viernes, 1 de junio de 2012

Apuntes de Pintura
La vida efímera de los estilos clásicos


Ángel Juárez Masares


Dice Hauser que las épocas de arte clásico, de dominio total de la vida por la disciplina de las formas, de plena penetración de la realidad con principios ordenadores, de identificación absoluta de la expresión con el ritmo y la belleza, son épocas de corta duración.
A comienzos del siglo XVI y durante un período de poco mas de veinte años, se impone en Italia un espíritu artístico estricto en la forma, idéntico consigo mismo y –al parecer- en armonía perfecta con el mundo; espíritu al que –por su equilibrio interno y su armonía con el mundo- se suele designar como “clásico”. Incluso durante este breve período, ese espíritu no domina mas que las artes plásticas. Ni la literatura ni la música produce obras que puedan equipararse –estilísticamente hablando- con las creaciones de Leonardo, de Rafael, o de Miguel Ángel. Solo en un sentido limitado puede hablarse de un “clasicismo” del Renacimiento; mas aún, habría que preguntarse si es posible un clasicismo riguroso en una cultura dinámica como la del renacimiento, que llevaba en sí todos los fermentos del mundo medieval en disolución y de la crisis del equilibrio acabado de alcanzar.
Se suele hacer coincidir el fin del arte clásico con la muerte de Rafael, y aún cuando no es exacta la afirmación de Heinrich Wölfflin, de que a partir de 1520 no surge ninguna obra clásica, los síntomas de disolución no se patentizan  ahora por primera vez, sino mucho tiempo antes, de tal suerte que no hay ningún maestro del Alto Renacimiento en el que no aparezcan ya con anterioridad tendencias anticlásicas. Leonardo, el creador del mas puro ejemplo de arte clásico en Italia, es en conjunto un “romántico”. En Rafael y Miguel Ángel los objetivos y cánones clásicos se ven desplazados desde la primera juventud por tendencias barrocas y manieristas. A Tiziano –y a causa de su manera veneciana- solo con reparos se le puede calificar como “clásico”. En el arte de Andrea Del Sarto no pueden desconocerse los indicios del manierismo, como no pueden desconocerse los del barroco en el arte de Correggio. El cambio de estilo no coincide por eso, en absoluto, con la muerte de Rafael y la independización de su escuela, ni tampoco con el estilo de la última etapa de Miguel Ángel.
Ciertamente no todos los maestros del Alto Renacimiento se convierten en manieristas, pero casi sin excepción se ven afectados por la crisis estilística manierista. Solo maestros de actitud mas  o menos conservadora, como Fra Bartolommeo y Albertinelli, permanecen absolutamente clásicos. Pese a todo, la obra de Andrea Del Sarto, Correggio, Lorenzo Lotto, o Tiziano, comienza a denotar una ruptura con el pasado que es imposible desconocer. La prosecución en línea recta de las tendencias renacentistas no es ya evidente, sino que se halla vinculada a condiciones que específicas. Ya no bastan la belleza y el rigor del arte clásico, y frente a las contradicciones que determinan el sentimiento vital de la nueva generación, el equilibrio, orden, y serenidad del Renacimiento, aparecen como algo trivial, por no decir falso. La armonía aparece como algo sin interés, internamente vacío, y la adecuación absoluta a las reglas como una traición a si mismo.
Prescindiendo de otros episodios, nunca, desde la Antigüedad y la Edad Media, se había logrado la coincidencia entre sujeto y objeto, alma y forma, expresión y figura. Obras como La última cena, de Leonardo, la Disputa, de Rafael, o el primer Descendimiento de Miguel Ángel, solo representan la ilusión de un mundo animado radicalmente, de una existencia en la que el cuerpo y el alma revisten el mismo valor, expresando ambos lo mismo de manera diferente.
El momento histórico en que surgen estas obras no es el momento de un arte utópico, sino el de un presente armónico; la ficción tenía que derrumbarse mas pronto o mas tarde, y mostraba –ya antes del desmoronamiento- síntomas de inseguridad, fracturas, debilitamiento, o en otras palabras, indicios que el “clasicismo” no era mas que una realización obtenida en lucha con la época, pero no conseguida como fruto orgánico de la misma.
Recordemos que la historia de Occidente es, desde fines de la Edad Media, una historia de crisis. Las breves fases de tranquilidad llevan siempre en sí los gérmenes de la disolución subsiguiente, son solo períodos de euforia entre otros de degradación y miseria, en los que el hombre sufre por causa del mundo y por causa de si mismo. El Renacimiento representa de alguna manera una pausa, pero no carente de peligros, y por eso puede decirse que el arte del manierismo, tan atormentado y compenetrado del sentido de crisis, sea una expresión mucho mas fiel que la serenidad, armonía, y belleza, planteada y expuesta en el clasicismo.

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