domingo, 12 de septiembre de 2010

Manuscrito en una botella


Más de medio siglo llevaba enterrada en una plaza una botella encontrada este lunes en el pueblo de Montegrande, en Chile, y que contenía un mensaje escrito nada menos que por Gabriela Mistral en 1954, tres años antes de su muerte. La escritora escogió ese emplazamiento para enterrar el manuscrito por estar al frente de la antigua casa-escuela donde transcurrió su infancia.



Como muestra la imagen, buena parte del manuscrito ha sido desfigurada por la humedad, por lo que la Municipalidad ha pedido ayuda para su restauración. Pero estas cosas siempre generan fascinación, pues de alguna manera es como si se abriera un agujero de gusano que permitiera entrar en contacto con la celebridad. Así, el hallazgo entraña ahora el problema de quién se lo queda: La municipalidad del pueblo reclama ahora que la reliquia se quede en la ex escuela, que actualmente es un museo, porque “la botella es de la gente de Montegrande”, señaló el alcalde, que espera contar con el apoyo del Consejo de Monumentos Nacionales. Fuentes de este organismo dijeron hoy a Efe que no va a haber un pronunciamiento sobre el tema hasta que se determine si corresponde a su jurisdicción.
Enterrado por la propia Mistral, el mensaje fue escrito en ocasión de la colocación de la primera piedra de un parque infantil. Hacia el centro, invencible ante el tiempo, la firma de la autora. Un hallazgo invaluable, especialmente si se piensa en el largo camino de regreso a casa que hace pocos años recorrió su legado desde Estados Unidos.



extraído en http://jorgeletralia.blogsome.com/
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Actualmente se ha perdido la costumbre de escribir cartas. Y mucho menos manuscritas. Un hábito que en algunos cultores, gracias a la caligrafía y a la maestría al redactarlas las convierten en verdaderas piezas literarias. Gabriela Mistral era, además de exquisita poeta, una buena exponente en este arte. Cartas de amor y desamor. Donde se confiesan angustias, miedos, incertidumbres, y fundamentalmente donde late la vida de los protagonistas.
Aquí les ofrecemos tres claros exponentes: Gabriela Mistral, Fedor Dostoiesky, y Franz Kafka.


De Gabriela
Acabo de leer su fecha 25-26. Ya fueron de aquí dos mías que Ud. ya ha leído. Por ellas sabe la causa de ese silencio que casi fue definitivo. ¿Razones para esa resolución extrema? me dirá Ud. Ninguna, Manuel; si desde algún tiempo yo he salido de la órbita donde se mueven los seres equilibrados. Pero ya el torbellino pasó, Ud. lo ha visto. Perdóneme tantas miserias y quiera justificarlas: ¡Me han hecho tanto mal en mi vida! Agregue a eso la convicción sencillamente horrible que tengo sobre mí: nadie me quiso nunca y me iré de la vida sin que alguien me quiera ni por un día. Estoy muy triste de saberlo enfermo, primero, por lo que Ud. padece; segundo, por todo lo que sobrevendría si Ud. se agravara. Cuando uno se enferma de grave mal nos consideran propiedad suya, como un objeto triste, los nuestros. Así lo tomarían a Ud. y yo no podría verlo jamás. ¿Comprende mi amargura? Es preciso que Ud. sane, porque quizás teniendo salud la vida nos ponga una fisonomía menos dura. A pesar de la ráfaga de locura que me pasó por la cabeza y por el corazón, yo le pido que confíe en mí. Mi verdad se la diré siempre. Le contaré todos mis tormentos, mis dudas, mis vergüenzas y mis ternuras.

Hoy ya no tengo mi paz de ayer. ¿Lo notó en la hoja que agregué a mi anterior? Pero yo soy robusta y puedo resistir mucho. Quiero que no discutamos "la manera de querernos". Si el amor es lo que Ud. me asegura, todo vendrá, todo, según su deseo. Si estoy en un error muy grande separando la carne del alma, toda mi quimera luminosa será aplastada por la vida y querré como Ud. desea que quiera. Pero no me engañe, Manuel, no me dé una mano reservando la otra para retener quién sabe a que fugitiva. Yo no estoy jugando a "querer poetas"; esto nos me sirve de entretención, como un bordado o un verso; esto me está llenando la vida, colmándomela, rebasando al infinito.

