Usted ya no lee ni escribe como antes
*El mundo digital ha alterado los hábitos de
lectura y la forma en que el autor concibe su obra.
Antonio Fraguas:- “Cuando
leía sus ojos corrían por encima de las páginas, cuyo sentido era percibido por
su espíritu; pero su voz y su lengua descansaban”. San Agustín de Hipona quedó
estupefacto al ver a san Ambrosio de Milán leyendo en silencio en su celda
monacal. Lo cuenta en las Confesiones. Corría el siglo IV y hasta entonces
quien sabía leer lo hacía en voz alta. Las cosas cambiaron: los soportes para
la escritura (arcilla, huesos, papiro, pergamino…); el tipo de lector (desde
los sumos sacerdotes a esa señora del metro) y también los escritores… El
cambio llevó siglos, pero ahora, en el breve espacio de una vida humana, la de
usted, todo vuelve a cambiar. La camada de humanos que hoy puebla el mundo rico
nació leyendo y escribiendo de una manera y morirá leyendo y escribiendo de
otra.
Algunos síntomas del cambio en la manera de
escribir son evidentes. Por ejemplo, el abandono del bolígrafo y de la
caligrafía en aras del teclado y las pantallas táctiles. Pero más allá de la mecánica
de la escritura, la irrupción del mundo digital también está cambiando la forma
en que los nuevos autores conciben su obra. El paradigma del escritor se
encuentra en plena revisión. Desde que un individuo con ganas de contar una
historia se enfrenta a un folio (pantalla) en blanco, hasta el instante en que
un lector inicia la lectura de esa historia, toda la cadena de creación,
publicación, distribución y comercialización de la obra está patas arriba. Un
síntoma más es el estado de la industria editorial en España. En 2011, según
datos del INE, el número de libros impresos se redujo un 24,4% y volvió al
nivel de hace una década. Poco a poco el formato digital toma el relevo. Más
del 20% de las licencias de ISBN (el DNI de cada libro) que se emiten en España
son ya para contenidos digitales. En 2011 se vendieron un 500% más de
dispositivos de lectura electrónica que en 2010.
“No tengáis miedo de la
tecnología. Si la abrazáis encontraréis muchas más oportunidades que si lucháis
contra ella”. Estas palabras de Kerry Wilkinson fueron recibidas con gesto
grave por un selecto grupo de editores durante la pasada Feria del Libro de
Londres. Wilkinson, periodista deportivo británico de 31 años, ha sido durante
meses el autor más vendido en las listas que los grandes almacenes virtuales
Amazon elaboran para los títulos disponibles en sus dispositivos de lectura
Kindle. En seis meses, Wilkinson vendió 250.000 ejemplares de su novela Locked
in. Nunca antes había escrito y se planteó todo como un experimento. Él decidió
el precio de su obra, también cuál iba a ser la sinopsis y cuál iba a ser el
contenido del fragmento (un 10% de la obra) que los lectores iban a poder
disfrutar gratuitamente. Se convirtió en su propio editor y agente, pero,
finalmente, firmó por una editorial tradicional. Pan Macmillan publicará sus
tres próximas novelas y ha comprado los derechos tanto digitales como físicos
de sus tres anteriores trabajos.
En España está ocurriendo lo mismo. Ya no es
el autor el que busca editor, sino a la inversa. Armando Rodera (Madrid, 1972)
es uno de los cinco escritores que Ediciones B ha fichado directamente de
Internet. Su novela El enigma de los vencidos forma parte de la colección
TopDigital. Se trata de libros en papel cuyo origen eran e-books autoeditados
que habían sido superventas en Amazon España. ¿Cuál es el secreto de esas
novelas que, hasta ahora, habían pasado inadvertidas para los editores
tradicionales? “Siempre me ha gustado leer en formato thriller y eso lo intento
trasladar a mis obras: tramas fluidas que inviten a seguir leyendo, mucho
diálogo y descripciones breves, personajes que llamen la atención. El lector
digital demanda novelas más cortas y con mucha acción, por lo que no he tenido
que cambiar demasiado mi manera de escribir. Sin embargo, mi novela más exitosa
en Amazon, La rebeldía del alma, alcanzó el número uno en España a primeros de
junio siendo mi historia más reflexiva. Cuestión de gustos”, responde Rodera.
