Hablando de
bueyes perdidos
“ANOCHE TUVE UN SUEÑO…”
Ángel Juárez Masares
…Aunque no
se si no calificarlo como una pesadilla. Estaba en un inmenso salón lleno de
estantes, o mejor dicho, de esas “góndolas” de supermercado donde uno va, y
toma la mercadería que necesita (y también la que no necesita). Era un lugar
grande, muy grande. Los pasillos entre escaparates eran tan largos que la vista
se perdía en el fondo. Yo era el encargado de ordenar la “mercadería”, pero en
este caso no se trataba de alimentos, herramientas, o electrodomésticos. Se
trataba de gente.
Cada
“sección” tenía un rótulo con el nombre correspondiente: “buenos”,
“pusilánimes”, “simples”, “hipócritas”, “sinceros”, “fallutos”… y la vista se
perdía a lo largo del recinto. La ventaja de ese trabajo era que –por
insalubre- la jornada era de seis horas diarias con treinta minutos para comer.
Un gerente sin rostro me había dicho:
-Un
montacargas le dejará “el material” en
esta explanada. Usted solo tiene que calificar y llevarlo a la sección que le
corresponde-
-¿Y cómo
sabré cual es esa sección?- Pregunté, procurando hacer bien el trabajo.
-Porque
todos quienes ingresen serán individuos que usted ha conocido a lo largo de su
vida.
-¿Y qué
garantiza que seré justo al poner cada uno en su lugar? ¿Qué pasa con los
afectos? ¿Qué con los rencores? ¿Qué con la indiferencia?
-Ese es su
problema… ¡Ah!... y cuando termine guárdese usted mismo en el estante que le
corresponda- dijo el Gerente, poniendo
en mis manos una planilla y yéndose por la única puerta.
Afortunadamente
el sueño-pesadilla se diluyó en esos recónditos y aún inexplorados senderos de
la mente, y no tuve que correr el riesgo de poner gente bajo un rótulo
equivocado. Pero sobre todo, evité buscar cuál me hubiera correspondido.
Esta mañana
volví temprano a mi taller. Encendí mi Pentium 4 armada de a pedazos y puse ORS
Intrumental en Internet; leí los titulares de los diarios, y mate en mano pensé
que lamentaría cuando este monitor gigante y obsoleto que pesa como seis kilos
cumpliera su vida útil. La música conectada al equipo de audio, y mi perra
Canela estirando su vejez sobre la alfombra llena de sol que entra por una
ventana, me llenaron de paz. Supe que hoy poseía todo lo que necesitaba. Solo
me faltaba saber en qué casillero y bajo qué rótulo debí acurrucarme si el
sueño-pesadilla no se hubiese interrumpido.
Sin embargo
el onírico episodio aún continúa dando vueltas en mi cabeza. ¿Acaso no es eso
lo hacemos diariamente? ¿No estamos calificando y rotulando siempre a la gente
que conocemos?...
Fulano es
un vago, solemos decir cuando hablamos con otros de un tercero.
¡Qué tipo
genial!...manifestamos cuando se trata de alguien que admiramos.
¡Ese loco
es una porquería!... se nos escapa a veces, convencidos de que en realidad lo
es.
¡Qué mujer
laburadora! ¡Qué guacho de mierda! ¡Qué…y qué…! Seguimos, y lo hacemos siempre,
todos los días y cada rato.
“Quien esté
libre de pecado que tire la primera piedra”, recuerdo ahora que dicen los
creyentes.
Hoy tomaré
mi sueño-pesadilla como un juego. Mientras haga mis cosas habituales, como
preparar algún soporte para pintar; armar un caballete nuevo con la madera que
ayer me trajo el carpintero de la otra cuadra, o darle los toques finales al
nuevo parrillero que construyo en el fondo de la casa, pensaré en qué casillero
y bajo qué rótulo deberé poner mis huesos. Lo haré sin culpa, porque estoy
seguro que usted también “etiqueta” a la gente que conoce. De todas maneras
creo que no me sentaré bajo el cartel que dice: “hipócritas”.
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