MIGUEL DE
CERVANTES SAAVEDRA
A diferencia de la de su
contemporáneo Lope de Vega, quien conoció desde joven el éxito como
comediógrafo, poeta y seductor, la vida de Cervantes fue una ininterrumpida
serie de pequeños fracasos domésticos y profesionales, en la que no faltó ni el
cautiverio, ni la injusta cárcel, ni la afrenta pública. No sólo no contaba con
renta, sino que le costaba atraerse los favores de mecenas o protectores; a
ello se sumó una pa
rticular mala fortuna que lo persiguió durante toda su vida.
Sólo al final, tras el éxito de las dos partes del Quijote, conoció cierta
tranquilidad y pudo gozar del reconocimiento hacia su obra, pero siempre
agobiado por las penurias económicas.
Sexto de los siete hijos
del matrimonio de Rodrigo de Cervantes Saavedra y Leonor de Cortinas, Miguel de
Cervantes Saavedra nació en Alcalá (dinámica sede de la segunda universidad
española, fundada en 1508 por el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros) entre
el 29 de septiembre (día de San Miguel) y el 9 de octubre de 1547, fecha en que
fue bautizado en la parroquia de Santa María la Mayor. La familia de su
padre conocía la prosperidad, pero su abuelo Juan, graduado en leyes por
Salamanca y juez de la
Santa Inquisición , abandonó el hogar y comenzó una errática y
disipada vida, dejando a su mujer y al resto de sus hijos en la indigencia, por
lo que el padre de Cervantes se vio obligado a ejercer su oficio de cirujano
barbero, lo cual convirtió la infancia del niño en una incansable peregrinación
por las más populosas ciudades castellanas. Por parte materna, Cervantes tenía
un abuelo magistrado que llegó a ser efímero propietario de tierras en
Castilla. Estos pocos datos acerca de las profesiones de los ascendientes de
Cervantes fueron la base de la teoría de Américo Castro sobre el origen
converso (judíos obligados a convertirse en cristianos tras 1495) de ambos
progenitores del escritor.
En el año de 1569 un tal
Miguel de Cervantes fue condenado en Madrid a arresto y amputación de la mano
derecha por herir a un tal Antonio de Segura. La pena, corriente, se aplicaba a
quien se atreviera a hacer uso de armas en las proximidades de la residencia
real. No se sabe si Cervantes salió de España ese mismo año huyendo de esta
sanción, pero lo cierto es que en diciembre de 1569 se encontraba en los
dominios españoles en Italia, provisto de un certificado de cristiano viejo
(sin ascendientes judíos o moros) y meses después era soldado en la compañía de
Diego de Urbina.
Pero la gran expectativa
bélica estaba puesta en la campaña contra el turco, en que el Imperio español
cifraba su continuidad en el dominio y hegemonía en el Mediterráneo. Diez años
antes, España había perdido en Trípoli cuarenta y dos barcos y ocho mil
hombres. En 1571 Venecia y Roma formaban, con España, la Santa Alianza , y el
7 de octubre, comandados por el hermanastro bastardo del rey de España, Juan de
Austria, vencieron a los turcos en la batalla de Lepanto. Fue la gloria
inmediata, una gloria que marcó a Cervantes quien relataría luego, en la
primera parte del Quijote, las circunstancias de la lucha. En su transcurso
recibió el escritor tres heridas, una de las cuales, si se acepta esta
hipótesis, inutilizó para siempre su mano izquierda y le valió el apelativo de
«el manco de Lepanto» como timbre de gloria.
