linda que la otra, pero los dos sabemos que eso
no es importante. Lo importante es estirar la mano y pasarle los dedos por el
pelo, detenerse un instante, dejar de escribir, dejar que el alma te baje por
el brazo hasta tocar el animal. “Pequeñas” cosas de la vida.
Pero qué cosas tontas que
tu escribes, quizá diga alguien… qué se yo, allá por Venezuela, o leyendo Hum
Bral en Indonesia. Cuando el mundo se agita en Wall Street, Obama asegura que
se acabó la guerra, los chinos elaboran estrategias para llenar el mundo con
sus autos, y algunos gobernantes planean “eternizarse” en el Poder.
Todos alguna vez quisimos
escribir como Galeano, lanzando la palabra hacia la diana con destino certero,
o como García Márquez, fundiendo, borrando, desmintiendo, esa frontera entre
realidad y fantasía, o como Borges, encapsulando un mundo en un átomo.
Y nos esforzamos
elucubrando ideas y teorías sobre la vida y sus razones, leímos los clásicos
buscando saber más, y escuchamos la mas excelsa música procurando
enriquecernos, y al final, concluimos que estirar los dedos hasta tocar el
perro que duerme a nuestros pies es por un segundo lo que mas importa, o que
recordar aquel sábalo-luna abierto sobre la parrilla aún hoy es importante, y
también qué importante es “pelearme” un rato con Álvaro Parés por saber cual
perra es la mas linda, o en lugar de poner Bach escuchar la lluvia que cae
sobre los techos.
Las “pequeñas” cosas de la
vida también se pueden transformar en maravillas…si señor… y si no lo cree vea
lo que dice Circe Maia:
En un gesto trivial, en un
saludo,
en la simple mirada,
dirigida
en vuelo, hacia otros
ojos,
un áureo, un frágil puente
se construye.
Baste eso sólo.
Aunque sea un instante,
existe, existe.
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