Luca
Giordano, llamado en España Lucas Jordán; nació en Nápoles el 18 de octubre de
1632 y murió el 3 de enero de 1705. Dotado de extraordinarias dotes para la
pintura, el napolitano fue, por su brillante paleta, su técnica pictórica
suelta y su fecunda imaginación, un claro predecesor de los grandes decoradores
venecianos del siglo XVIII. Apodado Luca fa presto por su
rapidez de ejecución, fue discípulo del español José de Ribera, cuyo influjo es
perceptible en sus obras iniciales. Su estilo cambió profundamente tras conocer
las obras del Veronés, en Venecia, y las últimas realizaciones de Pietro Da
Cortona, en Florencia y Roma, que lo hicieron orientarse hacia criterios más
decorativos. Pintor sobre todo de frescos, con temas religiosos o mitológicos,
Giordano desarrolló una intensa actividad, no sólo en Nápoles, sino también en
otras ciudades de Italia y España, país este último donde trabajó durante la
década de 1690, como pintor de la corte para el monarca Carlos II, y donde se
le conoció también con el nombre de Lucas Jordán. Además de la serie de lienzos
con escenas de la historia de Salomón y David, conservados en el Museo del
Prado y el Palacio Real de Madrid, destacan en su abundantísima producción los
frescos del palacio Medici-Riccardi y los de la capilla Corsini de la iglesia
de Santa Maria del Carmine, ambos en Florencia; así como los de El Escorial, el
madrileño Casón del Buen Retiro, hijo de un mediocre
pintor, se inició en el oficio bajo la dirección de su padre hasta pasar a
recibir una formación pictórica más completa en el taller de José de Ribera,
artista español afincado en el reino napolitano cuyo estilo influyó en las
primeras etapas de su pintura. Gracias a unas cualidades técnicas
excepcionales, comenzó su trayectoria pictórica precozmente. En 1654 era ya un
pintor independiente de contrastada calidad al que se le encargaron los grandes
lienzos de la iglesia de San Pietro ad Aram, en su ciudad natal. Su forma de
pintar, impregnada aún de tenebrismo, presentaba ya unas características
singulares que denotaban su conocimiento del uso del color de las escuelas
romana y veneciana, así como de las composiciones de Rubens.
Poco después marchó a Roma, ciudad en la que se ejercitó en la técnica de
la pintura al fresco como discípulo de Pietro da Cortona. Su evolución
estilística le fue apartando progresivamente del naturalismo riberiano hacia
creaciones más dinámicas y coloristas, con pinceladas más ágiles y sueltas.
Trabajó en varias capitales italianas, como Venecia (frescos de la iglesia de
Santa Maria della Salute), Roma (frescos de la iglesia de Santa Maria in
Campitelli) o Bérgamo, pero su actividad principal siguió centrada en Nápoles.
En 1677 inició una de sus obras emblemáticas, la decoración de la abadía de
Montecassino (Italia), destruida en 1943, y en 1682 pintó distintas obras en
Florencia para la iglesia del Carmine y para el Palacio Médici-Ricardi.
Su gran fama como muralista le llevó a ser llamado en varias ocasiones por
Felipe IV a Madrid. Giordano rehusó repetidamente las invitaciones de la Corte española, pero en
abril de 1692, durante el reinado de Carlos II, no pudo rechazar la ventajosa
oferta que se le hizo. Recibió un elevado salario y les fueron otorgados
importantes cargos a él y a sus familiares, tanto en España como en Nápoles.
Entre 1692 y 1694 pintó diversas composiciones de carácter simbólico, para la exaltación
de la monarquía de los Austria, en las bóvedas de la iglesia y de la escalera
imperial del monasterio de El Escorial (San Lorenzo de El Escorial, Madrid),
del que se convirtió, tras el fallecimiento en 1693 de Claudio Coello, en el
principal director de la decoración pictórica.
Posteriormente se trasladó a Madrid; en la capital del reino realizó
diversos frescos para la
Capilla Real , la iglesia de Nuestra Señora de Atocha, la
iglesia de San Antonio de los Portugueses y el Casón del Buen Retiro, donde, en
la bóveda del Salón del Baile, glorificó la Orden del Toisón de Oro. También atendió encargos
para clientes particulares, iglesias o el mismo rey, bien al fresco o bien al
óleo, de amplia variedad temática. Pintó un lienzo para el camarín del monasterio
de Guadalupe (Cáceres) y, en Toledo, decoró las bóvedas de la sacristía de la
catedral con el tema de la imposición de la casulla a San Ildefonso. La muerte
en 1700 de su protector, el monarca Carlos II, y el cambio de dinastía no le
privaron ni de sus honores ni de sus numerosos encargos. Retrató al nuevo rey,
Felipe V, y le acompañó en 1702 en su viaje a Nápoles, ciudad en la que el
pintor falleció tres años más tarde.
Cultivador de todos los géneros, Luca Giordano ha sido considerado el
pintor más fecundo de todo el barroco. Como decorador mural, empleando la
técnica del fresco, desarrolló la herencia que tras ser iniciada por Correggio
continuaron numerosos artistas italianos, entre los que sobresalieron los
hermanos Carraci, Lanfranco y Pietro da Cortona. Sus creaciones, en las que se
observa su dominio de la perspectiva y de los efectos ópticos, poseen un
destacado sentido decorativo. Su capacidad inventiva, su control de los
recursos técnicos y la facilidad y rapidez de ejecución le condujeron a ser
conocido con el sobrenombre de Luca fa presto.
También al óleo, sobre lienzo, realizó una pintura caracterizada por el
empleo de escorzos violentos y el uso de una gran variedad de gamas cromáticas.
La influencia posterior que ejerció su obra fue muy amplia, principalmente en
las escuelas napolitana, veneciana y florentina del settecento. Los pintores
madrileños de los primeros años del siglo XVIII, como el también fresquista Antonio
Palomino, imitaron su estilo. Desdeñado por la estética neoclásica, los
estudios actuales han revalorizado el dinamismo y los valores pictóricos de sus
obras. El Museo del Prado (Madrid) conserva numerosos cuadros suyos.
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