Dígamelo todo. (En poco más le diré cómo me escribirá con confianza.) Y cuando me conozca y el edificio dorado se derrumbe, sea honrado, dígamelo también. Yo no le pediré sino eso: lealtad, nada más. Yo lo sufriré todo: el no verlo, el no oírlo, el no poder decirle mío porque mío no puede ser; todo, menos que juegue con este guiñapo de corazón que le he confiado con la buena fe de los niños. Sane, no haga desarreglos; no se desabrigue; no ande demasiado; levántese tarde; no se exalte, coma abundantemente. Espero con ansia su carta. ¡No sé de su corazón hace tanto tiempo! Como sus cartas me dicen poco de él, se me antoja extraño, lleno de otros sentires, consumido de otra fiebre, repleto de otras cosas. ¡Si yo pudiera creer un momento siquiera que al menos hoy es mío, bien mío! ¡Si en este momento de ternura inmensa te tuviera a mi lado! En qué apretado nudo te estrecharía, Manuel! Hay un cielo, un sol y un no sé qué en el aire para rodear sólo seres felices. ¿Por qué no podemos serlo? ¿Lo seremos un día?

Tu L.

26 de feb.



Cartas de amor de Gabriela Mistral. Sergio Fernández Larraín (comp. y notas). Santiago, Ed. Andrés Bello, 1978.



Fedor, el jugador

"Hamburgo, 24 de mayo de 1867.

ANNA, mi querida, amiga mía, perdóname, no me trates de cobarde: he cometido un delito: he perdido todo lo que me enviaste, todo, hasta el último pfenning. Lo había recibido ayer, ¡y ayer perdí todo!. Anja, mi querida ¿cómo podré ahora arriesgarme a mirarte?¿Qué me dirás? No le temo a nada, sólo a lo que puedas pensar de mí. Sólo tu juicio me da miedo. ¿Podrás, tendrás la fuerza de estimarme todavía? Y ¿qué vale un amor sin estima? Alma mía, no me acuses irrevocablemente. Odio el juego y no sólo ahora, también ayer y antes de ayer lo maldecía. No bien recibí el dinero, lo cambié y bajé con la idea de ganar algo, una insignificancia quizás, para aumentar lo poco que tenemos. Estaba absolutamente convencido de ganar. Y, al principio, gané algo y luego, cuando comencé a perder, quería rehacerme y, en cambio, perdía cada vez más. Entonces seguí jugando para recuperar por lo menos lo que necesitaba para mi regreso: ¡perdí todo! Anja, te suplico que tengas piedad de mí: es mejor que me juzgues libremente. Pero yo no tengo miedo. Por el contrario: ahora, después de una lección tal, me siento más tranquilo para el porvenir. Ahora, es necesario trabajar, ¡trabajar! Demostraré lo que todavía puedo hacer. No sé como podremos arreglarnos, pero Katkov no me negará anticipos; y pienso que todo el resto dependerá de la calidad de mi trabajo. Si el trabajo es bueno, tendremos dinero. Ah, si la cosa me hubiera concernido sólo a mi, me habría echado a reir y habría partido. Pero tú no podrás dejar de juzgar mi conducta y eso me perturba y me atormenta, Anja, con tal de que no pierda tu amor. Con lo mal que nos van las cosas, he gastado, entre el viaje a Hamburgo y lo perdido, más de mil francos, trescientos cincuenta rublos ¡un verdadero delito! Pero, si los he perdido, no ha sido por capricho, por avidez, no para mí no. Tenía otra finalidad. Pero ahora no es el momento de justificarlo. Debo volver junto a ti lo antes posible. Envíame en seguida el dinero necesario para partir, aunque se tratase del último. No puedo y no quiero quedarme aquí más tiempo. Junto a tí pronto, junto a ti para abrazarte. Dime, ¿tú me abrazarás, verdad? Ah, si no hubiese sido por el mal tiempo, habría podido ir ayer a Francfort y no habría sucedido nada; no habría jugado. Pero con un tiempo tal, con el dolor de muelas y la tos, no tenía posibilidad de viajar y de pasar toda la noche con el abrigo de verano. Era imposible, absolutamente imposible, habría corrido el peligro de enfermarme. Pero ahora, ni siquiera esa posibilidad podrá detenerme. No bien recibas esta carta, envíame diez imperiales, es decir noventa guides, para pagar mis deudas y partir. Hoy es viernes; el domingo los recibiré y en seguida, en el día partiré para Francfort; allí tomaré el rápido y el lunes a la tarde estaré contigo. Angel mío, no vayas a pensar que con este dinero vuelva a jugar y perder. No me ofendas hasta ese punto. No tengas tan mala opinión de mí. Todavía son un hombre, hay en mí algo de humano.