A los treinta y siete años
Cervantes se casó. Su novia, Catalina de Salazar y Palacios, era de una familia
de Esquivías, pueblo campesino de La Mancha. Tenía sólo dieciocho años, no obstante,
no parece haber sido una unión signada por el amor. Meses antes, el escritor
había acabado su primera obra importante, La Galatea , una novela pastoril al estilo puesto en
boga por la Arcadia
de Sannazaro cincuenta años atrás. El ed
itor Blas de Robles le pagó 1.336
reales por el manuscrito. Esta cifra nada despreciable y la buena acogida y el
relativo éxito del libro animaron a Cervantes a dedicarse a escribir comedias;
aunque sabía que mal podía competir él, todavía respetuoso de las normas
clásicas, con el nuevo modo de Lope de Vega, dueño absoluto de la escena
española. Las dos primeras (La comedia de la confusión y Tratado de
Constantinopla y muerte de Selim, escritas hacia 1585 y desaparecidas ambas)
obtuvieron relativo éxito en sus representaciones, pero Cervantes fue vencido
por el vendaval lopesco y, a pesar de las veinte o treinta obras (de las que
sólo conocemos nueve títulos y dos textos, Los tratos de Argel y Numancia),
alrededor de 1600 había dejado de escribir comedias, actividad que retomaría al
fin de sus días.
Entre 1585 y 1600
Cervantes fijó su residencia en Esquivías, pero solía visitar Madrid solo y,
allí, alternaba con los escritores de su tiempo, leía sus obras y mantenía una
permanente querella con Lope de Vega. En 1587 ingresó en la Academia Imitatoria ,
primer círculo literario madrileño, y ese mismo año fue designado comisario
real de abastos (recaudador de especies) para la Armada Invencible.
También este destino le fue adverso: en Écija se enfrentó con la Iglesia por su excesivo
celo recaudatorio y fue excomulgado; en Castro del Río fue encarcelado, en 1592,
acusado de vender parte del trigo requisado, hasta que, al morir su madre en
1594, abandonó Andalucía y volvió a Madrid. Pero sus penurias económicas
siguieron acompañándole. Nombrado recaudador de impuestos, quebró el banquero a
quien había entregado importantes sumas y Cervantes dio con sus huesos en la
prisión, esta vez en la de Sevilla, donde permaneció cinco meses. En esta época
de extrema carencia comenzó probablemente la redacción del Quijote. Entre 1604
y 1606, la familia de Cervantes, su esposa, sus hermanas de tan dudosa
reputación y su aguerrida hija natural, así como sus sobrinas, siguieron a la
corte a Valladolid, hasta que el rey Felipe III ordenó el retorno a Madrid.
Pero en 1605, a principios de año,
apareció en Madrid El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. Su autor era
por entonces hombre enjuto, delgado, de cincuenta y ocho años, tolerante con su
turbulenta familia, poco hábil para ganar dinero, pusilánime en tiempos de paz
y decidido en los de guerra. La fama fue inmediata, pero los efectos económicos
apenas se hicieron notar. Cuando, en junio de 1605, toda la familia Cervantes,
con el escritor a la cabeza, fue a la cárcel por unas horas a causa de un
turbio asunto que sólo tangencialmente les tocaba (la muerte de un caballero asistido
por las mujeres de la familia, ocurrida tras ser herido aquél a las puertas de
la casa), don Quijote y Sancho ya pertenecían al acervo popular. Su autor,
mientras tanto, seguía pasando estrecheces. No le ofreció respiro ni siquiera
la vida literaria: animado por el éxito del Quijote, ingresó en 1609 en la Cofradía de Esclavos del
Santísimo Sacramento, a la que también pertenecían Lope de Vega y Quevedo. Era
ésta costumbre de la época, que ofrecía a Cervantes la oportunidad de obtener
algún protectorado. En aquel mismo año se firmó el decreto de expulsión de los
moriscos y se acentuó el endurecimiento de la vida social española sometida al
rigor inquisitorial. Cervantes saludó la expulsión con alegría, mientras su
hermana Magdalena ingresaba en una orden religiosa. Fueron años de redacción de
testamentos y contiendas sórdidas: Magdalena había excluido del suyo a Isabel
en favor de otra sobrina, Constanza, y Cervantes renunció a su parte de la
finca de su hermano también en favor de aquélla, dejando fuera a su propia
hija, enzarzada en un pleito interminable con el propietario de la casa en la
que vivía y en el que Cervantes se había visto obligado a declarar a favor de
su hija.
