Sobre mi viaje a Argentina y la sorpresa a ver lo
influenciable políticamente que son las letras uruguayas
Маттиас
Rotulovic (crítico de la década de 1930)*
En mi viaje a Argentina, del cual ya ha dejado otras cinco crónicas en los meses pasados en las ediciones de esta reseña cultural, estuve recorriendo la ciudad Lomas de Zamora y allí dimos unas vueltas por las tierras que hace algunos años fundó George Temperley, un tío de una amiga inglesa que me había hablado de este hermoso lugar verde y tranquilo. Cuando me encontré con mi amigo el doctor M… en mi paseo por este lugar me contó la historia de las tierras de Temperley y bromeó sobre un libro que llegó a mi escritorio del periódico en el cual escribía allá por 1904 y que desde la lectura atenta del ejemplar, fue que nacieron mis ganas de visitar el Río de la Plata. Se trata de La Tierra Purpúrea del anglo – argentino William Henry Hudson. “¡Qué fascinante que es estar en este mismo lugar!” pensé, sin entender demasiado, o sin recordar que la historia se desarrollaba en Uruguay: país vecino a Argentina y del cual hemos tenido noticias por la prensa española y los boletines franceses.
Por los días que yo dejaba la ciudad capital de Uruguay (nunca supe qué significa su nombre ya que es muy parecido al de Paraguay) se organizaba un campeonato mundial de footbal, un deporte entretenido que deberá entusiasmar al público moscovita un poco más pues no tiene nada de aburrido.
Entonces, el doctor M… que me recordó la historia del libro de Hudson me invitó a viajar a Uruguay. Su capital Montevideo no tiene el vértigo de Buenos Aires, y mucho menos el de Londres. Recuerdo su mar siempre dispuesto a ser lugar de encuentro y su balneario Pocitos dividido por un arroyo y el Centro en crecimiento constante. El calor del verano sofoca a los rusos: vaya en otoño si es que supera el tedio del largo viaje del trasatlántico.
El doctor M… me dio a conocer la ciudad y me presentó al señor F... que fue mi amigo de aventuras, y viajes a Colón, una pequeña villa de Montevideo, de las más hermosas que vi en todo mi viaje.
Yo me quedé en la casa de antaño en la calle Andes del señor F… (recuerdo el nombre de la calle porque por ahí pasa buena parte de la vida social de Montevideo). De pronto me presentaron a un político, el doctor R… que se refirió enfáticamente a la necesidad que este periodista informe al mundo sobre la próxima designación de honor a una poetiza que yo casualmente había conocido hacía algunas noches en la fiesta de gala del Capitán N… Me la habían presentado como “Juana Fernández de Ibarborou” y me dijeron que era protegida del ilustre Juan Zorrilla de San Martín, del cual ya hice nota aparte por su ideal estético y cuya familia me recibió con cariño en su chacra.
¿Por qué esta mujer, Juana, sería después designada “Juana de América”, siendo que había escrito tan poco? ¿Tenía algún mérito su literatura hacía 1929? Resulta que en la República del Uruguay, esta bella dama de letras logró que su literatura se lea con ojos de interés con pocas publicaciones en su haber. Cuando volvía en el barco pude leer su primer libro Las Lenguas de Diamante. Es una obra simpática pero que carece de volatilidad. Cuando comienza a ser sensual se dispara la inocencia. Tiene Juana Fernández de I. algunos detractores pero que no hablan de su literatura sino de su acercamiento al poder político, en la competitiva estructura de poder dividida entre señores del Partido Blanco y del Partido Colorado, que en los años narrados por Hudson del siglo pasado, aparentemente se mataban sin tregua (de ahí el nombre del libro La Tierra Purpurea).
Conocí la obra de otra uruguaya, Delmira Agustini que influenciada por Rubén Darío (Agustini fue asesinada en circunstancias poco claras muy cerca de donde yo me quedaba a vivir en Montevideo hace unos quince años) ejerció la poesía de una forma brutal pero distinguida. Miss Juana quiere emular en Las Lenguas de Diamante ese tono antiguo del modernismo, sin reconocer la tendencia que empieza a dominar las letras argentinas y uruguayas, con las variaciones del tan cuestionado futurismo, cuestionado incluso desde estas líneas periodísticas por considerársele falto de amor poético.
Uno de los mejores poemas del libro es el que le da título a su obra:
“Bajo la luna llena, que es una oblea de cobre,
Vagamos taciturnos en un éxtasis vago,
Como sombras delgadas que se deslizan sobre
Las arenas de bronce de la orilla del lago”.
“Juana de América” (Juana Fernández de I.) se ganó su título tal vez de la misma forma que la conocí: por influencias políticas. Leer Las Lenguas de Diamante no es una experiencia que a uno deba hacerlo pensar que supera a la chilena Gabriela Mistral, que se las trae y de la cual ya dejaré noticias en estas columnas.
Pues bien, la señora Juana y sus Lenguas de Diamante aclamada por los ya mencionados blancos y colorados (aunque tienen sus detractores, lo dije antes), logra además participar con aclamaciones en encuentros militares, políticos y sociales por igual. ¿Por qué los blancos y colorados que hace poco presenciaron el duelo entre un ex Presidente J. Batlle y O. dueño de un importante diario llamado El Día y el de su diario opositor El País, Washington Beltrán (colorado y blanco respectivamente), se encuentran con afecto para homenajear a la señora Juana? ¿Por qué estos protagonistas de La tierra Purpúrea, hacen galas alrededor de la coqueta y tímida mujer? ¿Han leído su obra? ¿Qué pasará con Juana de Ibarborou en el futuro? Sus Lenguas de Diamante tal vez nos digan algo más.
(*) Por Matías Rótulo
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