Creo recordar que mi
primer pensamiento hacia el Choncho Lazaroff fue: "que mal canta ese
tipo... y que música horrible que hace!... puta madre... no puedo
dormir..." Serían las 3 am, por
ahí. Siempre sonaba de madrugaba, a las 3, a las 5, a las 5:15, a las 2:38...
Era un cuarto grande,
apretado por dos roperos de tres puertas y tres cuchetas en ele, más una mesa
al medio con libros, revistas, cuadernos, ceniceros llenos de cadáveres, vasos
bien mugrientos, manchas de sustancias no identificadas, y muchas cosas más que
se me pierden como Wally en el parque de diversiones. Era un cuarto de hogar
estudiantil. Desde la cama en diagonal a la mía, venía noche a noche, saliendo
de un grabador cassetero negro sin cd, largo como chorizo criollo en rueda, el
sonido y el cántico del Choncho Lazaroff. - Que hora es? Son las 4.30 am.
-Negro! apagá esa radio... (y apenas bajaba el volumen). Bichito nocturno mi
amigo, y yo el nene de mamá que madrugaba a las 8.
Corría el año '99, y en
algún momento pensé que si venía el fin del mundo, como tanto jodían y jodían
(NdeR: ídem 12/2012), escuchar aquella música era la invitación al acabose. A
veces alternaba la música, debo decirlo. Ponía unas cumbiachas, unos folclore
bien clásico, algo de jethro trull, Ramones, Los estómagos, el ColéColé de
Casino... Porque sí algo era el Negro Caturrín era musiquero. No le hacía asco
a nada (ojo con lo literal...) pero sabía de todo. Daba gusto hablar con él de
música, o de literatura, ahora que lo recuerdo también de bueyes perdidos. Pero
de noche, cuando ponía a este tipo... como lo odiaba...
Al tiempo, ya empecé a
captar que una de las letras era futbolera: "vamo arriba con fe pal
segundo tiempo, que mal que estamos jugando, no se puede creer"... Y cómo
el fútbol ocupaba el 60% de mi cerebro útil (30% debilidad con el sexo opuesto,
5% facultad, 5% no sabe no contesta) me gustó. Y la pedía: Caturrín pone la de
pelota al medio. O "Dejate de artesanías" que tiene ritmo pegadizo...
La vida pasa, el tiempo la
sigue, las aviones vuelan, los trenes persiguen estaciones, y uno andaba en
algún lugar del mundo. Lo cierto: se van entendiendo cosas (y cambian los
porcentajes de utilidad cerebral).
Al Caturrín, mi fiel
amigo, mi dealer literario, el dj preferido, vaya la semblanza sobre el Choncho
Lazaroff.
Fermín Méndez
(Minxto)
RASCÁ LA CÁSCARA
Semblanza
a Jorge Lazaroff
No hay manera de contar
historias del pasado, de otros tiempos no tan lejanos, donde mostrador y bar
mandaban leyes y quehaceres, que no sean copetín de grapa en mano y la criolla
sonando. O dos criollas mejor, una desafinada y otra punteando. El
"Choncho" Lazaroff sostenía que uno debe decir lo que piensa en su
época, y eso me quedó. El músico tiene la obligación de mostrar lo que sucede
en la sociedad porque forma parte de ella, y, obviamente, de hacerlo en su
época. Lo que mueve es la coyuntura: si hay derechos, si no hay garantías, si
nos mueve algo o si estamos pálidos y quietos, si la creación nos miró a todos,
o si la ciencia mira para otro lado. Como orientales, ciertas veces, nos
consideramos ilustrados. Pero la realidad nos presenta que no lo somos; nuestra
valentía quedo en el eslogan.
Ahí está el tipo.
Pianista, compositor, guitarrista, vaya uno a saber. Lo que se nota es su
mirada cómplice, tras la barba engendrada, con ese pelo lacio cayendo sobre un
costado marcado por la raya, irradiado con la sonrisa pícara. Viste normal,
apenas un saco que cubre sus hombros del frío, y unas botas en cuero lustrado.
Foto de guitarra entonada, no podía ser de otra manera. Foto que traduce lo que
fue: picante en boca, viola desentonada, búsqueda del saber, saber que es
posible, saber que no es importante que lo sepas; lo importante es cambiar el
rumbo, sentar precedentes, aunque sea siglo después. Eso quería el Choncho,
viejo pícaro picando por donde pica envenenada la pelota.
Vamo' arriba con fe pa'l
segundo tiempo. Qué mal que estamos jugando. no se puede creer. / Aquel loco,
aquel del pelo cortito, nos baboseó, nos metió pechera, así que leña con él
El Danubio F.C. fue su
cuadro. Así corresponde si el abuelo, viejo, padre o hijo propio, funda un
cuadro: ahí hay que estar, detrás de los colores. Un club como el Choncho,
siempre, históricamente, derrochando calidad. Pero no en vano, porque la
calidad sin fundamento ni entusiasta estudio, según Lazaroff, no tiene sentido.
Que haya estudiado desde
los cuatro años puede que sea ocasional. Es difícil saber si germina algo desde
tan temprana edad. Lo cierto es que la vida andante y el culto por la música
transformó al Choncho, quizás, tal vez, para que sus intenciones comenzaran el
diálogo in-intermitente entre academia (culto, para los obsesivos) y el
lenguaje del pueblo. Creación y Testimonio, Los Vagabundos, o Patria Libre,
fueron sus primeras integraciones volcadas al canto popular pero con indicios
de exploración formal.
