Leonardo Da Vinci
Tras los pasos de
un genio
Ángel Juárez Masares
Elaborar un estudio o una aproximación a la obra y vida de Leonardo Da
Vinci, sería abundar sobre lo ya escrito por eruditos y admiradores de uno de
los más grandes genios de la humanidad.
Sin embargo hace ya un tiempo, nuestro Amigo Wilson Armas Castro nos
obsequió un antiguo volumen titulado: “Leonardo Da Vinci – Tratado de Pintura”,
que de pronto se transformó para nosotros en lo que sería La Biblia para los cristianos,
el Corán para los musulmanes, o la
Torah para los judíos.
Ese libro se mueve como si tuviera vida propia por nuestro taller.
Siempre al alcance de la mano, se destaca entre sus pares no solamente por su
tamaño y contenido, sino por el afecto
que emana de su procedencia. Abrirlo y
hojearlo en cualquier parte significa tener presente que –pese a las casi
cuatro décadas que llevamos en esto de la pintura- cuando nos sentamos frente
al caballete nada somos ante tanta grandeza.
Leonardo no dejó sus observaciones en serie sistemática; la
organización del Tratado aludido es muy posterior a su muerte, y tiene valor
tradicional. Presenta en orden los pensamientos del autor, extrayéndolos del
maremágnum de apuntes de toda especie de
asuntos científicos y artísticos que él escribió desde 1489 hasta 1518,
generalmente en letra que va de derecha a izquierda, y que hoy se encuentran
diseminados principalmente en Italia (Milán, Roma, Florencia), en Francia
(París), en Inglaterra (Londres, Windsor, Oxford, Ashburnham Place, Holkham
Hall).
Es indispensable ubicar al lector dentro de mas de cinco mil
originales olvidados y desparramados en varias bibliotecas, que tratan de las
materias más diversas que el genio supo abarcar.
Se cree que el pintor Francesco Melzi, legatario de los dibujos y
notas desordenadas, y ejecutor del testamento de Leonardo, no recibió la
totalidad de la obra del Maestro.
El capítulo sobre la vida de Leonardo, escrita por Giorgio Vasari,
refiere que en 1566 vio los materiales en poder de Melzi, y se sabe que a su
muerte sus herederos dispersaron el conjunto, hasta que una buena parte fue
adquirida por el escultor Pompeo Leoni, quien muere en 1610 en España, donde se
encontraba trabajando para Felipe II en el Monasterio de El Escorial. Leoni
seleccionó lo que le pareció mejor y lo encuadernó, formándose así lo que hoy
se conoce como Códice Atlántico, el cual junto a otros catorce cuadernos de
diferente procedencia fue donado a la Biblioteca Ambrosiana
de Milán por su poseedor, el Conde Galeazzo Arconati. Allí quedaron hasta 1796,
en que Napoleón Bonaparte ordena su traslado a Francia.
Viene luego la reacción, y al firmarse el Tratado de Paz de 1814,
Austria reclama la devolución de las obras de arte confiscadas. El Códice
Atlántico volvió a Milán, pero quedaron “olvidados” otros catorce cuadernos que
habían sido confiados al Instituto de Francia, donde aún se encuentran.
Otra parte de los originales se hallan en otros repositorios; el mas
notable es el conjunto que posee la Biblioteca del Castillo Real de Windsor, adonde
se supone que ingresaron mediante compra hecha por el rey Carlos I, quien viajó
a España en 1623 como “Príncipe de Gales”, a Don Juan Espinoza, poseedor de uno
dos volúmenes del Códice Atlántico vendidos por Leoni.
También posee material de gran interés el Museo Britanico, la Biblioteca Foster
del Museo South Kensington, de Londres, la Biblioteca Trivulziana ,
y la Biblioteca Real
de Turín.
Leonardo escribió “sin orden –dice
él mismo- en muchas hojas sueltas que he
copiado con la esperanza de ponerlas después en orden en su propio lugar, según
las materias de que tratan”.
Se supone con fundamento que el esbozo del Tratado –que hoy nos sirve
de fuente de información- estuvo en manos de Ludovico Sforza, pues Fray Luca
Pacioli di Borgo San Sepolcro habla de él en el año 1498, pero el original se
perdió poco después, cuando la invasión de los ejércitos franceses a Milán. En
la actualidad solo se conocen dos copias: la primera, existente un tiempo en la Biblioteca Barberini ,
sirvió para la primera edición que sale a la luz en 1651, muy incompleta, pues
solo consta de 365 secciones o parágrafos. La segunda copia, conocida como
Códice Urbino, por haber estado en poder de los duques de Urbino, se encuentra
hoy en la Biblioteca
del Vaticano, y fue la que sirvió para la primera edición que publica Guglielmo
Manzi. Sin embargo esta edición tampoco está completa, porque omite 32
parágrafos del Códice Urbino. Es en 1882 cuando aparece en Viena la edición de
Heinrich ludwing, en italiano y alemán con el título de: Das Buch der Malerei,
cuando los estudiosos tienen a su disposición la totalidad del mencionado
Códice.
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