Literatura
y profecía
Hubo un tiempo en que el lector
medio leía una novela buscando una moraleja, y por ingenuo que pudiera parecer,
era un propósito muchísimo menos ingenuo que algunos de los objetivos más
limitados que tiene ahora.
Flannery
O`Connor
Hoy se
considera que las novelas tratan exclusivamente de las fuerzas sociales,
económicas o psicológicas -que obligatoriamente han de mostrar-, o bien de esos
detalles de la vida cotidiana que para el buen novelista son una manera de
alcanzar un fin más profundo.
Hawthorne
conocía bien sus problemas y anticipó quizá los nuestros cuando dijo que él no
escribía novelas, sino romances. [Un punto de encuentro entre lo imaginario y
lo real]. Hoy, muchos lectores y críticos han establecido una especie de ortodoxia
para la novela. Exigen un realismo basado en hechos que, más que ampliar, puede
limitar a largo plazo el alcance de la novela. Entienden que el único material
legítimo de la novela está ligado al movimiento de las fuerzas sociales, a lo
típico, y a la fidelidad a las cosas tal como aparecen y suceden en la vida
normal. Esto suele ir acompañado de un generoso tratamiento de aquellos
aspectos de la existencia que los novelistas victorianos no podían abordar
directamente. Es sólo durante los últimos cincuenta o sesenta años cuando los
escritores han conseguido una presunta emancipación de la moral victoriana.
Ésta era una licencia que abría muchas posibilidades en literatura, pero nunca
es bueno para la cultura el día en que una libertad así entendida se acepta
como algo general. El escritor carece completamente de derechos, salvo aquellos
que se forja dentro de su propia obra. Nos han inundado con tanta literatura
deplorable, basada en libertades inmerecidas, o en la noción de que la
literatura debe representar lo típico, que las formas más profundas de realismo
son cada vez más incomprensibles para el público.
La
experiencia del misterio.
Desde el
siglo XVIII, el espíritu popular de cada nueva generación ha tendido cada vez
más a considerar que los males y los misterios de la vida terminarán por caer
ante los avances científicos del hombre, un pensamiento que sigue hoy en pie, a
pesar de que ésta es la primera generación que se enfrenta a la extinción total
a causa de esos avances. Si el novelista sintoniza con este espíritu, s
i cree
que las acciones están predeterminadas por la constitución psíquica o la
situación económica o cualquier otro factor determinable, entonces se ocupará
sobre todo de la precisa reproducción de las cosas que preocupan más inmediatamente
al hombre… Por el contrario, si el escritor cree que nuestra vida es y seguirá
siendo esencialmente misteriosa, si nos considera como seres que existen en un
orden creado a cuyas leyes respondemos libremente, entonces lo que ve en la
superficie será de su interés sólo en la medida en que pueda vivir, a su
través, una experiencia del misterio…
En la
narrativa americana del siglo XIX hay bastante literatura grotesca que procede
de los territorios del oeste y es supuestamente divertida, pero nuestros personajes
grotescos actuales, por cómicos que sean, no lo son esencialmente. Parecen
llevar una carga invisible; su fanatismo es un reproche, no una mera
excentricidad. Creo que surgen de la visión profética propia de cualquier
novelista con las preocupaciones que vengo describiendo. Para el novelista, la
profecía consiste en ver las cosas próximas en toda la extensión de su
significado, y por tanto, en ver cerca las cosas lejanas. El profeta es un
realista de distancias, y es éste el realismo que se encuentra en los mejores
ejemplos de la literatura grotesca contemporánea.
Siempre que
me preguntan por qué los escritores sureños tenemos debilidad por los
monstruos, respondo que es porque todavía somos capaces de reconocerlos. Para
poder reconocer un monstruo hay que tener alguna concepción del hombre, y la
concepción del hombre que predomina en el sur es todavía teológica en lo
esencial… Cuando Walker Percy ganó el Premio Nacional del Libro, los reporteros
le preguntaron que por qué había tantos escritores sureños buenos, a lo que
contestó: "Porque perdimos la guerra". Con esto no quería decir
simplemente que perder una guerra fuese un buen tema. Lo que estaba diciendo
era que habíamos tenido nuestra caída. Hemos entrado en el mundo contemporáneo
con un conocimiento de las limitaciones humanas grabado a fuego, y con un
sentido del misterio que no podría haberse desarrollado en nuestro primigenio
estado de inocencia, como no ha terminado de desarrollarse en el resto de
nuestro país… En el sur tenemos, por atenuada que sea, una visión de la cara de
Moisés mientras pulverizaba a nuestros ídolos. Este saber es lo que diferencia
al escritor de Georgia del de Hollywood o Nueva York.
No hay comentarios:
Publicar un comentario