sábado, 13 de abril de 2013


Cuando el tipo dijo "el camino es la recompensa" no estaba hablando de fútbol; ya había terminado el  juego. Tampoco se refería con esa frase a que salió por ahí, vagando, y en el camino encontró un billete de los ricos ricos. Ni hacía cuestión de que vio el amor de su vida o el golpe rápido; ni siquiera se percató de la oferta en la frutería que ninguna buena ama de casa podría dejar pasar. Era otra cosa.

Cuando Mario, un niño de 12 años, salió de su casa ilusionado en tener una buena pesca en la cañada nunca pensó, ni siquiera sospechó, de cual sería el hallazgo que verían sus ojos. Siempre anduvo por esos caminos trabajando o bandideando. Hasta se los conoce de memoria. Cada huella, cada árbol, el surco del agua, el barro, la arena. Todo sabe. Jamás imaginó, en su camino de siempre, que encontraría un gliptodonte de 30.000 años.

Ni que hablar de un buzo, que se debe haber cansado de tirarse al agua a buscar vaya uno a saber qué, imaginó lo que encontraría. Y su hallazgo puede ser el más relevante en lo que va de siglo (Sorpresa! es el tema que me está comiendo los ojos. Más informes en próximos telediarios)

Cuando el sr. Tooru Okada, el del pájaro-que-da-cuerda-al-mundo, dejó su trabajo por sugerencias de su mujer, la Kumiko, nunca supo lo que le caería  encontrarse con dos hermanas psicópatas neuronales, con una adolescente efervescente de mente, con la sospecha del amante de la mujer, con el regalo del soldado vidente. Nada, nunca sospechó nada. Pero todo pasó. (y sólo voy en mitad del libro...atenti)

El camino, el que se refiere el maestro, es aquel que no cobra valor ni significado por su resultado final. No señores. Ni el resultado increíble de Mario, ni el desgraciado de Tooru. Y a Marito siempre se lo reconocerá por su labor de niño: ir a la escuela, jugar, pescar, tirar con onda, enmugrentarse bien mugrientas las rodillas; aparte de ayudar en las tareas a su familia. Y al ponja Okada se lo reconocerá por su forma de ser honesta, ingenuo, sin maldad, etc, etc, etc.

Dejemos de prestarle atención a los hechos dependiendo de su resultado, pensemos en caminar. Que la verdad absoluta cobre valor tras dar los pasos, alimentados por la imaginación, y aferrados a la ilusión. En definitiva, la tranquilidad de la mente sólo se recuesta a la almohada si sabemos que intentamos hacerlo bien. Eso es caminar.

Como dijo el locutor radial: "ninguno de los 2000 hinchas que alentaron al equipo en el primer partido sospechaba lo que pasaría en este torneo".  Lo demás se cuenta acá:




A la cancha voy (Caminos)


Fermín Méndez
(Minxto)



E: vos sabes, hace un tiempo, fui mochilero.
Yo: ¿sí?  Mirá que bien. ¿Conociste muchos lugares?
E: Seee! Piriápolis, La Paloma, Santa Teresa, Punta del Diablo, y una vez fui a Artilleros.

