sábado, 1 de noviembre de 2014

 A 19 AÑOS DE LA MUERTE DE RUBEN LENA




Rubén Lena nació el 5 de abril de 1925 en el Departamento de Treinta y Tres y murió el 28 de octubre de 1995 en Montevideo. Fue escritorcompositor y docente uruguayo.
Desde 1949 hasta 1976 ejerció cargos de maestro, director de escuela y director del Instituto Normal de Treinta y Tres.
En 1961, escribió un cancionero para sus alumnos del que salieron algunos de los éxitos de Los Olimareños, como A Don José o De cojinillo. A partir de entonces se convirtió -junto con Víctor Lima- en el gran alimentador de canciones del dúo.
Rubén Lena es uno de los iniciadores de la música popular uruguaya en su estructura actual. No se ató al criollismo sino que compuso temas carnavalerossones y serraneras. De alguna manera se puede decir que Rubén Lena supo redimensionar la tradición partiendo de los devenires más simples del hombre de campo y darles valor universal.

"La única medida de una canción: resistir"

Hablaba bajito y pausado, con dulzura, con paciencia para su interlocutor, desparramando con pudor sus afectividades. Así, comunicó a los demás, que se encargaron a su vez de comunicarlo a otros, mucho de lo que ha pasado a ser esencial en nuestra cultura común en el Uruguay de estos últimos tres decenios.

Coriún Aharonián

Los mediadores de Rubén Lena con la muchedumbre fueron, en la mayor parte de los casos, Los Olimareños, ese dúo que (parafraseando la definición de Chico Buarque hecha por Millôr Fernandes) se constituyó, después de Gardel, en la mayor unanimidad nacional. Y Rubén Lena fue el principal alimentador de materia prima de ese curioso milagro. Sus canciones tuvieron otros trasmisores también. Y su palabra contenida, medida, se esparció además a través de la docencia. 
La canción popular, cuando está bien hecha, "nos llama a parar las orejas del alma para ver de qué se trata", nos decía. (1) "Cada canción debe sostenerse en sí misma (ahora y siempre)". (2) "En el canto, como en todas las disciplinas de la creación, hay unos indicadores delgaditos, que nos dicen dónde está el camino". (3) "Lograr un producto que sea comprensible a todos, sin perder calidad (...) es un martirio para el creador", decía. (4) "Es muy difícil, pero se logra." Y ahí aparecía, entrelíneas, su sonrisa. 
Vaya si lo logró. Sorteando con fuerte intuición las trampas que le tendía su formación colonial y colonizadora de egresado de un Instituto Normal de la década del 40. (5) Rubén Lena elaboró un sutil mecanismo creativo que le permitió dialogar con todas las capas socioculturales del país suministrando varios puntos de apoyo a su memoria colectiva. Y lo elaboró a partir de vivencias ya al comienzo de su labor de maestro rural, su primer oficio (que continuaría como director de escuela, director de instituto normal, y finalmente inspector, primero en Treinta y Tres y luego en Montevideo). "Aprendí que en pagos de hombres de a caballo, no se puede andar a pie o en sulkis, si se quiere mantener un diálogo lleno de sentido y establecer una comunicación confiable, según mi profesión."  
Según Lena, las personas que más influyeron sobre sus comienzos como hacedor de canciones fueron Víctor Lima (el segundo alimentador de canciones de Los Olimareños) y Santiago "el Indio" Baladán, dos figuras sobre las que sabemos bastante menos de lo que deberíamos. De Baladán admiró "el estilo de cantar y de tocar la guitarra". (7) "Los desarrollos musicales que hacía me daban mucho que pensar. (...) Y en Lima me impresionó muchísimo la belleza del texto, la poesía que había en sus canciones. (...) Estas dos personas (...), sin decírmelo, me estaban marcando el rumbo de lo que yo tenía que hacer. 
Yo estaba trabajando con niños, tenía que enseñarles canciones y, como no las había, tenía que tomarlas de lugares extraños. Generalmente eran hermosas, pero no eran nuestras, y en la medida que el ambiente era netamente rural, sonaban menos nuestras . (...) Rubén Lena supo armar canciones que dicen, justamente, "escuchen qué lindo es esto", sin mostrarse a sí mismas, pasando de incógnito. Colándose, así, en la gente. Los recursos y las variantes son innumerables. En "A don José", hecha efectivamente para los alumnos de la escuela que dirigía en 1961 en la ciudad de Treinta y Tres, consigue el disparate de que el público adulto, masivamente, acepte y adopte una canción infantil, sin sentirla como tal. En "De Cojinillo" (quizás el primer gran éxito de masas de Los Olimareños) demuestra que lo muy local, cuando está logrado, trasciende cómoda y rápidamente esa condición para, de alguna manera, universalizarse. En "Adiós amargo al Carao Peralta" demuestra que el llanto por la muerte de un amigo del pago pequeño puede convertirse en un llanto compartible con muchos y por muchos. En "Pobre Joaquín" demuestra, caramba, que el la Lena utiliza esquemas musicales y letrísticos de la tradición popular uruguaya, recorriendo cariñosamente el territorio del país. 
Pero también acepta y usa con astucia estructuras provenientes de otras partes de la patria grande (incluidas las zambas lanzadas por y desde Buenos Aires, la submetrópoli imperial), patria grande que conocía bien y amaba mejor. Es más: unos y otras le sirven para inventar especies nuevas (la serranera, la media-serranera), como Aníbal Sampayo lo hiciera desde Paysandú. Todo hace suponer que Treinta y Tres era hacia 1960 una ciudad con un particular hormigueo cultural. 
La vinculación con Los Olimareños se produce casi por casualidad. Lena era el director de la escuela del barrio donde vivía Pepe Guerra. "Un día hacían una fiesta -cuenta Braulio López - y Rubito (Lena) nos invitó a cantar; el que nos conectó con él fue el Laucha (Oscar) Prieto. Creo que "Lo que siempre tuve claro fueron los destinatarios de mis cosas: los pobres, los ignorados, los que nadie jamás nombra", dice Rubén Lena. Los conjuntos excepcionales de hechos creativos no son producto de la casualidad. El tercer Olimareño supo muy bien cómo abonar el terreno -y con qué entrega, con qué humildad, con qué constancia, con qué tenacidad!- para que germinara en él su imponente cancionero popular criollo. Gracias por el desafío, don Rubén. 



Fuente: Semanario “Brecha”

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