Graciela
Maturo: sus respuestas y poemas
Rolando
Revagliatti
Graciela
Maturo nació el 15 de agosto de 1928 en Santa Fe de la Vera
Cruz, capital de la provincia de Santa Fe, la Argentina. Es
Licenciada y Profesora en Letras por la Universidad Nacional de Cuyo
y Doctora en Letras por la Universidad del Salvador. Fue
Investigadora Principal del Consejo Nacional de Investigaciones
(CONICET) entre 1989 y 2003, y durante varios períodos allí,
miembro de la Comisión Evaluadora de Filología, Lingüística y
Literatura. Fundó en 1970 el Centro de Estudios Latinoamericanos, en
1989 el Centro de Estudios Iberoamericanos de la Universidad Católica
Argentina y en 2009 el Centro de Estudios Poéticos “Alétheia”.
Fue directora de la Biblioteca Nacional de Maestros (1990-1993) y
pertenece a distintas instituciones: Asociación Argentina de
Fenomenología y Hermenéutica, Centro de Estudios “Eugenio
Pucciarelli”, Centro de Estudios Hispanoamericanos de Santa Fe,
Asociación Argentina de Estética, Asociación de Poetas Argentinos,
etc., y también a la Cátedra Vaticana, constituida en el marco de
la Universidad Católica Argentina, quien la ha designado Profesora
Consulta. Es cofundadora y vicepresidente de la Comisión Argentina
del Instituto de Estudios Coloniales del Cono Sur. Ha actuado como
Jurado en concursos universitarios, y de concursos literarios
nacionales, provinciales y municipales, así como del Premio
Internacional “Rómulo Gallegos” en 2009. De entre las numerosas
distinciones recibidas, destacamos el Premio Ensayo Provincia de
Santa Fe (1967); Premio “Discepolín” (1983); Premio “Esteban
Echeverría” (1995); Premio al Mérito de la Universidad de Zulia
(2008); Premio de Honor de la SADE (2008). Fue incluida en antologías
nacionales y latinoamericanas y poemas suyos han sido traducidos al
francés, gallego, griego e italiano. Algunos de sus libros en
el
género ensayo son “Claves simbólicas de García Márquez”
(1972; segunda edición ampliada en 1977); “Introducción a la
crítica hermenéutica” (1983); “La mirada del poeta.
Ensayos sobre el conocimiento y el lenguaje poético” (1996;
segunda edición ampliada en 2008); “Marechal: el camino de la
belleza” (1999; Premio Fondo Nacional de las Artes); “La
opción por América. Ensayos sobre la identidad cultural de América
Latina” (2009); “Cortázar: razón y revelación”
(2014); “La poesía. Un pensamiento auroral” (2014).
Publicó los poemarios “Un viento hecho de pájaros” (1960;
Premio “Laurel” 1958); “El rostro” (1961; segunda
edición en 2007; Premio Municipal Mendoza 1960); “El mar que en
mí resuena” (1965; segunda edición en 2003; Premio de la
Sociedad Argentina de Escritores); “Habita entre nosotros”
(1968; Premio Bienal de Literatura 1965-1966); “Canto de
Eurídice” (1982; Mención de Honor de la Organización de los
Estados Americanos 1967);
“El mar se llama ahora con tu nombre”
(1993); “Canto de Orfeo y Eurídice” (1996; Premio
“Leoncio Gianello” de la Asociación Santafesina de Escritores
1997); “Memoria del trasmundo” (1996; segunda edición en
2000); “Cantata del Agua – Habita entre nosotros”
(2001). Además, en 2008, con prólogo de Enrique Corti, el Fondo
Nacional de las Artes editó su “Antología poética”, y
en Venezuela, con prólogo de Enrique Arenas Capiello, en 2009 se
editó su “Bosque de alondras. Obra poética, 1958-2008”.
Casa de Sábato con José Barisone, 1984 |
Con Fermín Chavez 1998 |
1
– A tus dieciocho años estabas residiendo en la provincia de
Mendoza, y antes en la provincia de Entre Ríos, en tu provincia
natal y en la actual Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Cuatro zonas.
