Un uruguayo frente al Papa
Por Маттиас Rotulovic
(desde el 1 de diciembre del año 1931)*
“Yo entonces sentía una lágrima que se hinchaba en mis
ojos;
y cuando, terminada la ceremonia, volvió el Papa a cruzar la Iglesia …
yo miraba casi
impasible al través de mis ojos anublados, a León XIII”.
Juan Zorrilla de San
Martín.
Montevideo no suele ser
una ciudad de celebraciones, a pesar del reciente festejo de un campeonato de
football mundial que se celebró en el majestuoso Estadio Centenario y que
ganara el equipo local.
Buenos Aires, tal vez
porque ha sufrido mucho más que Montevideo, porque su política tiene otras
ceremonias perversas, suele celebrar sus logros con religiosa simpatía, en las
callecitas de edificios altos, hombres elegantes y mujeres coquetas y
distinguidas. De todas formas, las crisis financieras recientes han impedido
que la alegría le diera paso al pensamiento de un futuro de progreso.
Ante la muerte de Juan Zorrilla de San Martín
hace algunas semanas, -el poeta uruguayo-, la ciudad parecía un poco más gris.
Me refiero a Montevideo. Así como Buenos Aires se acostumbra a celebrar, a
rendir cultos religiosos, a volcarse a la Catedral , Montevideo sabe también vestirse de
duelo cuando corresponde.
El poeta, autor de Tarabé, un hermoso poema sobre el pasado
indígena de los uruguayos, creador de La
Leyenda Patria que
ha quedado en la memoria patriótica como una estampa de la identidad nacional, y
narrador de la epopeya del héroe que unifica a los orientales (así se les dice
a los uruguayos por vivir al oriente del Río Uruguay), es decir, de José
Artigas, fue un hombre excelente y de gran ingenio. Lo digo con conocimiento de
causa porque le estreché la mano en varios eventos sociales a Don Juan Zorrilla
de San Martín.
La noticia de su muerte
me ha dejado un sabor amargo. El hombre, de familia patricia y culta, de las
más altas esferas del Montevideo actual, no escatimó en talento ni en
sensibilidad para dejar un legado que será eterno.
Recuerdo que cuando le
dije que estuve en Roma me habló largo rato sobre su visita al Papa. Estábamos
en su domicilio, muy cerca del mar, cuando me detalló lo que sintió. De su
biblioteca tomó algunas hojas titulada “Roma”,
y me pidió que leyera. Roma se titulaban varios capítulos de su libro Resonancias
del Camino, el cual me regaló con su firma. Una firma que por estos días,
al conocer de su muerte, estuve revisando con atención.
Las cartas, plasmadas
hoy en el libro publicado en 1896 están dirigidas a su segunda esposa, la hermana
de la primera, Doña Elvira, fallecida años antes. Se trata de Doña Concepción
Blanco Sienra que cuando falleció su hermana se hizo cargo de sus sobrinos y
construyó junto a su esposo una familia mucho más numerosa. Una relación así, a
fines del siglo pasado habrá generado opiniones diversas en la conservadora
ciudad.
El viaje de Zorrilla de
San Martín se inició en 1893 en un trasatlántico que partió el 1° de mayo.
Luego de Génova y Pisa llegó a Roma. En la primera carta manifiesta: “ayer
visité el Capitolio, el Foro Romano, las termas… Pero dejemos eso para después
y vamos a la impresión protagonista: ayer vi a León XIII”.
El Papa León XIII nació
en 1810 y murió en 1903 y asumió como santo pontífice en 1878. El suramericano
Zorrilla ¿Habrá recordado que años antes de su visita ese mismo Papa tomó
partido por Chile en la terrible Guerra del Pacífico que enfrentó a los
trasandinos con Bolivia y Perú dividiendo también a buena parte de las naciones
suramericanas? León XIII bendijo al ejército chileno el 13 de enero de 1881, lo
que le dio fuerzas divinas a las tropas para arremeter violentamente contra la
población y viviendas de Chorrillos en el Perú causando un destrozo
apocalíptico.
Pregunta Zorrilla,
cautivado por el Papa “¿Quién se puede poner a hablar de monumentos cuando
acaba de ver al Papa?” Tanto que prefirió evitar el narrador a detallar la
enorme basílica de San Pedro, siempre en boca de los visitantes por su
majestuosidad. Allí, en el Vaticano, Zorrilla se detuvo en la guardia suiza
para su breve descripción: “con sus pintoresco uniforme negro y amarillo, y su
casco de bronce con lacio penacho…” El poeta oriental esperó ansioso el momento
del inicio de la misa. Aguardó la llegada del Papa León XIII como el resto de
los presentes: “La gente esperaba ansiosa; era ya la hora en que debía comenzar
la ceremonia. Por la puerta principal, por la que yo había entrado, debía
entrar el Papa, y atravesar la
Iglesia hasta un reclinatorio cercano al tabernáculo”.
Al rato “por fin se
sintió ese rumor de la multitud que se comunica la llegada de lo que espera,
que se adelanta, que se aprieta”.
Zorilla escuchó una
exclamación “inmensa, estentórea: ¡Viva
il Papa! Gritaba la multitud; ¡Viva
le Pape Roi!”
León XIII iba vestido
–según Zorrilla-, con sotana blanca y su muceta roja orlada de oro. El Papa
pasó a dos metros del sitio donde el uruguayo estaba. “Me parece pequeño,
menudo, muy fino, muy pálido; su cabeza blanca y cubierta por un solideo,
blanco también, aparece entre las cabezas del grupo cuyo centro viene; los
mechones de cabellos blanquísimos le rodean la frente como una aureola de nácar
desflocado; camina agobiado pero con paso firme, corto y casi apresurado…”
Zorrilla ve cómo el
Papa llega “por fin, a su reclinatorio; se arrodilla, y apoya la cabeza en las
manos pálidas. El más completo silencio vuelve a reinar en el templo”.
No puedo seguir de la
emoción al recordar a este buen hombre que conocí, que cercano al Papa quedó
absorto de pensamiento y sensación. Nadie describió nunca, tan bien, un
encuentro con el Papa. Un momento en el que Zorrilla pensó en los suyos: “Allí
flotaba en mi alma tu memoria; yo pronunciaba tu nombre, y el nombre de
nuestros hijos uno por uno, y el de nuestra patria, y el de todos los que
quisimos y nos precedieron en la otra patria sin fronteras”. La carta estaba
dirigida a su segunda esposa. ¿Habrá pensado en ese momento tan emocional y
elevado en Elvira también? Dios sabrá.
(*) Por Matías Rótulo
No hay comentarios:
Publicar un comentario