sábado, 10 de enero de 2015

INVESTIGACIÓN A UN SIGLO DE LOS HECHOS



El crimen de Delmira Agustini

Karina Thove
En el año recién despedido, no pocos volvieron a recordar la figura de Delmira Agustini, tanto en el teatro como en la literatura. Y es que el 6 de julio pasado se cumplieron 100 años de su trágica muerte a manos de su exmarido, convertido en amante mientras se sustanciaba el divorcio, para gran escándalo de la época. Una investigación proveniente de la academia, recientemente publicada, pretende dar luz sobre este episodio menos estudiado que su obra literaria… por razones poco literarias.

“Este libro se propone reconstruir un relato de época sobre un caso singular que fue interpretado en su tiempo como una anomalía. Ahora, podemos apreciar esta historia como representativa de los conflictos de diferentes mentalidades -no de una sola- en un mismo grupo social”, explica en la introducción el profesor Pablo Rocca, a un siglo de distancia de aquel escenario de país en pleno proceso de modernización.
Quienes se han interesado, tanto por la vida como por la literatura de Delmira Agustini, con el rigor biográfico que la protagonista se merece, han sido pocos y, no por casualidad, fueron dos mujeres del mundo de las letras en distintos momentos históricos: Ofelia Machado en su libro de 1944 y Clara Silva en 1968. En contrapartida, el espacio para la ficción -la novela, el drama sí ha tenido a varias plumas varoniles retroalimentando una imagen que fue tan poderosa en el 900 uruguayo. Rocca evoca a “La mujer inmolada” de Vicente Salaverri en la década del ‘20 pero, más acá en el tiempo, otros escritores se interesaron en la figura de Delmira, ya también más distanciados de los convencionalismos de la “edad disciplinada” que tan bien describiera el historiador José Pedro Barrán: Carlos Martínez Moreno, Guillermo Guicci, Omar Prego, Milton Schinca, entre ellos.
Periodismo con color literario
El recorrido por la prensa escrita en los días del “trágico episodio” es completo y exhaustivo.
Aparecen todas las crónicas montevideanas, de Florida -ciudad natal de Enrique Reyes- y de Buenos Aires, así como el parte policial y un capítulo de documentos judiciales donde está el acta matrimonial y la sentencia de divorcio. Recordemos que Delmira Agustini se casó con Enrique Reyes el 14 de agosto de 1913 y 53 días después se separaba y volvía a vivir en casa de sus padres.
Ella pidió el divorcio por la flamante ley que lo consagraba por la sola voluntad de la mujer, alegando injurias y malos tratos (presentó dos testigos, como surge en la documentación judicial). Fue la segunda mujer en usar esa causal y su abogado fue nada más y nada menos que el autor de la ley.
La sentencia finalmente salió en el mes de junio de 1914, pocos días antes del asesinato.
En este interín, la pareja continuaba viéndose en la modesta habitación que Reyes había alquilado en la calle Andes, algo no bien comprendido por la sociedad de entonces. Visto desde el siglo XXI, tampoco queda claro si se trataba de una relación de amantes como quería pensar la prensa de la época, o la poeta tenía miedo de su exmarido y las consecuencias definitivas que traería aparejado el divorcio.
Como observan los investigadores, muchos de los periodistas que firman las extensas notas que cubrieron el crimen, eran jóvenes vinculados al mundo literario que, en muchos casos, luego publicaron novelas, cuentos, poemas. Tal es el caso del cronista del diario “El Día”, Alberto Lasplaces o el propio Vicente Salaverri en “La Razón”, quien fuera el autor de la primera novela que ficcionó sobre la vida de la poeta.
Es curioso ver el uso de seudónimos, artículos sin firma pero con sólidas opiniones formadas en la construcción del relato, todos escritos por varones; las únicas excepciones son “La señorita Fantasía” en “Crítica” (Buenos Aires, 7 de julio de 1914) y Xenia, seudónimo de la escritora italiana María Teresa Pizzocchero, que hace una breve reseña sobre la obra poética de la asesinada en “Diario Del Plata” el 12 de julio del mismo año; ninguna uruguaya ofició de cronista en la prensa de entonces.
El amor que mata En la reconstrucción de los hechos y su interpretación a través de los relatos, se hace evidente que interesa contar la historia desde ribetes románticos, el tan mentado “drama pasional” que desde entonces “explica” buena parte de la crónica policial cuando se trata de cubrir situaciones de violencia doméstica que acaban mal.
Las disculpas hacia la conducta de Reyes son casi unánimes. “La voz de Florida” en su edición del 10 de julio de 2014, en un éxtasis romántico llega a titular “Doble suicidio”, una hipótesis que termina descartándose al encontrarse y publicarse la carta que el homicida deja para su madre y un amigo: la premeditación no admite doble lectura.
