sábado, 30 de junio de 2012

EDITORIAL

Pequeño divague de cosas obvias





Aldo Roque Difilippo







EL NUEVO CIRCO ROMANO



La multitud continúa asistiendo embelesada al descuartizamiento de infelices  en el cadalso público. El garrote vil  sigue ufano por los siglos, repartiendo su cuota de dolor y morbo, mientras la horda enardecida  incita al verdugo. Sino que ahora es rectangular y luminoso, pero no solo romperá cuellos para el goce de la masa, sino que también habrá  sangre y huesos, carne chamuscada en un incendio, y hasta llanto de niños y viejos desconsolados.

Todos los días asistimos a ese maravilloso y morboso espectáculo de ver a otros morir o padecer en situaciones que  parecen no pertenecernos, en un espectáculo -que como en le Circo romano- le pasa a una casta inferior de la cual  su dolor no nos llega. Mientras engullimos el almuerzo o la cena, retamos  los niños porque hacen ruido y no nos dejan disfrutar del espectáculo, solo que ahora la modernidad llama estar informados, y hasta se convierte en un derecho nuestra necesidad de que los informativos nos vomiten diariamente sangre y lágrimas.

El nuevo Circo romano ahora lo tenemos en casa, frente a la mesa familiar, en nuestro cuarto, y hasta algún obsesivo lo ha colgado en el baño.

Nuestras obligaciones diarias nos llevan a estar informados, a saber qué pasó en nuestro entorno, pero nadie, ni el más humano de los humanos, se ha preocupado de redactar nuestras obligaciones hacia el dolor de nuestros  congéneres. Nos han recordado nuestros derechos: a una vida digna, a la libertad, a  no ser discriminados... pero  no nos han recordado, y quizá necesitemos que  nos recuerden nuestras obligaciones, o quizá una obligación mínima pero fundamental: el sentir como propio el dolor del otro.

Aquel individuo que en el Circo romano comía su pan mientras la arena se teñía de sangre, o aquel otro que en Francia, España o donde fuera, vitoreaba al verdugo de la  inquisición, más que nuestro abuelo somos nosotros mismos que sentados a la mesa familiar bebemos, comemos, y hasta reímos mientras en ese Circo romano rectangular y luminoso un individuo que no reconocemos como nuestro congénere, gime, sufre, y hasta sangra de dolor.

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