Las causas perdidas
Fermín Méndez
La golosa industria del
entretenimiento a hecho de del fútbol un deporte de vidriera. Desvirtuado, se
va alejando cada día un poco más de lo humano. Ni bien ni mal, no sé. Pero que
se aleja es evidente, aunque el inmenso televisor de 98 pulgadas diga otra
cosa.
El profesionalismo también
va en ese tren. Aquel que habla del margen de error, de reducir los efectos
colaterales, de programas computarizados que lo dicen todo, que lo ven todo,
que mecanizan todo, que tiran 400 estadísticas por segundo, que miden el fémur,
que sustituyen sustancias por sustancias que pedalean solas. Pedalean, patean,
tiran al aro, nadan, y así. Ni bien ni mal, no sé. Dirán que se juega por
millones de monedas, como argumento infranqueable a la hora del debate.
Curioso, la gente en África se sigue muriendo de hambre. Que se aleja de la
realidad, se aleja.
La literatura por suerte,
el periodismo también, siempre ha revalorizado las causas perdidas. En el caso
puntual del fútbol, sin ir tan lejos, encontramos muchos escritores que le han
dedicado tiempo y cabeza a pintar la esencia del deporte. Así por ejemplo
recuerdo las muchas, enormes, ganas que me daba de robar de la biblioteca
municipal (y de la casa de un amigo también) el Fútbol a sol y sombra de
Galeano. De haberme deleitado con Fontanarrosa y sus innumerables cuentos,
incluso uno dedicado a los número cinco uruguayos representado en Wilmar
Everton Cardaña que es lo más gráfico que de nuestro mediocampista idóneo se
haya dicho. Sacheri en el mismo sentido sabe y sabe, y nos dejó una sonrisa
exactamente así, que también la supo contar en radio el gordo Apo, mientras
mirábamos el secreto de sus ojos. Y muchas más, infinitas. Por suerte.
Historias hay, y muchas.
En algún lado del proceso de comunicación se falla, adrede o por desatención o
por comodidad, para que muchas no tengan luz. El fútbol está cimentado en cosas
comunes, simples, cotidianas. Atrás de cada crack siempre habrá una rabona a la
escuela para jugar un partidito; y atrás de cada uno de los que no llegaremos
nunca hay mil ilusiones que nos dieron vida. El profesionalismo fuerte y
compulsivo se disipa como el humo cada vez que un campeón levanta, mira, y besa
la copa. Es una comunión.
Sobre dos gauchos que
quieren llegar a ella y aprovechan la instancia con tal fin, se encarga el
siguiente texto:
Llegando a vos
Apenas
nacida, tu sonrisa lo iluminaba todo. Tenías los cachetes inflados, un poco de
pelo, y dos bolones color miel como ojos. Apenas abiertos, apreciabas todo.
Eras la más esperada de la familia. Todos querían una niña y llegaste vos, dulce.
Al tiempo dabas los primeros pasos, siempre por el orillo de las cosas,
agarrándote de todo mientras tambaleabas. Luego se escucharon tus primeras
palabras a medio hablar, con señas y morisquetas de resignación cuando nadie
entendía nada. Muñecas, cisnes, calesitas, y hadas con arcoíris. Tu viejo no
olvidará jamás aquel primer día cuando tu mamá, cansada, te cedió en brazos
para que te alzara. Nunca se olvida la primera vez.
Cómo
se divertían todos cuando jugabas a ser modelo imaginando pasarelas entre
sillones, o dando la vuelta a la mesa del comedor. La ingenuidad de niña
dirigía tu mundo mientras el resto te cuidaba. Al tiempo la túnica blanca, la
moña bien planchada, y los deberes antes de jugar. Esperando los fines de
semana, ansiosa, para que tu papá te invitara a ir al fútbol. De ahí que te
gusta mucho, que se te pegaron esos colores tan hondos. Aún hoy lo acompañás
cuando la vida lo permite, claro. De grande no es tan fácil conjugar los verbos
y los tiempos. Igual la cancha siempre la tenés presente, al tiempo que te
sigue incomodando el alambrado del tejido y las tribunas de cemento duro y
frío.
“Todo
cambia y todo cambia” cantaste un día, aquélla de Man Ray, siendo adolescente.
Caían los primeros piropos, la pasarela ya no era la misma ingenua de la niñez.
Te iban incomodando ciertas cosas al tiempo que un apasionamiento en las ideas
invadían tus días. Eran intensos aquellos años juveniles, entre latidos del
corazón, cintura y noche. Te invitaron a salir, te regalaron flores, bombones.
También te llevaron a la cancha de cuadro en cuadro. Qué loco, lo que hacen el
amor y el fútbol. Tu recuerdo atesora en lo más íntimo aquella noche rodando
por los pastos, soñando y jurando amor eterno, volando y despertando con una
tibia confesión de primavera. “Abrazame fuerte”, le dijiste un día, sin saber
que era el último de los últimos. Son fuertes las penas, no existe el olvido.
Nunca enterrarás aquella noche, ni siquiera luego de haber destrozado en 1.000
pedazos la carta imberbe con que lo explicaba todo. “Quédate un poco…”
Hoy
contemplás el trinar de los pájaros en tu cotidiana vida del interior. Te
encanta el pueblo, su gente, sus gestos, sus plazas, las viejas calles
empedradas, las noches con guitarra. La música te explica la vida. Dejás que
así sea porque así te gusta. El contacto con la madera y las cuerdas alivian
tus pesares. Te conectan a la luz de la noche y el sonido de las estrellas. Qué
letras raras cantás, siempre dejando para el final aquella que tanto te gusta.
Esa especie de poema a dos voces en el que recitás pidiendo amor, esperando que
la otra voz te conteste “sí, yo tengo para vos”.
Acabás
de entrar a la cancha por la tribuna principal, con tu sombrero de copa.
Viniste a ver fútbol pero no será un partido más; es la final. Hay algo, ahí,
en el destino caprichoso que te está esperando. Una especie de trampa. Ni
siquiera lo sospechás, o tal vez sí, pero se acabará la ausencia, la espera, el
frío, la soledad. Uno de los dos va a llegar a vos. El que habla de tú, o el
engominado. Ambos se dieron cuenta de que estás ahí y harán todo lo posible
para conquistarte. El sentimiento de querer tenerte no los dejó dormir. Sin
embargo, se levantaron con las esperanzas de que sí; de salir campeón. La magia
será develarlo.
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