Celos, incomprensión de la conducta de su exesposa, que no solo lo abandona sino que tiene la osadía de seguir viéndolo “clandestinamente” mientras corre la sentencia de divorcio, obsesión por el amor que se escapa y no se tiene, supuestos pretendientes en la vuelta, son algunas de las narraciones que reflejan las crónicas: “Loco de amor. El divorcio había trastornado el espíritu de Reyes, quien no podía consolarse del fin de sus amores (…) La hipótesis más razonable hace creer que su actitud trágica no fue más que la consecuencia de su pasión”, considera Lasplaces en “El Día”, en su extensa crónica del 7 de julio de 1914.
Si bien todos destacan la obra poética de la asesinada y recuerdan lo bien posicionada que estaba en el mundo de las letras hispanas -casi nadie deja de mencionar los elogiosos comentarios que hiciera Ruben Darío sobre la prometedora artista-, su conducta es interpretada desde el pedestal de “excelsa” a partir del cual su exmarido, comerciante, rematador, era muy poca cosa para ella, demasiado vulgar al pretender que como esposa, ella fuera una mujer como todas las demás (sumisa, obediente, dedicada a las labores propias de su s e x o ) . “Delmira estaba hastiada, ella con su carácter varonil (sic) paró el golpe: su divorcio que había ya iniciado ante la justicia civil, lo motivaban razones de índole personal: desencantos de ideales soñados por su alma de artista, aspiraciones que el hogar no satisfacía siquiera medianamente. Y entabló el proceso: abandonó a su marido, volviendo a casa de sus padres”, relata el cronista de “El Siglo” el 7 de julio de 1914.
No faltó la voz conservadora que aprovecha la ocasión para recordar los males del divorcio y condenar todas esas ideas “modernosas” que se iban convirtiendo en ley en aquel efervescente Uruguay batllista: ”Se comprueba una vez más la impotencia del divorcio como medio de resolver las situaciones difíciles que puede crear un mal matrimonio (…) es el epílogo natural de una vida de hogar sin espíritu cristiano, sin la sana idealidad que, aún en la adversidad, orienta a las almas hacia Dios”, se escribe desde las páginas de “El amigo del obrero” el 8 de julio de 1914, donde ¡qué duda cabe! la gran responsable y disparadora de esta tragedia es la propia víctima.
En todo el raconto de la prensa, tanto Reyes como Agustini son vistos como víctimas de un amor irracional, incomprensible.
Llama la atención una solitaria voz que condena este hecho, en una publicación que no parece estar dentro de la prensa masiva: “…protestamos contra los hombres autoritarios que se erigen en amos de la mujer y quieren hacerse amar a tiros de revólver. ¡No, la mujer no es la esclava del hombre, ni en el amor, ni en nada!” clama “La Mosca”, el 12 de julio de 1914.
El lugar de la crónica policial
Los estudiantes de grado en la carrera de Letras que participan en esta investigación, escriben los capítulos del libro relacionados con la vida social de Delmira Agustini y la semblanza de Enrique Reyes (Fiorella Banchero y Erika Geymonat), el homicida del que poco se sabe y se perdona menos desde el hoy (Pablo Armand Ugon) y un capítulo dedicado a analizar la crónica policial de la época (Felipe Correa).
Hay que decir que en la prensa del 900, cada vez más masiva y accesible, la crónica policial ocupa un lugar destacado e interesa a los lectores casi tanto como sucede hoy en día en los medios masivos de comunicación.
El homicidio de Delmira Agustini y el suicidio de Enrique Reyes tuvo una cobertura mediática como la que hoy tendría cualquier artista “famoso”, sumamente ruidoso y expuesto, poco cuidado en los detalles más íntimos, muy comentado y a la orden del día en los chimentos de las actuales “revistas del corazón” o revistas a secas. Al respecto, vale la explicación que da Rocca, sin que medie la distancia de un siglo: “Si Delmira hubiera pertenecido a una familia del patriciado o a la de la burguesía de que formaba parte, pero con fuertes nexos políticos y sociales de los que carecía, es muy probable que su muerte no hubiera sido presa del periodismo.
El juego de las presiones habría inhibido tan ancha y descomedida cobertura si otro hubiera sido el apellido (y el poder consiguiente) de su esposo o el de su padre -que, después de todo, no pasaba de un capitalista de poca montao el que podía derivar de su madre, quien parece que venía de la nobleza alemana pero era argentina y ni siquiera tenía parientes directos en Montevideo. A esa concreta ubicación en la escala y el prestigio sociales debemos varios relatos que trataron el episodio sin pudores”.
Extraído de: http://www.republica.com.uy/

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