Manifiesto de una editora para el siglo XXI
Sara Lloyd Pan Macmillan
Las ventas de papel impreso descienden. Según el informe del National Endowment for the Arts publicado en 2007 con el título To Read or not to Read1,
tanto la competencia lectora como el grado de lectura voluntaria de material impreso tradicional entre los jóvenes muestran una tendencia decreciente. Los editores de libros de texto se esfuerzan por vender y hacen campaña para advertir a los estudiantes de la necesidad de utilizar sus productos. La ficción en tapa dura casi ha seguido el camino de los dinosaurios. El debate sobre “acceso abierto” va en aumento. Editores y libreros se reagrupan. Cada vez se producen más y más libros, pero en la calle cada vez hay menos y menos elección. El tiempo de ocio se dedica cada vez menos a los libros y la lectura, incluso a la televisión, y más a la Red, a webs de relación social, blogs, mensajería instantánea, webs para compartir vídeo y música. La economía de la atención se está encogiendo, y muy deprisa. La investigación académica es, para muchos estudiantes, pura búsqueda. Afrontémoslo: para la mayoría de estudiantes, solo existe Google. ¿Quién necesita ya los libros? Y más precisamente, ¿quién necesita editores?
En un mundo “siempre conectado” en el que todo empieza a ser digital, en el que el contenido es cada vez más fragmentado y “a bocaditos”, en el que los “prosumidores” combinan los papeles tradicionalmente dispares de productor y consumidor, en el que la búsqueda sustituye a la biblioteca y en el que los mash-ups multimedia –no el texto– atraen a los nativos digitales que rápidamente constituirán el mercado de masas de mañana, ¿qué papel pueden desempeñar aún los editores y cómo tendrán que evolucionar para seguir manteniendo un papel en la cultura de la lectura y la escritura del futuro? ¿Existirá siquiera una cultura de la lectura y la escritura tal como la conocemos? La industria editorial ¿está actuando lo bastante deprisa y trabajando con la suficiente creatividad para adaptarse a las nuevas economías de la información y el ocio?
La edición es una industria antigua y establecida, con los cimientos firmemente plantados en la cultura impresa. El modelo editorial ha evolucionado a lo largo de la historia de una manera muy lenta y orgánica.
Los editores se han sentido cómodos con este cambio a ritmo pausado.
Dicho de una manera simple, el viaje de un texto desde el autor al lector ha sido un viaje lineal, en el que tradicionalmente los editores han desempeñado las funciones intermediarias de árbitro, filtro, custodio, comercializador y distribuidor. Estas funciones se han desdibujado un poco en los bordes, se ha retocado un poco el proceso, pero sin cambios radicales.
En el mundo literario, los agentes han asumido, al menos en parte, las funciones de árbitro y filtro. Los libreros se han convertido hasta cierto punto en comercializadores, y ocasionalmente incluso en editores. Sin embargo, en líneas generales, las distintas etapas del proceso han estado claramente delimitadas y el papel del editor claramente definido. Desde el punto de vista de la letra impresa, al menos, los editores han ofrecido un conjunto de capacidades clave relativamente único: producir, almacenar y distribuir el producto al mercado. El auge continuado de Internet ha empezado a trastornar esta estructura lineal y a introducir la circularidad de una red. Quizá más significativamente, ha empezado a plantear la clara posibilidad de desintermediación de los editores al suprimir, más o menos, el obstáculo que justificaba la única oferta crítica hasta ahora exclusiva de los editores: la distribución.
(Extraído de www.casalitterae.cl)
No hay comentarios:
Publicar un comentario