viernes, 2 de diciembre de 2011

Hablando de Bueyes Perdidos

Ahora…seguís vos

                                                                                                                                           Ángel Juárez Masares

Hace muchos años un hombre muy joven quiso tener una casa pero no sabía cómo hacerla.
Entonces le pidió ayuda a su padre, porque él se ganaba el sustento haciendo casas para los demás, y sí sabía como hacerlas.
Fue así que los fines de semana el hombre mayor desbrozó el terreno de maleza, cavó los cimientos y los rellenó con piedra y cemento para que la casa tuviera una base sólida.
A veces el hombre llegaba de su trabajo y pese al cansancio de la jornada, tomaba unos mates sentado bajo un árbol, y luego trenzaba hierros, “tiraba” niveles, y “encofraba” vigas para la casa de su hijo. Así hasta que la oscuridad llegaba, y palas y azadas iban a parar a un tanque con agua hasta el día siguiente.
Varios fines de semana pasaron hasta que el caos primigenio comenzó a tomar forma. En cada esquina de la construcción el hombre colocó listones de madera perfectamente aplomados, desde donde partían los hilos que harían de guía para comenzar a poner los ladrillos que –a partir de allí- dejarían de ser piezas sueltas para convertirse en paredes.
Y fue entonces que un domingo, temprano en la mañana, el hombre hizo una montaña de arena y comenzó a mezclarla con agua y cemento hasta convertirla en una pasta pesada y gris.
Tomó luego un balde vacío y poniéndole dentro la cuchara de albañil, dijo:
-Acá tenés la mezcla. Ya viste como se hace, ahí están los ladrillos. Ahora seguí vos-
Y se fue lentamente buscando su tabaco en un bolsillo del  pantalón de tela azul.
El hombre joven nada dijo. Se quedó allí, de pié y con el balde en la mano mirando aquella espalda hasta que se perdió calle abajo. Luego llenó el balde y puso su primer ladrillo cuidando que estuviera perfectamente alineado con el hilo que servía de guía.
Hoy el hombre que construía casas para los demás no está, y el joven que puso aquel primer ladrillo dejó de serlo hace años. La casa aún está firme sobre la tierra, y en sus paredes quedaron los llantos y las risas de los niños, los domingos de tallarines y los cumpleaños con globos, torta, y coca cola. También están  en los ladrillos las lágrimas que forman parte de la vida, mezcladas con las decepciones y los pequeños triunfos cotidianos.
Sin embargo el hombre que hoy no es joven aún recuerda las palabras del que ya no está.
-…ahora seguís vos-
Cuando eso ocurre, le alcanza solo con cerrar los ojos un momento para sentir en la mano el peso de aquel primer ladrillo, y se asombra, una y otra vez ante aquel gesto lleno de profunda sabiduría.
¿Cómo supo el hombre que sabía construir casas, que no debía que construir la de su hijo?
¿Como supo que aquel balde vacío estaba lleno de futuro?
A más de cuarenta años de aquel terreno lleno de pasto y cardos espinosos;  aplastado por montones de arena que dejó caer el reloj del tiempo, y con el cuerpo lleno de los moretones que deja la vida en cada uno, el hombre que ya no es joven agradece. No lo hace ante la tumba del otro, porque no recuerda dónde está, y no le importa. Lo hace haciendo. No importa si a veces lo hace mal. Lo hará de nuevo hasta que le salga bien.
Todos los días el hombre que ya no es joven se levanta y toma el balde vacío que su padre le puso en las manos, porque al final del día debe estar lleno.
Al hombre que ya no es joven no le gustan los discursos. Tampoco pretende ni desea que cuando se pone a hablar de bueyes perdidos, alguien confunda sus divagues con ejemplos. Cada uno hará de su vida lo que estime correcto, lo que sepa, o lo que pueda. Bastante hipocresía ha visto ese hombre para pretender cambiar el mundo. En todo caso: …ahora, seguís vos…-

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