¿Evocarías para nosotros a la que fuiste hasta entonces?
GM
– No sé a quien puede interesar mi vida personal, pero te digo
que pasé mi infancia, hasta los 13 años, en Buenos Aires (ciudad
que es donde más he vivido, porque a los 40 de mi edad volví a
vivir en ella, hasta el presente). Pese a mi nacimiento en Santa Fe,
fue la muerte de mi madre el motivo de ese cambio de escenario para
los años de la infancia. Mi padre siguió en Santa Fe, como profesor
de la Facultad de Ingeniería Química, pero mi hermana y yo nos
criamos en Buenos Aires, primero en Parque Chas, después en el
barrio de Versalles, del que recuerdo los bellos jardines y el aroma
de los tilos.
Yo era una niña precoz, entré a la escuela con cinco
años, y después me hicieron saltear el tercero, porque estaba
adelantada. Inicié el secundario en el Liceo 2, junto al parque
Lezica; tuve excelentes profesores, algunos me llevaron hacia las
Letras. Terminé el secundario en Santa Fe, donde pasé la
adolescencia compartida con el Instituto del Profesorado de Paraná,
en el que cursé dos años. A los 16 conocí al entrerriano Alfonso
Sola González, que me llevaba 11 años y ya vivía por entonces en
Buenos Aires. Cuando cumplí los 18 nos casamos y nos fuimos a
Mendoza. Si con mi padre descubrí la ciencia, la música y la
política, con Alfonso descubrí la poesía.
Con Gabriel García Márquez en Cartagena, marzo 2007 |
1967 |
2
– Con Sola González (1917-1975), entonces, la poesía. Y porque la
he leído, fragmentariamente, en medios electrónicos, sé que tenés
una hija que, además de arquitecta, es también poeta (y novelista):
María del Rosario Sola. ¿Nos proporcionarías una impresión sobre
las poéticas de cada uno de ellos? ¿Tenés, Graciela, otros hijos
escritores o vinculados con algún quehacer artístico?
Con Inés Santa Cruz, New York, 1994 |
GM
– En la Universidad de Cuyo hice mi carrera de Letras. Mi
marido dictaba las cátedras de Literatura Argentina. Conocí a
Leopoldo Marechal, que era su amigo y maestro. Lo invitábamos muy
seguido a Mendoza, y lo visitábamos al venir a Buenos Aires, como
también a Ricardo Molinari, Carlos Mastronardi, Oliverio Girondo,
Olga Orozco. Sola González era un poeta “del 40” y su poética
era clásica y elegíaca, al menos en sus cinco primeros libros.
Ahora la Biblioteca Nacional ha publicado su “Obra poética”,
con el agregado de poemas inéditos, y se ve aflorar en ellos nuevas
modalidades, más coloquiales, incluso satíricas y humorísticas.
Sin embargo su poética sigue, de fondo, ligada al humanismo místico
que caracterizó a aquella generación.
Entre
mis hijos, que son seis (ya que lo has preguntado), ha habido al
menos tres que han escrito poesía. María Fernanda, que escribía
poemas en su adolescencia; Cristóbal Sola, que tomó la vía de una
narrativa poética (“En la otra orilla”, Ediciones Último
Reino, 2004 y “En las viñas”, Ediciones Culturales de
Mendoza, en prensa) y Rosario Sola, que ha publicado un libro de
poesía (“El humo de los músicos”, Ediciones Ríos al
Mar, Paraná, Entre Ríos, 2000), una plaqueta de poesía (“Música
de invierno”, 1982) y una novela (“La luz de la siesta”,
Ediciones El Robledal, Salta, 1999).
Creo
que Rosario recibió la influencia de su padre, pero su poesía
tiene su sello propio. La caracteriza la sed metafísica, y una gran
riqueza imaginaria. Ella ha formado parte del Grupo Último Reino,
conducido a partir de 1979 por Víctor Redondo. Mario Morales fue el
maestro del grupo, que se proclamó neo-romántico.
