AZORÍN, Y EL PRINCIPIO SUSTANTIVO DE LA VIDA
José Augusto Trinidad
Martínez Ruiz, mas conocido como Azorín, nació en Monóvar, Alicante, el 8 de
junio de 1873 y murió en Madrid el 2 de marzo de 1967. Sus inicios estuvieron
muy marcados por una sensibilidad de carácter anarquista y sus primeros títulos
respondían a esa ideología: Notas sociales (1896), Pecuchet
demagogo (1898).
Durante esos años viajó
intensamente por tierras de la meseta castellana, con el propósito de conocer
tanto su paisaje como la situación social de sus gentes, que entonces era de
extrema miseria. Compartió, junto a R. de Maeztu y P. Baroja, una viva
admiración por la obra de Nietzsche, así como doctrinas de carácter
revolucionario.
Se licenció en derecho y
se dio a conocer enseguida a través de sus colaboraciones en la prensa: de
hecho, el seudónimo Azorín apareció por vez primera en un
artículo publicado en España. Publicó asiduamente en periódicos y
revistas de la época. Una primera trilogía narrativa, compuesta por los
volúmenes La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903)
y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904), constituye un
extenso proceso de reflexión personal que lo llevó a cambiar radicalmente sus
posiciones. Desilusionado, sus propias conclusiones lo llevaron a adoptar un
ideario conservador al enfrentarse con algunos de los mitos finiseculares.
En ese momento, su prosa
despunta ya con fuerza por una extraordinaria valoración del objeto en sus
mínimos detalles, claridad y precisión expositivas, frase breve y riqueza de
léxico. Todo ello, en su tiempo, hizo que su obra supusiera una auténtica
revolución estética, si se la compara con el grueso de la producción
decimonónica.
Para el propio Azorín el
objeto primordial del artista no ha de ser otro que la percepción de lo
"sustantivo de la vida". En consecuencia, pues, con este propósito de
su particular técnica narrativa, y siguiendo de cerca los análisis que sobre la
obra azoriniana desarrolló J. Ortega y Gasset, lo decisivo no está en "los
grandes hombres, los magnos acontecimientos, las ruidosas pasiones [sino en] lo
minúsculo, lo atómico". Técnica impresionista, pues, que aspira a ofrecer
la esencia espiritual de las cosas mediante descripciones líricas en las que
predomine la emoción delicada y atenta.
Impregnándose de estos
valores, su narrativa se verá asaltada constantemente por la obsesión del
tiempo, la serena contemplación del paisaje, de la historia, y una renovada
sensibilidad ante los clásicos. En esta línea, aparecerán Los pueblos (1905), La
ruta de Don Quijote (1905), Castilla (1912), Clásicos
y modernos (1913), Al margen de los clásicos (1915)
y Una hora de España(1924).
Sus ensayos narrativos y
teatrales, poco apreciados por la crítica, conforman sin embargo otro de los
grandes capítulos de su obra: Don Juan (1922), Doña
Inés (1925), Old Spain! (1926), Brandy, mucho
brandy (1927), Félix Vargas (1928) y
Superrealismo (1929)
son algunos de sus títulos más notables.
Azorín, que también
escribió teatro, dio dos piezas que crean un vago ambiente de misterio: Lo
invisible (1928) y Angelita (1930), de éxito más bien
escaso. Su obra de vejez siguió presidida por los temas que dominan su visión
del mundo: la irrealidad de la vida, el ámbito del arte, la nostalgia por el
pasado de España: Madrid (1941), El escritor (1941)
y París (1945) son tres de los títulos de esta etapa final.
Académico de la lengua española desde 1928, lo esencial de su vida está
recogido en sus Memorias inmemoriables (1940).
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