Mateo
La fama sola bien se lame
Por Fermín Méndez
(Mintxo)
“No, no apagues la luz”. Quizás fueron sus
últimas palabras, difícil saberlo. Quizás haya titilado, amagado al ocaso, pero
como toda herencia de un genio, creativo y vanguardista por donde se lo mire,
la luz de Eduardo Mateo (19/9/40 – 16/5/90) está. Tarde, es igual, así ha
pasado con los visionarios en su época. Urbano Moraes lo definió
categóricamente: “Estaba desfasado.
Demasiado adelantado en el tiempo. Es lógico que no le fuera bien, la gente
precisó años para procesar su obra”.
“Cómo es que dices que / te
simpatizo yo / si últimamente ni / me puedes ver”
(1)
La música
y Mateo son la misma identidad, van juntas desde su nacimiento. Su madre,
Silvia, que trabajaba en la casa del compositor uruguayo Eduardo Fabini decidió
llamarlo como él, soñando, tal vez, que algún día fuese un artista prestigioso.
En su infancia no hubo violines, flautas, ni pianos, quizás alguna partitura.
Si tuvo tambores, pandeiros, cavaquinho, y hasta una guitarra rudimentaria que
le armó un amigo carpintero. Autodidacta, no pudo creer cuando tuvo sus
primeros instrumentos profesionales. Pero antes, mucho antes, ya venía dando
impulso a sus composiciones. Fueron los Demonios
da Garoa, The Beatles, Joao Gilberto, Debussy, Piazzolla, Ravi Shankar, nuestra
música popular como el candombe, su porfía en desafinar las guitarras para
buscar acordes nuevos, la música
hindú, entre otros, los ingredientes mágicos que florecieron para ir moldeando
al genio musical. Como intentar entenderlo después de significativa mezcla de
sinfonías rítmicas tan disímiles.
Creador
de un género: el candombe-beat, fusión de música afro-uruguaya con la nueva
onda beat. De ahí salió el grupo El Kinto, con el cual, junto a Ruben
Rada, Urbano Moraes y otros, tuvieron la osadía de cantar en castellano en los
años ’60. Eso era de locos. Y como si fuera poco, crearon, con Horacio
Buscaglia, Musicaciones: un espectáculo de música, poesía y teatro en la misma
función. Todo un objeto de culto, pero la gente se enojaba, querían rock.
“Sueñas el Príncipe azul / nena
chiquita eres tú, / lunas de queso tendrás / ¿Dónde la luna saldrá?”(2)
Fue una
mítica composición creada para niños, la combinación perfecta de la dupla
Buscaglia-Mateo. Pasan las décadas, crecen las generaciones, nacen otros niños
que se hacen grandes, los primeros son abuelos, estamos en la cuarta
generación, y todos fuimos el príncipe azul que acunó la bella niña princesita.
Tartamudo,
de estatura media, delgado, por lo general de barba o bigote con patillas, pelo
desprolijo, cabello despeinado tirando a largo, nunca fue un estereotipo. No le
preocupaba tampoco. No le incumbía en demasía la política, tampoco el fútbol.
De carácter difícil, encontrado, tanto querible como histérico, tan amigo como
indiferente. Empedernido con su poesía y sus líricas, ni en tiempos donde
declinaba la dictadura se dedicó a cantar canciones de protesta. No le
interesaba absolutamente nada de lo que a los demás le importaba. Sólo deseaba
abrir los sentidos, componer, explorar las ideas superiores de la musicalidad,
llegar a lo profundo. El camino errático de la bohemia y las drogas, su falta
de ambición en lo que no fuera la música, su mala conducta con sus compañeros,
su aislamiento, quizás lo perjudicaron. Mientras vivió apenas fueron vendidos
150 discos suyos, luego de fallecer ya van varios discos de oro y de platino.
Quizás, seguramente, sin ese camino errático Mateo tampoco hubiera sido Mateo.
“Un ocaso / un momento / el
crujido / de un espejo / que se quiebra / sin reflejos / solo y triste / sin
remedio” (3)
Empeñó
sus creaciones. Sin haber sido el más comercial o el de mayor resonancia, dejó
a sus pares el mejor legado: el de la influencia por el mérito en sí mismo. Las
figuras uruguayas actuales son hijas de su devoción: para Fernando Cabrera fue
un ídolo; Jaime Roos lo admira; los Fattoruso lo ubican como un ser superior
con un conocimiento musical superlativo, Alberto Wolf le da un lugar entre
Hendrix, The Who y The Beatles, Jorge Schellemberg lleva adelante su
escuela.
“al tungue le tungue le coco /
dicen lo negro lo negro todo / que quien no baila el tungue le coco / poquito a
poco se vuelve loco”(4)
Sin fama.
Una tardecita de otoño, a causa de un cáncer abdominal, se marchó en su máquina
del tiempo tarareando Blackbird de
The Beatles. Dicen que se fue, lo dudo. Vuelve en el musgo verde, está donde el
sol quedó caliente, anda besando el viento cruzando los campos, de pronto queda
despierto, es su canción para renacer.
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Notas
(1) Tema “Ni me puedes ver” - Eduardo Mateo – El
Kinto
(2) Tema “Príncipe Azul” - Buscaglia y Mateo
(3) Tema “Canto a los soles” - Mateo y Trasante
(4) Tema “Tungelé” – Eduardo Mateo
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