A pesar de no conseguir
siquiera (como tampoco lo logró Góngora) ser incluido en el séquito de su
mecenas el nuevo virrey de Nápoles, el conde de Lemos, quien, sin embargo, le
daba muestras concretas de su favor, Cervantes escribió a un ritmo imparable:
las Novelas ejemplares, que aparecieron en 1613; el Viaje al Parnaso, en verso,
1614. Ese mismo año lo sorprendió la aparición, en Tarragona, de una segunda
parte del Quijote, por un tal Avellaneda, que se proclamó auténtica
continuación de las aventuras del hidalgo. Así, enfermo y urgido, mientras
impulsaba la aparición de las Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca
representados (1615), acabó la segunda parte del Quijote, que aparecería en el
curso del mismo año.
A principios de 1616
estaba terminando su novela de aventuras en estilo bizantino, Los trabajos de
Persiles y Segismunda; el 19 de abril recibió la extremaunción y al día
siguiente redactó la dedicatoria al conde de Lemos, ofrenda que ha sido
considerada como exquisita muestra de su genio y conmovedora expresión
autobiográfica: «Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta; el tiempo
es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la
vida sobre el deseo que tengo de vivir...».
Unos meses antes de su
muerte, Cervantes tuvo una recompensa moral por sus penurias e infortunios
económicos: uno de los censores, el licenciado Marques Torres, le envió una
recomendación en la que relataba una conversación mantenida en febrero de 1615
con notables caballeros del séquito del embajador francés ante la corte
Mariela: «Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y
cantidad. Halléme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre, a
que uno respondió estas formales palabras: "Pues ¿a tal hombre no le tiene
España muy rico y sustentado del erario público?". Acudió otro de aquellos
caballeros con este pensamiento y con mucha agudeza: "Si necesidad le ha
de obligar a escribir, plaga a Dios que nunca tenga abundancia, para que con
sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo"».
En efecto, ya circulaban
traducciones al inglés y al francés desde 1612, y puede decirse que Cervantes
supo que con el Quijote creaba una forma literaria nueva. Supo también que
introducía el género de la novela corta en castellano con sus Novelas
ejemplares y sin duda adivinaba los ilimitados alcances de la pareja de
personajes que había concebido. Sus contemporáneos, si bien reconocieron la
viveza de su ingenio, no vislumbraron la profundidad del descubrimiento del
Quijote, fundación misma de la novela moderna.
Así, entre el 22 y el 23
de abril de 1616 murió en su casa de Madrid, asistido por su esposa y una de
sus sobrinas; envuelto en su hábito franciscano y con el rostro sin cubrir, fue
enterrado en el convento de las trinitarias descalzas, en la entonces llamada
calle de
Cantarranas. Hoy se desconoce la localización exacta de su tumba.
Las fuentes del arte de
Cervantes como novelista son complejas: por un lado, don Quijote y Sancho son
parodia de los caballeros andantes y sus escuderos; por otro, en ellos mismos
se exalta la fidelidad al honor y a la lucha por los débiles. En el Quijote
confluyen, pues, realismo y fantasía, meditación y reflexión sobre la
literatura: los personajes discuten sobre su propia entidad de personajes
mientras las fronteras entre delirio y razón y entre ficción y realidad se borran
una y otra vez. Pero el derrotero de Cervantes, que acompañó tanto las glorias
imperiales de Lepanto como las derrotas de la Invencible ante las
costas de Inglaterra, sólo conoció los sinsabores de la pobreza y las zozobras
ante el poder. Al revés que su personaje, él no pudo escapar nunca de su
destino de hidalgo, soldado y pobre.
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