sábado, 4 de julio de 2015

Ernest Hemingway y Horacio Quiroga
Las letras y la muerte


Aldo Roque Difilippo

No se conocieron. Nunca se leyeron ni supieron de sus existencias físicas ni literarias. Vivieron bajo casi los mismos influjos: la pasión por la literatura y dominados por la casi enfermiza manía de la muerte.
El 2 de junio de 1961 se suicidaba Ernest Hemingway (1899-1961), 24 años antes Horacio Quiroga (1878-1937) hizo lo mismo. Los dos, a kilómetros de distancia, y de influencias culturales y literarias, parecen estar unidos en un destino trágico.
Curiosos paralelos emparentan a la distancia a estos dos escritores, cada uno a su manera fundadores de un estilo. Ambos son hijos de suicidas, y los dos se suicidaron. Los dos eligieron para vivir sitios alejados y exóticos de sus lugares de nacimiento: Quiroga en Misiones (Argentina), Hemingway en San Francisco de Paula (Cuba). Los dos sintieron pasión por la caza, tuvieron un especial gusto por la violencia y una fascinación por la muerte.

Muchas muertes
Si bien algunas diferencias los separaron: Hemingway recibió el Premio Nobel de Literatura, y Quiroga nunca obtuvo ningún premio aunque es considerado hoy día uno de los maestros del cuento latinoamericano, las coincidencias son más que significativas. Los dos truncaron sus vidas casi a la misma edad: Hemingway a los 61 años y Quiroga a los 59, y se casaron varias veces. El padre del escritor norteamericano, Clarence, se suicidó en 1928 y su hermano menor, Leicester , hace lo mismo de un balazo en la cabeza en 1982. El padre de Quiroga, Prudencio, muere accidentalmente con su escopeta de caza en 1879, cuando el escritor salteño tenía apenas dos meses de vida, y cuatro años después su padrastro, Ascencio Barcos, semiparalítico por una hemorragia cerebral, elige la muerte de un balazo de escopeta. Los dos parecían estar atrapados por el misterio de la muerte, y jugaban con ella. Hemingway como corresponsal de guerra, aficionado a la caza, Quiroga en sus incursiones por el Paraná misionero, escopeta en mano, recorriendo ese paisaje agreste y hostil.
Ana María Cires, la primera esposa de Quiroga, ingiere una fuerte dosis de sublimado, muriendo tras una larga agonía, y años más tarde sus tres hijos siguieron esa tradición suicida: Eglé, Darío, y María Ester (Pitoca). En tanto la nieta de Hemingway, la bella modelo y actriz Margaux, coincidiendo con el trigésimo quinto aniversario de la muerte del escritor, se suicida tras sobrellevar la pesada herencia del alcoholismo y la depresión.

Paralelismos
Pero las coincidencias no estuvieron solamente en lo trágico, sino también en lo literario. Ambos hicieron su fama en revistas y publicaciones periódicas. Hemingway publicó su primer libro a los 24 años, En nuestro tiempo (1924), y Quiroga se inició en el libro con Los arrecifes de coral en 1901, a los 23 años. Los dos publicaron en vida casi la misma cantidad de libros: Hemingway 12 y Quiroga 13.
Hemingway publica en 1964 París era una fiesta, Quiroga viaja a París en 1900 y escribe en su diario “París es una buena cosa, algo así como una sucesión de Avenidas de Mayo populísimas”.
Ante la pregunta ¿Qué libros debe haber leído un escritor? Hemingway responde: “...todo lo bueno de De Maupassant, todo lo bueno de Kipling...”. Quiroga expresa en el “Decálogo del perfecto cuentista”: “Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo”.
Hemingway utilizó sus experiencias de pescador, cazador y aficionado a las corridas de toros en sus obras. Quiroga utilizó su experiencia misionera plasmándola en su obra.
Quiroga expresa: “No adjetives sin necesidad. (...) Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea”. En tanto Hemingway manifiesta: “Yo siempre trato de escribir siguiendo el principio del iceberg. Hay siete octavos del iceberg bajo el agua por cada parte que se muestra sobre la superficie. Cualquier cosa que uno sabe y puede eliminar, refuerza el iceberg. Lo que vale es lo que no se muestra”.
Coincidencias más que sugestivas de dos iconos que no se conocieron, no se leyeron, pero que transitaron a su modo, por casi los mismos caminos literarios.

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