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Puede que el extraño, con quien compartí una extensa charla, haya sido mochilero. En definitiva, para serlo, basta con colgarse una mochila a los hombros, salir sin rumbo, hacer dedo en la ruta. Pero el Uruguay es mucho más que su peripecia costera.
Para llegar a Melo, digamos que zona noreste de nuestro territorio nacional, existen tres opciones bien marcadas: descendiendo desde el norte; partiendo por el sur; o atravesando el país de lado a lado. Un destino, tres formas de llegar. Diversos paisajes que todos deberíamos conocer.
Al norte de la capital de Cerro Largo, próximo a la frontera internacional de Rivera – Santana do Livramento, más precisamente a unos pocos kilómetros de Tranqueras, hay un paraíso natural llamado “Valle del Lunarejo”. Zona de cerros y de montes, de la famosa e interminable “subida de Pena”. Natural por donde se lo mire, rocoso, ancestral. De porteras abiertas, no alcanza más que pedir permiso, ahuyentar algún perro que da la bienvenida, golpear las manos, y hablar con el casero: Sandro, aunque en realidad la que manda es la mujer (obviamente). Te prepara caballos para recorrerlo todo, te ofrece un monte bajo para acampar a los pies del arroyo que da nombre a la zona, te explica cómo llegar a la cascada luego de una espiritual caminata silvestre. “Cosa extraña del interior, ver el consumo caminando vivo” dijo Gabriel, y las ovejas lanudas campeaban.
Desde el sur, ya sea por ruta 7 o ruta 8, están las serranías. “No hay como el aire de las sierras”. No, no hay. Pero andá y comprobalo. Contemplar el paisaje es una exaltación para los sentidos, el horizonte se vuelve lomado, como acariciando nubes entre curvas. No tenemos grandes montañas, es verdad, pero en esta zona del país da la sensación de que los cerros le piden permiso al cielo para estar a su lado. Por ahí puede aparecer un grupo de bicicleteros andariegos, transeúntes entre caminos de granza y colinas eternas, conociendo el paisaje y practicando la amistad, denotando el esfuerzo en el compañero y su pedaleo. Ese esfuerzo que mirado a la cara se traduce en sentimiento.
De oeste a este, o viceversa, el país no está hecho para ser transitado. Pareciera que solo importaran las carreteras que salen o llegan a Montevideo. La conexión lateral del Uruguay es muy complejo y las rutas son malas. Así y todo, cuenta con características bien singulares de ese tramo de tierra oriental: vacas, ovejas, caballos, chanchos y ñandúes, comparten los mismos pastos. Muchos ñandúes, más que en todo el Uruguay, fauna autóctona de estas praderas. La flora viene chata, uniforme, con algunas plantaciones y varios montes de eucaliptos, hasta llegar al Valle Edén. Acá el concepto de penillanura es un poco difuso, no sabemos si fue que la maestra nos engañó, estábamos mirando la niña de la moña bien planchada, o es producto de la er
osión natural. Lo cierto es que el Valle Edén parece otro país, más selvático, con arboledas bien tupidas y frondosas que trepan las mesetas. Bañado a sus pies por el arroyo Jabonería, adornado por un puente colgante que lo sobrepasa y da camino a una antigua construcción de piedra asentada en barro, del siglo XVII, y que todos llaman Posada pero era una pulpería. Y en frente lo infaltable en Tacuarembó: un museo al Mago Carlos Gardel.
Diferentes caminos de una misma nación. Nuestros, propios, con sabor natural. El sábado, todos indicaban como destino final la ciudad de Melo: era la fiesta del fútbol del interior. Pese a sus formas, sus alturas, sus escaseces, o sus dimensiones, existe algo en común pa
ra todos. Una característica que nos identifica en pleno. Una sensación de la que nunca vamos a olvidar. Un regalo, el primero de todos de cualquier niño: “Papi, ¿me regalas una pelota”?

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Cuando el árbitro pita el final y señala el cielo, la razón explota y los líneas se vuelven difusas. Habrá manchas, gritos, nubarrones, corridas enloquecidas, manos y lágrimas en la cara, vendrán besos y abrazos desesperados. Es un momento mágico, sublime. Es el exacto instante donde la ilusión, antes sugerida por la imaginación, ahora se transforma en la verdad inobjetable. Es el veredicto: ¡campeones!

Es la explosión allá y acá. Ahí El equipo y su tributo a los épicos 300 que acompañaron incondicionalmente y vibran en la tribuna visitante. Saben que hoy fue la gloria, pero el camino es la recompensa. El cariño es mutuo; se agradecen entre sí.

Allá, colgados al teléfono y las redes sociales, avisan que la rambla está copada. Las bocinas alertan la victoria en el lugar donde nació la patria, los despistados preguntan, el resto canta Mercedes de mi vida. Así hasta las tantas.

Son las 9 de la mañana. La hilera de ómnibus triunfales ahora tiene autos qu
e acompañan embanderados; y festejan. Faltan 10 kilómetros para Mercedes, pero la cola ya es interminable. La señora recuerda el lugar exacto donde esperó la caravana del 92-93, el niño mira y no entiende nada. Están viviendo lo mismo: ese instante que no se borra jamás.    






Posdata
De estos caminos salen cracks celestes. De los contemporáneos: Lugano, Arévalo Ríos, Gargano, Lodeiro, Suárez, Cavani, Abreu, Gastón Ramírez. Tiempo atrás fueron Bengoechea, De León, Venancio Ramos, Ruben Paz, Antonio Alzamendi, Juan Ramón Carrasco, Ildo Maneiro, Luis Cubilla. Y antes fueron otros tantos. Y serán en el futuro muchos otros más. Sin vidrieras, ni marquesinas con luces de neón, es la cantera inagotable.

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