viernes, 2 de marzo de 2012

De como la aldea a orillas del gran lago negro se quedó sin siervos para moler el trigo


Escriba Medieval

Corría el mes segundo del año del Señor de 1512 cuando este humilde e ignorado escriba volvió de un viaje a tierras lejanas.
La noche del arribo una grande tormenta abatíase sobre la pequeña y lejana comarca, de modo que apenas logré entrar mi carruaje al cobertizo y desenganchar los caballos. Presto subí a mis aposentos;  encendí  fuego para cambiarme las ropas empapadas,  y caí sobre el camastro quedando dormido de inmediato.
Al día siguiente no llovía, y el sol alumbraba con pudor los tejados de las casas. Encaminé entonces mis pasos a la tahona para procurarme un poco de pan, pero… ¡oh sorpresa!, nadie había en el lugar. Las puertas estaban abiertas, y sobre las piedras del molino algunas palomas picoteaban algo de trigo.
Continué mi camino decidido a comprar un botijo de vino en la taberna, pero tampoco en ella estaba el tabernero. Allí fue cuando comencé a caer en la cuenta que las calles estaban desiertas, que no había venteros, que no estaba el boticario, ni la dama que hilaba a la puerta de su casa, ni el ciego que en la plaza mendigaba.
-Debo saber si la peste llegó a la Aldea- dije para mi coleto arrastrando las sandalias camino de la Abadía. Mientras andaba, el temor apropióse de mi corazón, ya no por mi que estaba viejo y con misión cumplida, sino por las gentes que aún tenían por vivir.
A las puertas del templo anudóseme la garganta al comprobar  que nadie quedaba en él. Desde el altar, el Cristo de madera parecióme preguntar tal cual lo hiciera 1.500 años atrás; “Padre, ¿por qué me has abandonado?”.
Avergonzado por no saber la respuesta, fuíme de allí con rapidez.
-Iré a Palacio por noticias- dije, ya fablando como si alguien estuviera junto.
Al bajar por la calle principal, un rumor de cien mares encerrados en cien caracoles marinos invadió mis oídos, y a medida que avanzaba aumentado que hubo el número de mares y también el de caracoles. Al tornar la última calle mis ojos se negaron creer lo que veían. Detúveme entonces y restreguélos con energía, maldiciendo la pésima luz de las velas que iluminaban mi scriptorium. Deberé hacer como el Gran Leonardo –pensé- y colocar varias candelas en mi sombrero.
Abierto y desarrugado que hube mis párpados, vi que no soñaba, y que el rumor de mares encaracolados provocábalo la multitud que henchía las paredes de palacio. Imaginéme por un instante las enormes puertas reventando y pariendo un río de gentes a la calle.
Todos los habitantes de la aldea estaban allí… entonces mi curiosidad fue mas fuerte que la prudencia y empujé haciéndome lugar en medio del gentío, que vociferaba mientras lanzábanse pergaminos y antiguos documentos, riendo cuando alguno acertaba cortarlos con la espada.
Procurando que esa locura no me contagiara, averiguar pude entonces que todos los habitantes de la Aldea habían sido contratados como miembros de palacio, y que el Señor feudal asignado que había nuevos gobernantes antes de retirarse a su campestre residencia de los pequeños caballitos. Los antiguos Nobles habían escapado con sus pertenencias (las del pueblo) y el único que no pudo hacerlo fue Alex Unvago, quien en un error de cálculo (otro) supuso que podía dominar la multitud y reinar sobre ellos (siglos después se diría “de facto”), asunto que no fue así porque la turbamulta colgólo del techo de palacio cumpliéndole sin pretenderlo su sueño de volar.
Descubrí además que el tahonero estaba a cargo de controlar las vides de palacio; que el bodeguero ocuparíase de las mieses y de hacer moler el trigo. Que los venteros organizarían los actos culturales, que la Dama de la rueca estaría a cargo de las finanzas, que el Abad controlaría el tránsito de los carruajes, y que el mendigo ciego estaría al timón de la nave oficial, el “Zor-ikulo 1”.
Enterado de esos asuntos fuíme mas tranquilo. Las cosas en la pequeña comarca serían diferentes.


Moraleja:
                Lo cantaría siglos después un juglar de voz muy entonada: “el que no cambia todo, no cambia nada”.

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