Viaje a la sede episcopal
Arturo Madrid Lindsay
Fui
a Mercedes el otro día. A los talleres fui. Me gustan esos talleres: hay gente
y trajinando, y una casa bien grande, y un parral veterano, y un perro que es
amigo mío… y un infierno de papeles y el zumbar de las computadoras y los
reniegos del impresor…y un barrio tranquilo donde viven amigos…
Me
gustan los talleres…y la gente que trabaja…y los perros amigos…y el barullo de
los papeles…
Me
fui a Mercedes, el otro día…
Y
como siempre me fui una rato a la Catedral, y descansé un poco y recordé otras
catedrales en lugares idos, lugares ahora ya brumosos por el tiempo; esas
catedrales que “una escuela diferencial” transformara, tal vez, en único
símbolo de consuelo…
A
los talleres fui. Y después me vine en un ómnibus medio vacío. Una niñita se ubicó
en el asiento frontero. Vestía túnica y moña azul y la inocencia clara de todo
escolar…
Y
otra niñita a su lado…
Yo
venía tomando mate. Y con el rabillo del ojo, al no tener mejor
entretenimiento, observaba a las niñitas del asiento frontero. Y había como un
revolotear de manos…
Como
un revolotear de manos…Y algo muy lejano, algo que venía desde mi niñez entre
ingleses y alemanes empezó a removerse en mí…
-¡Quiero
caramelos!-
-No
podemos comprar, la plata la gastamos en bollos.
-¡Igual
quiero caramelos!-
Decían
las manos en su revoleo…
Entonces
en mi memoria se hizo presente mi tío William.
Tenía
un cierto misterio mi tío William. Yo me solía preguntar por qué nunca
levantaba la voz; por qué aquella voz tenía como un gutural encanto; y otra
cosa que me asombraba –tenía yo entonces como siete años- era la atención con
que escuchaba mis palabras. Me miraba fijo a la cara y nunca hablaba hasta que
yo terminara. Y otra cosa me asombraba; se hacía el distraído. Si no me veía
cerca y de frente, por más que yo gritara no me contestaba…Era así de raro mi
tío William.
Hasta
que un día la pequeña Jenny me dijo: el tío William es sordomudo, y tuvo la
suerte de ir a un lugar llamado Birmingham, que está en Inglaterra, y aprender
a hablar…
Fue
entonces que la amistad con el tío William se estrechó… y hubo cuentos y risas
y anéc dotas de ese lugar llamado Birmingham que quedaba en una tierra extraña
más allá de un mundo de siete años…
Entonces
mis manos –q ue habían permanecido
mudas desde que el tío William se fue para Jhannesburgo buscando plata solo
para encontrar la muerte- comenzaron a revolotear formando balbuceos de siete
años…
Y
una picaruela niñita de chispeantes ojos negros me contó que iba a la escuela y
me mostró sus cuadernos y libros escolares; y me contó de patos y aves que
había visto en un lugar de maravillas llamado Mauá. Y me dijo también que me
conocía, que yo había ayudado al bautismo de su hermanito en algún barrio de
esta Dolores del San Salvador…
Y
entre revoloteos de manos y silenciosos balbuceos arribamos a destino.
Entonces
compramos caramelos…
Entonces
yo, al regreso de ese viaje a la Sede Episcopal, conocí una maravillosa y
diferente personita llamada Antonella…
(Pág.
39 de Revista Hum-Bral Nº 6 del mes de junio de 1991)
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