Con Juan Carlos Licastro, Ezequiel Koremblit y una amiga. |
3
– Es apenas de refilón que supe que declaraste que alentabas la
creación de cátedras de Poética. ¿Cómo las propondrías, cómo
deberían plantearse y desarrollarse?
GM
– A partir de 1968 inicié una nueva etapa de mi vida en Buenos
Aires. Al poco tiempo me incorporé a la Universidad de Buenos Aires,
a la Universidad del Salvador y más tarde a la Universidad Católica
Argentina, y fundé un Centro de Estudios Latinoamericanos, que
conduje durante casi veinte años con Eduardo Azcuy. Desde todos esos
lugares he estado muchos años elaborando una teoría poética que
necesariamente me exigió revisar y discutir varios tramos de la
teorización y la crítica literaria. Advertí que la mía era una
tarea muy pesada como para elaborarla individualmente, y llamé a
otros poetas y profesores, a filósofos, antropólogos, etc., para
conformar una corriente adversa al positivismo y al nominalismo. Nos
hemos apoyado en vertientes de la Filosofía moderna como lo son la
Fenomenología y la Hermenéutica.
Con Mario Vargas Llosa, Cali, 1974 |
Había
que empezar por el cuestionamiento de nociones que se impusieron en
los estudios literarios —y que lamentablemente siguen instaladas—,
como por ejemplo la teoría del signo lingüístico, la teoría de
los signos o semiología, que de ella deriva, etc. Pienso que un
poeta no puede aceptar la definición de la palabra como aproximación
arbitraria y convencional de un significado y un significante. En
fin, sería pesado insertar aquí esa discusión, solo te digo que la
corriente humanista que encabecé, pretendió no solamente modificar
los estudios literarios sino el campo de las ciencias del hombre y de
la cultura. Algo fuimos avanzando a lo largo del tiempo; al viajar
por varios países de Europa y América pude advertir que fuera de la
Argentina hallábamos un mayor interés y respeto por estas
cuestiones.
Con Sábato, 1981 |
Ligado
a esto se encuentra —y aquí voy a tu pregunta— que haya
propuesto por mi parte cierto desplazamiento desde la Estética a la
Poética. La Estética es una disciplina tardía en Occidente; ha
sido elaborada, a mi ver, desde la mirada del espectador de la obra
de arte. La Poética es anterior, y aunque algunos la consideren como
una “ciencia del poema”, tiene su punto de arranque en el acto
mismo de la creación. Antes de hablar del poema hay que hablar del
poetizar, del sujeto poético, de su horizonte de pensamiento. Porque
la Poesía es un modo de pensamiento antes de ser palabra. Un
pensamiento que abarca la afectividad, la intuición, el sueño, la
imaginación, las experiencias no ordinarias de ciertos niveles de
conciencia.
Promover
cátedras de Poética en las universidades es llevar la poesía a sus
fuentes espirituales y en consecuencia promover un cambio profundo de
perspectiva. Por mi parte he llevado esa propuesta a universidades
argentinas, colombianas, venezolanas, uruguayas. En la Universidad de
Congreso, una universidad privada de Mendoza, con el consenso del
Rector pude instalar en el 2013 la Cátedra Marechal, que si
bien está destinada al estudio de la obra marechaleana, hace lugar
en general a la Poética desde la perspectiva aludida. También en la
Universidad de La Plata, dentro de la Cátedra de Cultura Andaluza
que dirige el poeta Guillermo Pilía, hemos creado el Aula María
Zambrano, a través de la cual planteamos el tema de la Razón
Poética, impulsado por la pensadora española.
Podría
hablar mucho más sobre el tema pero sería abusivo. También puedo
remitir a varios de mis libros (personales y grupales). En otra
oportunidad, si te interesa, lo seguiremos profundizando.
