viernes, 30 de septiembre de 2011

EFEMÉRIDES

2 octubre
1912
 nace en Mercedes Máximo C. Maneiro Vázquez


Autor de varias novelas, piezas teatrales y libros de poesía: Escribió además 5 novelas: «Gleba la del río» (1950), «El despertar de Mamá Petrona» (1952), «El hombre del Boulevard» (1957) -aún inédita-, «S.A.» (1963) -con prólogo de Paco Espínola-, y «Servando»; aún inédita. Editando en forma artesanal, un libro mimeografiado por él, «Pinocha», poesías (1967),  dejando también inédito un libro de poesías «Pontón 71», y “Cumbres” (teatro).
Francisco Espínola en  Francisco Espínola en el prólogo de la novela «S.A» expresaba: «Solitario, modesta, laboriosa, austeramente, Máximo C. Maneiro Vázquez ha ido erigiendo entre nosotros una obra literaria que, a esta altura, ya merece por cierto, sea fijada en ella la atención colectiva». Agregando: «Siéndome Maneiro intelectual y personalmente desconocido, entré en contacto con su actividad en 1950, cuando tuve que apreciar Gleba, la del río, novela sometida al Jurado de Remuneraciones Literarias del Ministerio de Instrucción Pública, y que resultó premiada por unanimidad. Me sorprendió ignorar a un escritor de nuestro medio cuyas excelencias rompían los ojos. El afrontaba en Gleba, la del río un tema que, además de muy sugestivo, no ha sido frecuentado entre nosotros: el del ambiente y los seres que viven en poblaciones borderas de nuestros ríos interiores. (¿Pero, acaso, no son tales todos los del Uruguay? ¿Pero es que esa tan ancha extensión de agua, al Plata, le podemos llamar río?) Y aquel tema, digo, y aquellas criaturas están tratados en tal forma, que se tiene siempre la sensación de enfrentarse a una realidad viva, casi documental, sin que en ningún momento se disipe durante la lectura -he aquí la hazaña- la sensación de arte.
Un verdadero hormigueo de personajes hace dificilísimo el manejar la narración sin tornarla confusa. Sin embargo, Maneiro la cumple con conmovedora, con admirable -¿a qué vacilar en la aplicación del término? -, con admirable destreza. Y se permite el lujo, además, de vincular esos personajes a sus cosas características y al ambiente que le pertenece, sin eludir el cúmulo de problemas que ello presenta, no contentándose con dejarlos como colgados altamente en el aire, semejantes a vacíos esqueletos humanos, lo que es harto frecuente, y no sólo aquí.
Algunas escenas, por lo complejo de la forma contrapuntística en que están realizados, constituyen ejemplos de cómo se plantean y se resuelven arduos, muy arduos modos de componer -a veces exigidos sine qua non por el tema-, y cómo se llega a poder ostentar las palmas de la victoria a los ojos de aquellos lectores para quienes el arte de leer es, como quería Claudel, ‘un acto grave’. Y agregando nuevos elementos a esa entre nosotros insólita orquestación, finuras de relampagueante ironía, finuras sicológicas, finuras de observación del mundo natural: así una tierna sonrisa asoma acá y allá como bichito de luz; secretas pulsaciones del corazón humano hácense sensibles, de pronto, desde un gesto, desde una mirada, desde una palabra, apenas; todo un caudal de cosas, de costumbres, de usos bien diferentes de los de la ciudad y del campo, surgen con vivísima nitidez, sin que en momento alguno, perdidos los estribos del artista por cariño al asunto o por ostentar galas de conocedor, haga su aparición el afán enumerativo».

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