Estos nuevos autores (y sus lectores) no
serían comprensibles sin el dispositivo de lectura. “Los libros electrónicos,
en general, no sirven para decorar una habitación”. Dwight Garner bromeaba en
las páginas de The New York Times en marzo en su artículo La manera en que
leemos ahora. Con humor, repasaba las virtudes y defectos de todos los
cacharros en los que ahora se puede leer. “Como los libros electrónicos no
tienen cubiertas, puede que a los adolescentes les resulte más fácil leer
libros que algunos padres antes confiscaban”.
Cambiará el aspecto de nuestras salas de estar,
cambian los lugares donde leemos y cambia la forma en que nos relacionamos con
otros lectores (olvídese de encontrar a su media naranja en el autobús
guiándose por la cubierta de la novela que va leyendo, busque, más bien, en las
redes sociales y en los clubes de lectura virtuales). Garner, además, relaciona
un tipo de obras con un determinado soporte. Para su teléfono inteligente elige
los Diarios de John Cheever. Para su iPad, “esa clase de grandes libros de no
ficción (…) como la biografía de Steve Jobs escrita por Walter Isaacson”.
Julieta Lionetti es la responsable de las
noticias sobre el mercado del libro en español en la revista especializada
Publishing Perspectives. A sus espaldas, una carrera de 20 años como editora:
“No leemos solo con los ojos. Leemos con las manos, con el cuerpo todo, que
adopta una u otra postura según el género y la intención. La revolución digital
ha roto el antiguo lazo entre los textos (las obras) y los objetos (los
libros). Esto cambia la forma en que leemos. ¿Cómo? En la lectura digital jamás
nos encontramos ante la obra entera. No tenemos experiencia sensible de su
totalidad. La lectura a saltos y brincos de la que hablaba Montaigne al
referirse al libro códice no es equivalente a la fragmentación que nos propone
la pantalla luminosa o de tinta electrónica. En el libro digital, avanzamos
solo en el tiempo, nunca en el espacio exteriorizado de la materialidad”.
Por eso un tipo de géneros, como defendía
Rodera, son más demandados por los lectores de libro digital: “Los más
aceptados son aquellos en los que avanzamos a ciegas para saber qué pasará:
novela en general, pero sobre todo la romántica, la de suspense, la de ciencia
ficción y fantasía, que no dejan de ser un subgénero de la literatura de
aventuras. Privados de la espacialidad del objeto, de la conciencia de su
totalidad, leemos solo en el tiempo”, señala Lionetti.
El escritor Juan Gómez-Jurado, que acaba de
publicar su cuarta novela, La leyenda del ladrón (Planeta), considera que con
el cambio de siglo España ha empezado a entender el fenómeno de los libros
blockbuster. “Con Harry Potter, con La sombra del viento, con el Código da
Vinci… Es un fenómeno que en EE UU lleva tres décadas. Son novelas que lee
hasta quien no ha leído nunca. Son obras que crean lectores y, también,
escritores”, afirma. Y crean un tipo nuevo de escritores y de lectores que ya
no responden necesariamente al cliché del intelectual: “Aquí nos hemos creído
que lo bueno era determinado tipo de historias asociadas a la literatura
intimista-costumbrista en la que el río de pensamiento era lo más importante.
Yo no creo que fuese capaz de escribir una novela de Javier Marías, pero dudo
bastante que Javier Marías fuese capaz de escribir una novela mía, ¿por qué una
cosa va ser mejor que la otra?”, se pregunta Gómez-Jurado.
Los nuevos autores saben bien lo dura que es
la competencia en el mundo digital y, también, que esto es solo el comienzo.
