Apuntes de Pintura
La vida efímera de los estilos clásicos
Ángel Juárez Masares
Dice Hauser que las épocas de arte
clásico, de dominio total de la vida por la disciplina de las formas, de plena
penetración de la realidad con principios ordenadores, de identificación
absoluta de la expresión con el ritmo y la belleza, son épocas de corta
duración.
A comienzos del siglo XVI y durante un
período de poco mas de veinte años, se impone en Italia un espíritu artístico
estricto en la forma, idéntico consigo mismo y –al parecer- en armonía perfecta
con el mundo; espíritu al que –por su equilibrio interno y su armonía con el
mundo- se suele designar como “clásico”. Incluso durante este breve período, ese
espíritu no domina mas que las artes plásticas. Ni la literatura ni la música
produce obras que puedan equipararse –estilísticamente hablando- con las
creaciones de Leonardo, de Rafael, o de Miguel Ángel. Solo en un sentido
limitado puede hablarse de un “clasicismo” del Renacimiento; mas aún, habría
que preguntarse si es posible un clasicismo riguroso en una cultura dinámica
como la del renacimiento, que llevaba en sí todos los fermentos del mundo
medieval en disolución y de la crisis del equilibrio acabado de alcanzar.
Se suele hacer coincidir el fin del arte
clásico con la muerte de Rafael, y aún cuando no es exacta la afirmación de
Heinrich Wölfflin, de que a partir de 1520 no surge ninguna obra clásica, los
síntomas de disolución no se patentizan
ahora por primera vez, sino mucho tiempo antes, de tal suerte que no hay
ningún maestro del Alto Renacimiento en el que no aparezcan ya con anterioridad
tendencias anticlásicas. Leonardo, el creador del mas puro ejemplo de arte
clásico en Italia, es en conjunto un “romántico”. En Rafael y Miguel Ángel los
objetivos y cánones clásicos se ven desplazados desde la primera juventud por
tendencias barrocas y manieristas. A Tiziano –y a causa de su manera veneciana-
solo con reparos se le puede calificar como “clásico”. En el arte de Andrea Del
Sarto no pueden desconocerse los indicios del manierismo, como no pueden
desconocerse los del barroco en el arte de Correggio. El cambio de estilo no
coincide por eso, en absoluto, con la muerte de Rafael y la independización de
su escuela, ni tampoco con el estilo de la última etapa de Miguel Ángel.
Ciertamente no todos los maestros del
Alto Renacimiento se convierten en manieristas, pero casi sin excepción se ven afectados
por la crisis estilística manierista. Solo maestros de actitud mas o menos conservadora, como Fra Bartolommeo y
Albertinelli, permanecen absolutamente clásicos. Pese a todo, la obra de Andrea
Del Sarto, Correggio, Lorenzo Lotto, o Tiziano, comienza a denotar una ruptura
con el pasado que es imposible desconocer. La prosecución en línea recta de las
tendencias renacentistas no es ya evidente, sino que se halla vinculada a
condiciones que específicas. Ya no bastan la belleza y el rigor del arte clásico,
y frente a las contradicciones que determinan el sentimiento vital de la nueva
generación, el equilibrio, orden, y serenidad del Renacimiento, aparecen como
algo trivial, por no decir falso. La armonía aparece como algo sin interés,
internamente vacío, y la adecuación absoluta a las reglas como una traición a
si mismo.
Prescindiendo de otros episodios, nunca,
desde la Antigüedad
y la Edad Media ,
se había logrado la coincidencia entre sujeto y objeto, alma y forma, expresión
y figura. Obras como La última cena,
de Leonardo, la Disputa , de Rafael, o
el primer Descendimiento de Miguel
Ángel, solo representan la ilusión de un mundo animado radicalmente, de una
existencia en la que el cuerpo y el alma revisten el mismo valor, expresando
ambos lo mismo de manera diferente.
El momento histórico en que surgen estas
obras no es el momento de un arte utópico, sino el de un presente armónico; la
ficción tenía que derrumbarse mas pronto o mas tarde, y mostraba –ya antes del
desmoronamiento- síntomas de inseguridad, fracturas, debilitamiento, o en otras
palabras, indicios que el “clasicismo” no era mas que una realización obtenida
en lucha con la época, pero no conseguida como fruto orgánico de la misma.
Recordemos que la historia de Occidente
es, desde fines de la Edad
Media , una historia de crisis. Las breves fases de
tranquilidad llevan siempre en sí los gérmenes de la disolución subsiguiente,
son solo períodos de euforia entre otros de degradación y miseria, en los que
el hombre sufre por causa del mundo y por causa de si mismo. El Renacimiento
representa de alguna manera una pausa, pero no carente de peligros, y por eso
puede decirse que el arte del manierismo, tan atormentado y compenetrado del
sentido de crisis, sea una expresión mucho mas fiel que la serenidad, armonía,
y belleza, planteada y expuesta en el clasicismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario