RENÉ MAGRITTE, PINTOR DE
LA FANTASÍA
René
Magritte nació en Lessines, Bélgica, el 21 de noviembre de 1898 y murió en
Bruselas el 15 de agosto de 1967. Durante un primer período la obra de Magritte
estuvo fuertemente influida por la figura de De Chirico y por la atmósfera
misteriosa de sus pinturas. Más tarde entró en contacto con la vanguardia
parisina del momento, presidida por André Breton, y comenzó a desarrollar un
surrealismo que iría evolucionando con los años hacia un estilo muy personal,
cuyos símbolos giran con frecuencia alrededor de la relación entre el lenguaje
y sus objetos.
Contrario ya al automatismo, su pintura se hizo reflexiva
y minuciosa, y se caracterizó sobre todo por la asociación de elementos
disímiles entre los que establece ingeniosas analogías o nexos insólitos y
disparatados, pero convincentes dentro de la realidad pictórica. Así, sus
referencias se van haciendo cada vez más intelectualizadas, hasta el punto de
que muchas de sus obras deben leerse en relación con las tesis del
estructuralismo. Son habituales en sus cuadros los juegos de duplicaciones,
ausencias y representaciones dentro de representaciones.
Los cuadros de Magritte no son revelaciones oníricas ni
jeroglíficos cuyo sentido hay que descifrar. Obras como Tiempo pasado (1939,
Art Institute, Chicago) no ilustran nada en concreto, en ellas no hay nada más
que la magia de una locomotora suspendida en una chimenea que actúa como túnel.
Igualmente fantástica es la noche de oscuridad impenetrable que rodea una casa
recortada contra un misteriosamente luminoso cielo en El imperio de la
luz (1953-1954, Colección Peggy Guggenheim, Venecia). No hay otro
enigma en Los amantes (1928, Colección privada, Nueva York) que el
de sus rostros desconocidos aludiendo quizá a la imposibilidad de saber quién
es el otro. Magritte manipula imágenes cotidianas como un juego con el que
quiere devolvernos la frescura de la mirada.
En cuadros como Esto no es una pipa (1928)
muestra el equívoco que subyace en la formulación de la pintura como
representación de la realidad, y evidencia el décalage entre el
lenguaje y la cosa que designa poniendo en cuestión la equivalencia entre la
palabra y la imagen, y entre ésta y el objeto. La breve emoción de este
descubrimiento es lo que Magritte nos ofrece como maravilloso, porque para la
construcción de lo fantástico no hacen falta grandes alardes imaginativos,
basta con la violación de las leyes que rigen el orden común poético de las
cosas, con cuestionar la solidez de los principios, siempre convencionales y
estereotipados, sobre los que construimos nuestra existencia cotidiana.
Magritte parodió además en ocasiones cuadros célebres,
creando de los mismos una especie de versión surrealista. Un conocido ejemplo
es Madame Récamier de David (1949, colección privada), en el
que copió el conocido retrato de Jacques Louis David substituyendo a la señora
por un ataúd colocado en su misma pose. Otros cuadros famosos suyos son La
llave de los campos (1936), Los compañeros del miedo (1942)
y El hijo del hombre (1964).
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