viernes, 30 de septiembre de 2011

¿Mentira o fingimiento?


Umberto Eco

Algunos lectores toman las novelas tan seriamente como si fueran historias no ficticias, y empiezan a atribuirle al autor las opiniones de los personajes. He estado pensando en este tema desde que empecé a prepararme para pronunciar un discurso en la Milanesiana, evento cultural bien conocido que se celebra todos los años en Milán. El tema del evento de este año, que se llevó a cabo en junio, fue “verdad y mentiras”, y en mi discurso hice algunas observaciones sobre la ficción narrativa. ¿Una novela es un ejemplo de mentira?

Tomemos la célebre novela de Alessandro Manzoni, “Los Novios”. Cuando Manzoni escribió que el personaje de Don Abbondio se encuentra con dos valentones cerca de la ciudad de Lecco, él sabía muy bien que estaba narrando una historia de su propia invención. Pero no estaba mintiendo: él estaba pretendiendo que los eventos de su relato realmente habían ocurrido y le pedía al lector que tomara parte de esta ficción, del mismo modo en que podemos consentir que un chico tome una vara y pretenda que es una espada.
Naturalmente, la ficción narrativa requiere de señales, desde la palabra “novela” impresa en la portada del libro hasta la frase inicial, como “Érase que se era”. Pero en algunos casos, el autor construye una capa adicional de artificio. Consideremos la premisa inicial de “Los viajes de Gulliver” de Jonathan Swift. “El señor Lemuel Gulliver (...) hace tres años, habiéndose hartado de la concurrencia de gente curiosa que venía a verlo en su casa de Redriff, adquirió un pequeño terreno cerca de Newark. (...) Antes de salir de Redriff dejó la custodia de los siguientes papeles en mis manos. (...) Los he leído detenidamente tres veces y tengo que decir que (...) hay un aire de aparente verdad en todo el conjunto. Y en efecto, el autor se había distinguido tanto por su veracidad, que se había vuelto casi un proverbio entre sus vecinos de Redriff, cuando alguien afirmaba algo, decir que era tan cierto como si lo hubiera dicho el mismo señor Gulliver.” En la portadilla de la primera edición de “Los viajes de Gulliver”, el crédito corresponde no a Swift, sino a Gulliver, lo que refuerza la idea de que el relato fue escrito por el personaje titular.

Quizá no siempre se haya engañado a los lectores. Desde las “Historias verdaderas” de Luciano de Samosata en adelante, vemos que, a fin de cuentas, esas exageradas afirmaciones de verdad suenan más bien como señales de ficción. Pero la novela suele poseer una mezcla tan imbricada de imaginación, eventos y referencias al mundo real que el lector corre el riesgo de perder la cordura.

Así pues, llega a suceder que algunos lectores toman las novelas tan seriamente como si fueran historias no ficticias, y empiezan a atribuirle al autor las opiniones de los personajes. Como novelista, yo puedo decir por mi experiencia que, en cuanto las ventas de la novela superan, digamos, los 10 mil ejemplares, nos expandimos de un público acostumbrado a leer ficción a uno más amplio, pero menos consciente, que lee novelas como si fueran una serie de afirmaciones verdaderas. Me recuerda los teatros tradicionales de títeres de Sicilia, en el que los espectadores a veces se enganchaban tanto en la historia que efectivamente insultaban al personaje del villano clásico, Gano di Maganza.

En mi novela “El péndulo de Foucault”, el personaje de Diotallevi se burla de su amigo Belbo, que está obsesionado con las computadoras, cuando le dice: “La Macchina esiste, certo, ma non è stata produtta nella tua valle del silicone” (La máquina existe, cierto, pero no fue producida en tu valle de la silicona). Un colega mío, que da clases de ciencias, me señaló sarcásticamente que la traducción correcta en italiano de “Silicon Valley” es “Valle di Silicio”, no “valle del silicone” (silicio, y no silicona). Yo traté de explicarle que eso tenía la intención de ser un chiste. Le señalé que las computadoras están hechas de silicio y le dije que, si se hubiera tomado la molestia de seguir leyendo, habría encontrado que, cuando Garamond le dice a Belbo que considere a la computadora en su “Historia de los metales” pues está hecha de silicio, Belbo le responde: “Pero el silicio no es un metal, es un metaloide”. Y le dije también que en el pasaje del “valle de la silicona”, no era yo quien estaba hablando sino Diotallevi. En primer lugar, el personaje de Diotallevi no necesariamente tiene un conocimiento perfecto ni de ciencias ni de inglés. Y en segundo lugar, Diotallevi estaba burlándose de las malas traducciones del inglés, como cuando traducen “hot dog” literalmente. Mi colega me dedicó una sonrisa escéptica, convencido claramente de que mi explicación era tan sólo un parche inventado para cubrir mi error.

Éste es el caso de un lector que, aunque con estudios, no obstante no pudo tener la perspectiva de leer una novela en su conjunto, conectando las diferentes partes. También, evidentemente, era impermeable a la ironía. Y por último, tampoco pudo distinguir entre el punto de vista del autor y el de los personajes. Para tales lectores, el concepto de “fingimiento” es completamente ajeno.

*Escritor y ensayista italiano autor entre otras novelas de "La misteriosa llama de la reina Loana", junto con "'Baudolino", "El nombre de la rosa" y "El péndulo de Foucault".

Extraído de: www.laondadigital.com

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