El gorrión rebelde
El 2 de febrero
pasado se cumplieron 86 años del nacimiento de Julio Sosa (1926-1964), "El
varón del tango". El recio cantor de tangos nacido en Las Piedras, hijo de
un peón rural y una domestica y lavandera que hizo de todo para sobrevivir
hasta convertirse en una de las voces indiscutidas de la música típica.
"Desde los doce hasta los dieciocho años hice de todo: lustré zapatos,
vendí diarios, hice rifas, repartí pan, fui ayudante de farmacia, trabajé de
mozo, fui pinche de cocina, vendí sandwiches de chorizo en el hipódromo, fui
guarda de ómnibus, podador de árboles de la municipalidad, trabajé cargando
pedregullo en los camiones de la cantera de mi pueblo. Duraba muy poco en los
trabajos, pues lo que quería era cantar –recordó Sosa en sus Memorias, editadas
en abril de 1964-. Caminé días enteros vendiendo cuadros, mejor dicho, tratando
de vender, porque nadie me compraba ninguno". Agregando más adelante.
"Desde que abandoné la escuela hasta que cumplí dieciocho años, hice de
todo, pero debo confesar que jamás permanecí más de dos semanas en dada empleo.
Mi vida de gorrión callejero y mi
natural rebeldía me impedían soportar órdenes despóticas y vivir esclavizado
por el despertador. Lo único que me gustaba era cantar".
Poseedor de un peculiar registro vocal que lo convirtieron
en uno de los recios del tango, y para su pesar de una vida conflictuada y
tortuosa. Murió quizá persiguiendo esa
felicidad que no pudo alcanzar en los tres casamientos. Felicidad que iba más
allá de la fama y el éxito que su voz despertaba en la platea y que lo
convirtieron en un ídolo de toda una generación. En 1949 cruza el charco
buscando nuevos horizontes ingresando a la orquesta Franchini-Pontier, y de ahí
en más su carrera se convirtió en vertiginosa. Apenas 15 años le bastaron para
convertirse en uno de los referentes del tango, dejando grabado 142 temas.
CON OJOS MÁS BUENOS
Una faceta poco recordada de Julio Sosa es la de poeta. Si
bien publicó un único volumen de poemas ("Dos horas antes del alba",
Editorial Logos, 1960), estos constituyen una verdadera muestra de esos
conflictos internos del cantor. Compuesto por veinticuatro poemas, Julio Sosa
explica al comienzo que "cuando mi alma a punto de asfixiarse o mi corazón a punto de estallar,
bajo el mandato de la alegría o el lapidario peso del dolor (más por éste, que
por aquella), necesitó de la sangría que le aliviara, mi pluma obró el milagro
de devolverme la paz, me enseñó a enfrentar la vida con más valor y a mirar a
mis semejantes con ojos más buenos..."
El Error
El erótico error de mis padres me dio a luz.
Yo me llamo: Fracaso.
Es mentira que tengo otro nombre:
El severo y absurdo papel de un juzgado.
Fue un orgasmo fatal de un momento.
Fui un instinto morboso y malsano.
Y pasé de mi padre a mi madre
por un tuvo convulsivo y enfermo,
una noche, hace ya, treinta años.
Pude estar encerrado en el vidrio,
de la feria brutal de algún sátiro.
Por error he nacido y existo
sin poder ayudar a la ciencia,
conservado en el fondo de un frasco.
Pude ser una obra suprema
de monstruosa fealdad: una bestia.
Pero tengo un defecto que impide
consumar tan macabra belleza.
Y es que en mi, tan deforme y enfermo,
puso Dios con crueldad manifiesta
la espantosa salud de un cerebro.
La búsqueda
Otra vez el agónico beso
semejante y distintos en cien bocas.
Otra vez el orgasmo demente
y una nueva esperanza que aborta.
Otra vez el cadáver de un sueño
naufragado en un lago de esperma.
Lujurioso y sediento el cerebro
sublimiza las fraces obsenas.
Otra vez la caricia crispada
en la mórbida carne de seda.
Nuevamente las mismas palabras
siempre iguales mintiendo promesas.
Otra vez el temblor convulsivo
precursor del abismo, adorado.
Siento en mí la presión de sus muslos
un inmenso collar nacarado...
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