Que no se te ocurra, por desconfianza hacia mí, la idea de venir a buscarme tú misma. Tanta desconfianza me mataría. Te doy mi palabra, mi palabra de honor de que partiré en seguida, a pesar de todo, a pesar de la lluvia y el frío.

Te abrazo. ¿Qué pensarás de mi? ¡Oh, como me gustaría estar junto a ti cuando leas esta carta! Tuyo

F.D.

P.D. Angel mío, no te preocupes por mi. Vuelvo a repetirte, si estuviese solo, me limitaría a reír de lo que me ha sucedido. Eres tú, el juicio que tendrás sobre mí lo que me hace sufrir. Esto es lo único que me atormenta. Hasta pronto. ¡Ah, que yo esté contigo aprisa, aprisa! ¡Más rápido!"


Fedor Dostoievski conoció a Anna Grigorievna Snitkina cuando la contrató para mecanografiar una de sus novelas. Pronto Anna se convirtió en su segunda esposa. En 1867 Dostoievski, empedernido jugador, viajó a Leipzig. Desde allí escribió a Anna cartas que son una radiografía de la mentalidad apostadora y, por desgracia, perdedora.



Franz a Milena

"Domingo por la noche


Hay algo que me ha molestado siempre en tu argumentación. En la última carta surge con toda claridad, Se trata de una falla indudable que tú misma puedes controlar; cuando dices que amas tanto a tu marido (cosa que es cierta), que no puedes dejarlo (aunque no sea por mí, no sé si me entiendes: para mi sería horroroso que lo hicieras a pesar de todo); te creo y te doy la razón. Cuando dices que tú lo podrías abandonar, pero que él te necesita interiormente y no puede vivir sin ti y que por eso no puedes abandonarlo, también te creo y te doy la razón. Pero cuando dices que exteriormente él no es capaz de enfrentar la vida sin ti y que por eso (eso tomado ahora como razón principal) no puedes dejarlo, una de dos: o lo dices para disimular las razones antes señaladas (no para reforzarlas, porque esas razones no necesitan ser reforzadas) o se trata sólo de una de esas bromas de la mente bajo las cuales el cuerpo -y no sólo el cuerpo- se retuerce".


Frank Kafka (1883-1924) mantuvo una tormentosa relación con Milena Jesenska. El tortuoso romanse se interrumpe a pedido de Franz.
Milena provenía de una familia burguesa de Praga, y pasó a ser una de las mujeres mas importantes del Siglo XX: periodista de moda y política, traductora, impulsora de vanguardias checoslovacas, militante anti stalinista (en pleno auge de Stalin), militando contra el nazismo. Murió tras cuatro años de padecimientos en el campo de concentración de Ravensbük. Cuando Milena se entera de la muerte de Franz, escribe un artículo sentenciando: “Era un hombre y un artista dotado de una conciencia tan aguda que escuchaba incluso donde los otros, sordos, se sentían en total seguridad”.

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