“Quizá el soporte digital posibilite que se publiquen libros menos trabajados,
pero también libros más entretenidos. Además, a escribir se aprende y un autor
novel mejorará con la práctica”, apunta Gómez-Jurado y advierte de las
posibilidades comerciales de este nuevo ecosistema: “Lo que produce el mundo
digital es una serie de nichos que antes no estaban cubiertos. Puede haber un
lector fanático de novelas de investigadores privados en la Alemania nazi. Si de
repente surge un autor que se especialice en ello, tendrá un gran éxito en su
género. Se ha producido en Estados Unidos con Amanda Hawking. Sus novelas tienen
16.000 críticas online y el 90% de ellas de cinco estrellas. Son libros que
tienen una calidad literaria, entre comillas, inferior, pero satisfacen una
necesidad”. Así pues, el papel prescriptor del editor tradicional, y del
crítico literario, está desapareciendo. Lo que manda es el boca a boca virtual.
Son los lectores a través de las redes
sociales los que recomiendan a otros lectores qué hay que leer. También son los
lectores los que dan pistas a los escritores sobre fallos en sus obras, o
sugieren nuevas tramas. El escritor deja de ser un personaje al que uno solo
puede pedirle un autógrafo en una caseta de feria. Gómez-Jurado, con más de
135.000 seguidores en la red social Twitter y un diálogo constante con sus
lectores, representa en buena medida el nuevo paradigma de escritor.
El lingüista José Antonio Millán es autor,
entre otras obras, de La lectura y la sociedad del conocimiento (2001). Millán
enumera los beneficios que para el creador ofrecen los nuevos soportes: “La
mayor ventaja de escribir para soporte digital es que la longitud no es una
limitación a priori. Quiero decir que uno puede dilatarse lo que pida el tema,
lo que exija su desarrollo. Y luego la obra puede difundirse o comercializarse
independientemente del tamaño (eso sí: si se vende hay una relación bastante
clara entre extensión y precio). De hecho, han surgido nuevos nichos de tamaño,
como los Amazon Singles, que apelan a una longitud natural (más largos que un
artículo, pero menores que una novela), que antes estaba vedada por el
mercado...”.
Singles, sí, como en el mundo de la música. T.
C. Boyle, uno de los maestros estadounidenses del relato corto, también ve la
analogía: “En cuanto a los e-books y las descargas, veo que mi editor alemán,
Hanser Verlag, está ofreciendo descargas baratas de una colección de 14
historias mías, historias que todavía no han sido traducidas y publicadas en
papel. ¿Que cómo me siento? Pues como un roquero que ofrece canciones sueltas
en iTunes a 99 céntimos”. Boyle, en cambio, niega cualquier condicionamiento
del mundo digital sobre su forma de escribir: “No tengo absolutamente nada en
cuenta, salvo la historia que me traiga entre manos”.
Pese a las suspicacias que los nuevos soportes
puedan levantar en los autores y lectores tradicionales, las primeras
investigaciones muestran que aquellas personas que leen en formato digital leen
más que las que lo hacen en papel. Así lo apunta un estudio sobre el panorama
en Estados Unidos elaborado por el PewResearch Center publicado en abril. El
lector medio de libros digitales lee 24 al año, mientras que el lector en papel
lee una media de 15. En España no llega a tres millones el número de personas
que leen libros en formato digital. En 2010 representaban el 4,3% de todos los
lectores. En diciembre de 2011 ya eran el 6,8%, según el estudio Hábitos de
lectura y compra de libros en España 2011 que publica la Federación de Gremios
de Editores de España.
Los lectores ya no son lo que eran y los
escritores tampoco. Ante el cambio, uno puede inquietarse, como san Agustín al
ver a san Ambrosio leyendo en voz baja, o recurrir al pragmatismo, como
Gómez-Jurado: “Aquí no estamos salvando el mundo, lo que estamos haciendo es
contar historias”.
Extraído de: www.noticiasliterarias.com
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