Mil
nueve años después: ¿Qué tiene
que
ver uno con otro?
Roberto
Sari Torres
Cuando Dámaso
Larrañaga pasó por San Salvador
(Dolores hoy) regresaba de “Purificación” donde
había ido a
entrevistarse con Artigas. Trae la
venia del Jefe para fundar
la primera Biblioteca Nacional que
será en 1816. El sacerdote vadeó el río por el “Paso de la cruz”; 300 metros aguas
arriba del puente
de ruta 21. La
etapa culmina en la Capilla Nuestra Señora de los Dolores, pasando por calle Zapicán (Barrio Calvo), entonces el
segundo camino para conectar con
el Camino Real en el mismo momento de la
fundación el 22 de setiembre de 1801.
Es
junio de 1815 y Larrañaga pasa por “Zapicán” anottando que al costado de la
hirsuta huella humea un horno ladrillero y luego
que el breve rancherío de no
más de 20 viviendas,
comienzan a levantarse
las primeras casas con ladrillo
cocido sobre “el infierno” de
boquillas atizadas con poderosa leña de algarrobo,
espinillo, coronilla, del gran monte sansalvadoreño de aquellos años.
La memoria
legendaria de en dónde
comenzó a practicarse el fútbol acá, cuenta que la
pelota picó una tarde de 1906 en campo abierto al noreste del cementerio municipal, casi
naturalmente nivelado al Sur de la calle
Zapicán, el timbó e ibiriapitá. La marca
de la cava en la tierra se distinguía
hasta hace unos 30 años .
Y por ahí estuvo uno de
los hornos, en Timbó y Florentino Calvo. Un viejísimo don Miguel Basalle, de Artigas casi Oribe, recordaba en 1992 que el horno del Siglo
XIX estuvo hasta 1900.
Don Miguel agregó
el haber visto a unos muchachos correr tras una pelota de cuero, campo arriba de la cava del
horno apagado, al lsur de la calle
Florentino Calvo, abierta en 1960 paralela a Zapicán.
Don Miguel
no muy seguro decía que el horno
había sido fundado por un tal Vasco
Arzú, y en manos de sus descendientes se mantuvo durante todo el
Siglo XIX. Como no n tenía
otra cosa, di por
bueno todo el dato… hasta hace unos
meses, cuando me visitó un descendiente de
novena o décima generación de aquel hornero de 1815. No era
Arzú el apellido sino Amuz, y
genealógicamente no era vasco sino
turco, de los inicios del segundo milenio.
Dámaso Antonio Larrañaga (Montevideo, 10 de diciembre de 1771 – 6 de febrero de 1848) |
El visitante Sr.Amuz, llegó en busca
de alguna referencia que
despejase la incógnita sobre la
verdad o leyenda del horno y su histórico ladrillero… y
estuvo sentado en el radio
de 50 metros alrededor del horno bicentenario y del
primitivo pisadero, certificado por mi
mismo al
ver y balizar bajo tierra del
barrio Calvo parte de un
pilar de las boquillas de tal horno
sansalvadoreño del silo XIX (del año 1814 estimativamente). En algún
momento del milenio aquella
génesis llegó al norte de España y hace
más de
dos siglos una rama de aquel
árbol curo-asiático llegó hasta
estas tierras. El primer Amuz
aparece en el año 1007 en el registro civil de Turquía. Me impresionó
particularmente la dedicación de sus
antecesores de este Sr.Amuz. sentí
que aquel bicentenario Amuz ladrillero, cuando llegó al barrio, ya traía
una habilidad ancestral
ladrillera en sus manos, un antiguo conocer su técnica de
molde, trabajo y quema aprendido
en la evolución de la civilización.
Fotografía extraída del libro "Centenario del Dolores Foot-ball Club y otros cuentos" de Roberto Sari Torres, 2008. |
Pero no
es de evitar pensar que en 1868 se
fundaba la estancia La Concordia de firma inglesa. Ellos venían de un país que había inventado el fútbol y fundado su liga rectora en
1863. El nuevo deporte hacía furor y el
rumor al parecer llegaba a La Concordia,
lugar propicio para su práctica con miles
de hectáreas de campo para correr
tras la pelota inglesa. A solo
cuatro leguas de acá, el furor
del futbolista llegó también
a los campitos orilleros doloreños, en donde además vivía la
mayoría de los más
de 100 peones que en aquel
latifundio trabajaban y vivían.
Cuando en
1908 el Dolores Football Club saltó a la cancha de la Plazoleta Romero a disputar
con el Independiente Football Cllub
el primer partido de nuestra
historia local, ambos cuadros lo hicieron sin saber qué compleja urdimbre los sostenía, entre ladrillos del vasco-turco Amuz –origen año 1907- y el paso
del Cura Larrañaga, todo resuelto 1009 años
después, nada más. Mil nueve años!
Eso explicaría
por qué a veces, sobre la urdimbre de la narrativa histórica, desde las
alturas del tiempo, parece precipitarse mansamente una lluvia de
melancólica antigüedad e inexplicable nostalgia.
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