¿Será que algún
tiempo
pasado fue mejor?
Ángel Juárez Masares
A veces uno se sienta a escribir sobre determinado tema y
termina escribiendo sobre otro que nada tiene que ver con la idea primigenia.
Otras veces se sienta frente a la máquina porque “tiene”
que escribir algo, y pasa horas sin poder hilvanar una frase coherente.
También suele ocurrir que una mañana uno se levanta
displicente; se sienta con el mate y el pucho como “para despuntar el vicio”, y
cuando toma conciencia del tiempo son las tres de la tarde y ha escrito varios
miles de caracteres.
Sin embargo en esas ocasiones suele ocurrir que las ideas
llegan en tropel, como empujadas al corral de la memoria por un montón de
gauchos y de perros que al final logran encerrarlas. El asunto es que después
hay que clasificarlas, por importancia, orden, y tamaño, para no entrar en
demasiados detalles.
Entonces uno cae en la cuenta de lo poco que sabe cuando
de organizar los pensamientos se trata, y de lo difícil que es lograr una
escritura medianamente correcta. Vuelve sobre el texto una y otra vez, consulta
un libro, borra y empieza nuevamente, para caer en la cuenta que dos líneas
arriba está escrita la misma palabra con que ha cerrado la frase…y busca un
sinónimo. Finalmente cuando logramos armar el puzzle de signos y corregimos por
décima vez, no podemos evitar acordarnos
de nuestro pasaje por la prensa capitalina, cuando muchas veces llegábamos de
la calle a escribir una nota “de tapa” a toda velocidad sobre el filo de la
hora de cierre.
Hace algunos años, las redacciones solían tener un
"ambiente" que no se respiraba en radios o canales, primero ¡eran
irrespirables!... por la cantidad de puchos escondidos y la nube de humo contra
el techo; por las manchas de café en los escritorios, por la adrenalina del
cierre, por los "papelazos" e insultos variopintos que ligaba ese que
llegó hace poco de la calle y a pesar de escribir frenéticamente, estaba
"enterrando el diario". No había entonces ambiente más propicio para
ejercitar y poner en práctica la capacidad de cada uno; las bromas eran parte
de “las leyes del juego”, y nadie se molestaba si le tocaba ser la “víctima”,
ya vendría la ocasión de ser “el victimario”.
Por otra parte, las oficinas de informativos de las radios
eran más "moderadas", y en los Canales de Televisión el problema mayor
solía ser la ausencia de solidaridad (que sí existía en buena medida en diarios
y radios) quizá porque el tono de la "competencia" interna era
diferente, e imperaba la idea que pantalla y fama eran sinónimos.
Si quisiéramos ponerle a estas actividades periodísticas
un orden de importancia –que puede, o no, ser compartido- quizá deberíamos
ubicar el primer lugar a la prensa escrita.
¿Con qué argumentos?
En primer lugar porque es el ámbito donde se genera la
información, y donde la misma cuenta con mayor espacio físico que en otros
medios. No en vano radios y canales se alimentan de los diarios.
Otro componente no menor, es la posibilidad que tenía el
periodista de poner en práctica su capacidad en el manejo de las letras para
hacer atractiva la lectura de su trabajo. Asunto que corría por cuenta del amor
propio de cada uno, pues el afán de protagonismo no era una constante en las
redacciones. Si el editor te pedía que firmaras una nota lo hacías, y si no,
igual. Cierto es que existen muchas profesiones donde se trabaja más allá del
salario que se recibe por ejercerlas, pero no sería descabellado poner el
periodismo entre las primeras.
La inmediatez comienza a ganar terreno si de radio se
trata. Allí, en el caso de los informativos, la noticia no pasa del minuto, o
minuto treinta de “aire”.
Lo mismo ocurre con los informativos televisivos, con la
contrariedad que si usted fue a la cocina a buscar un vaso de agua, se quedó
sin saber el resultado del partido.
De ahí nuestra defensa de las letras, y nuestro pesar por
la ligereza con que muchas veces se escribe públicamente. Queda claro además
que el manejo de las comunicaciones ya se instaló en Internet, y que la
digitalización augura la muerte inexorable del papel.
Ignoro si aún se realizan aquellas reuniones en el bar de
la esquina -que a veces solían llegar hasta la madrugada- mientras las
rotativas tiraban los diarios, y donde todos hablábamos a la vez de política,
fútbol, y economía, y donde algunas veces alguien enfatizaba sus argumentos
haciendo saltar los vasos con una piña sobre la mesa .
De la debacle económica que hoy sobrevuela gran parte de
los medios, no hablaremos. Sí nos causa profundo pesar la ostensible pérdida de
calidad profesional, que es fácilmente detectable en la mayoría de los tres
principales medios de comunicación mencionados, y que quizá vaya atado a la
economía. Naturalmente es de justicia dejar sentadas las excepciones –que las
hay- pues tampoco es cuestión de meter en la misma bolsa a mucha gente que aún
lucha por dignificar la profesión, debatiéndose para ello en medio de internas
feroces (clara prueba de la mediocridad reinante). Lo triste es que las propias
Empresas suelen abatir la calidad de sus espacios en aras de las denominadas
reestructuras, que no son otra cosa que reducir personal, o apelar a los
jóvenes que suelen salir de “cursos rápidos” de periodismo a los que llamamos
“mano de obra barata” pues los mismos se instrumentan como negocio.
Finalmente, quienes amamos la radio, vemos que –incluso
las mas importantes emisoras- han comenzado a incluir en su plantilla gente de
escasísimo léxico, desinformada, y que además, lee muy mal, lo que se traduce
en una baja de calidad de los productos.
El diario dejó de ser la herramienta de los intelectuales;
la radio perdió la calidez, la exactitud, y la prolijidad, y la televisión pone
énfasis en que sus conductoras posean cuerpos espectaculares. Que ignoren
cuáles son los tres poderes del Estado, dejó de ser importante.
Todas estas cosas hacen que a veces uno intente escribir
sobre determinado tema y acabe escribiendo sobre otro que nada tenía que ver
con la idea primigenia. Como ahora.
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