Y llegaron Los Que Iban
Cantando, testarudos, hombres convencidos y convincentes, cantaban en locales
sindicales, en actos políticos, en expresiones populares sin fin, en teatros
solidarizados con la causa de los orientales valientes, y en el circuito
universitario, como corresponde siempre. Obviamente, tiempo casi que inmediato,
debieron volar lejos exigidos por verdes imposiciones. Años más tarde, buena
parte de los volados, fueron la insignia de nuestro canto: aprendieron a cantar
gracias a los milicos. Eran tiempos jodidos, corrían los años 70.
Mirada triste y
melancólica, como la tapa de albañil/dos. Nos miras, preguntándonos mientras te
sientas, camisa a cuadro, guitarra en pierna, tono dispuesto, banco de madera,
canción directa. Fueron entre cuatro amigos que siguieron cantando, ese “grupo de
trabajo” que autodenominaron. Conjunto loco, retro-alimentado entre creativos y
libres, diferentes, rigurosos, estéticos y éticos. Al contrario de lo que
creemos hoy, en esa falsedad de la “inspiración” para poder crear, su dinámica
fue laburar en conjunto, con horas comunes para todos, integrando letristas,
iluminadores, directores teatrales, escenógrafos, asesores musicales. No
importaba si tocaban para 10 personas o para 200; ahí estaba el Teatro Circular
con su cartel expectante. “Queremos borrar la imagen del músico popular como un
individuo despreocupado, que se abandona a la espera de musas inspiradores;
este es un trabajo profesional como cualquier otro, necesita estudio, práctica,
y una imperiosa necesidad de estar continuamente informándose”, dijeron.
Sin eso, nadie hubiera
mezclado perfectamente a Beatles, Chico Buarque, Chopin, Bach, Caetano Veloso,
Viglietti, Atahualpa Yupanqui, con Gilberto Mendes, Schoenberg, Luigi Nono, o
Carles Santos; entre milongas, candombes, murgas o tangos. Usando el “ruidismo”
como herramienta de exploración musical, de posibilidad. No sólo basándose en
el sonido, sino en la falta de él, lugar ocupado por el silencio, como forma de
expresión; sacando jugo de su presencia, y no de su ausencia (como bien
escribió Martín Cajal).
“las imágenes eran muy
importantes en su música. Él fue un claro ejemplo de lo que podría llamarse un
cineasta musical”. Luis Trochón
El tipo no estaba loco: en
su espectáculo habla consigo mismo, discutía, se enojaba, interactuaba, y
cantaba a dúo. A dúo, entra Laza y Choncho. Se pegaba, pero también pegaba: a
los difusores de la música nuestra, a el estado del canto popular uruguayo.
Hasta se despidió a si mismo “adiós Lazaroff” se cantó. Siempre buscando su
rumbo, su canción, su forma de expresar o de decir, reflejando lo que su
sentimiento le aconsejaba: “Agarrar una viola y ponerte a hacer de entrada una
melodía repetida más o menos hasta el cansancio por todo el mundo, utilizando
sin sentirlo en lo más mínimo fórmulas de acordes y de enlaces que han perdido
todo su contenido sensible de tan gastadas..., eso no es ser espontáneo, ni
sencillo, ni popular, ni nada. Eso es ser totalmente cómodo”. Usando la canción
como mensaje y no como estribillo, sin necesidad de reiterarse, imponiendo la
letra como sangre transfucionada.
Cómodo era no criticar.
Pero Lazaroff fue duro, sin perder el encanto. Ya en aquellos años avizoraba a
quienes se quedarían en el camino: “Te bautizás 'compañero', pero sos flor de
'bagayo'. Si nunca tuviste un callo, ¿qué venís a hablar de obrero? // Después
cae el calendario, se vuelven equilibrados... se convierten en 'dotor', leen
"Búsqueda" y el "Día", y llaman a la policía si ven a un
merodeador”. Cualquier parecido con la realidad, no es mera coincidencia. Es la
causalidad de quienes ocupan su mente en filosofar y analizar lo cotidiano, a
quienes calientan almohadones intentando ser los reyes del arte de engrupir.
Siempre se manifestó así, en sus discos, en obras de teatro (recordar
Irrestricto con Leo Masliah), en los grupos que integró, en quien aconsejó
mientras daba clases en el Nemus, en el letrista de murgas. Viglietti dijo que
fue “una de esas contadas posibilidades de rescatarnos que empecinadamente
tendemos a perder cada día”.
Y aunque se detenga el
tiempo, o le den cuerda al revés. Doy mis palabras al viento, y lo que hoy no
les cuento, lo iré cantando otra vez.
Murga Falta y Resto fue en
el '88 y '89 ganadora del Concurso Oficial del Carnaval uruguayo. Ahí estuvo
Jorge “Choncho” Lazaroff como letrista y musicalizador, junto a su amigo y
cuñado Raúl “Tinta Brava” Castro, entre otros varios grandes. Fuiste “El cuplé
de la gente”, y al final tenías razón: no representaste a ninguno, pero
representaste a todos. Cantaste en el coro que la verdad está en la gente, cada
cual con su verdad, y con todo el corazón.
Fuiste el Perico
Alcasotro, clamando “Cosa triste de ver que cierta gente, No hable bien de
quien hizo algo importante ¡Carajo, no hay más ley que la de abajo! Sólo la ley
del pobre al pobre abriga”. Y fuiste el “Pepe Revolución”, visionario.
Revolución rusa, española, vaya a saber si francesa o burguesa, artiguista y
cubana; bien cantaron que era humana. La murga de las cuatro estaciones te dio
el abrazo para siempre, unos días antes de irte por algún atajo, como querías,
de noche, cantando, de paso en paso; pero no de paso. Margarita en flor,
insignia viva de nuestro carnaval murgero, esté en vos para siempre. Tu risa,
sigue marcando el camino.
El Choncho, por Viglietti
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