Pequeño divague de cosas obvias
Aldo Roque
Difilippo
EL NUEVO CIRCO
ROMANO
La multitud
continúa asistiendo embelesada al descuartizamiento de infelices en el cadalso público. El garrote vil sigue ufano por los siglos, repartiendo su
cuota de dolor y morbo, mientras la horda enardecida incita al verdugo. Sino que ahora es
rectangular y luminoso, pero no solo romperá cuellos para el goce de la
masa, sino que también habrá sangre y
huesos, carne chamuscada en un incendio, y hasta llanto de niños y viejos
desconsolados.
Todos los días
asistimos a ese maravilloso y morboso espectáculo de ver a otros morir o
padecer en situaciones que parecen no
pertenecernos, en un espectáculo -que como en le Circo romano- le pasa a una
casta inferior de la cual su dolor no
nos llega. Mientras engullimos el almuerzo o la cena, retamos los niños porque hacen ruido y no nos dejan
disfrutar del espectáculo, solo que ahora la modernidad llama estar informados,
y hasta se convierte en un derecho nuestra necesidad de que los informativos
nos vomiten diariamente sangre y lágrimas.
El nuevo Circo
romano ahora lo tenemos en casa, frente a la mesa familiar, en nuestro cuarto,
y hasta algún obsesivo lo ha colgado en el baño.
Nuestras
obligaciones diarias nos llevan a estar informados, a saber qué pasó en nuestro
entorno, pero nadie, ni el más humano de los humanos, se ha preocupado de
redactar nuestras obligaciones hacia el dolor de nuestros congéneres. Nos han recordado nuestros
derechos: a una vida digna, a la libertad, a
no ser discriminados... pero no nos
han recordado, y quizá necesitemos que
nos recuerden nuestras obligaciones, o quizá una obligación mínima pero
fundamental: el sentir como propio el dolor del otro.
Aquel individuo
que en el Circo romano comía su pan mientras la arena se teñía de sangre, o
aquel otro que en Francia, España o donde fuera, vitoreaba al verdugo de
la inquisición, más que nuestro abuelo
somos nosotros mismos que sentados a la mesa familiar bebemos, comemos, y hasta
reímos mientras en ese Circo romano rectangular y luminoso un individuo que no
reconocemos como nuestro congénere, gime, sufre, y hasta sangra de dolor.
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