Mendoza, 1963 |
4
– En una ocasión, acaso en 1985, en el taller de escritura de
Enrique Medina, tuve ocasión de compartir una reunión con el autor
de esa maravillosa novela que es “Zama”:
Antonio Di Benedetto (1922-1986). Además de haber estudiado su obra,
lo has tratado antes y después de su exilio. Quién mejor que vos
para referirse a Di Benedetto como persona y como escritor.
GM
– Fui gran amiga de Antonio Di Benedetto; lo conocí a poco de
llegar a Mendoza, alrededor del año ‘50, cuando iniciaba su
carrera periodística y literaria. Desde sus comienzos se revelaba
como un autor exigente, dueño de una mirada y un lenguaje propios.
Alfonso (Sola González) lo invitó a la Universidad de Cuyo, y desde
entonces fue un amigo de mi casa. En el ‘76 los militares lo
pusieron preso; fue víctima de absurdas acusaciones, y en los
lugares de detención donde estuvo nunca pude comunicarme con él.
Tenía algunas noticias por medio de Juan Jacobo Bajarlía. Cuando
logró ser excarcelado le aconsejaron irse del país; se despidió
por teléfono, y no quiso que fuera a verlo antes de partir. En sus
últimos años produjo obras muy singulares que echan luz sobre su
cautiverio.
Volvió
en el ‘84, y estaba muy descontento del trato recibido por parte de
algunos funcionarios. Nos vimos varias veces; alcancé a invitarlo a
mi cátedra de Teoría Literaria en la UBA, y les habló a mis
alumnos, pero su voz debilitada no alcanzó a ser grabada. Antes de
su regreso me había elegido como prologuista de un volumen de
“textos seleccionados por su autor”, de Editorial Celtia. Yo le
alcancé mi prólogo, que lo alegró. Murió en el Hospital
Italiano, después de un tiempo en estado de coma, poco antes de
aparecer el libro en el cual debí consignar su muerte. Antonio Di
Benedetto es uno de los grandes escritores argentinos, su obra está
a la altura de Juan Rulfo, de los mejores cuentistas y novelistas
latinoamericanos.
1965 |
5
– Has dirigido la revista de poesía y poética “Azor”
(Mendoza, 1960-1965) y “Megafón” (San Antonio de Padua,
provincia de Buenos Aires, 1975-1989), órgano del Centro de Estudios
Latinoamericanos de la Argentina. Más allá de lo que se trasluce de
los enunciados, Graciela, ¿qué propuestas conllevaba cada
publicación periódica, qué se logró, quiénes fueron difundidos?
GM
– Siempre estuve ligada a la poesía, fundando grupos,
colecciones, revistas. En Mendoza, alrededor del año 58, fundé el
grupo “Amigos de la Poesía” en el que intentábamos, con Elena
Jancarik y Fanny Polimeni, vincular a los poetas mayores de Mendoza,
como José Enrique Ramponi, Ricardo Tudela, Nacarato, y otros venidos
de afuera: Sola González, Abelardo Vázquez, César Mermet, con las
nuevas generaciones. De ese grupo nació la revista “Azor”, que
tuvo 5 números, vinculada a otros grupos de Buenos Aires y las
provincias. Promovimos cierto movimiento alrededor de la poesía, y
creamos la Colección Azor, donde se publicaron algunos libros.
Marechal nos entregó para ella, sus “Claves de Adán
Buenosayres”, que publicamos a comienzos de 1966, juntamente
con los trabajos de Julio Cortázar, a quien por entonces estudiaba,
de Adolfo Prieto y el mío sobre esa novela.
La
otra revista que dirigí es “Megafón”, que fue el órgano de
difusión del Centro de Estudios Latinoamericanos. El Centro tuvo su
inicio en 1970, y publicó un volumen grupal dentro de la “Revista
de Filosofía Latinoamericana”, en 1975, antes de presentar su
propia revista “Megafón”, impulsada por un franciscano que
realizó una gran obra, Fray Juan Alberto Cortés. Desde su nombre
esa revista estuvo ligada al espíritu marechaliano. No era ya una
revista de poesía, aunque la tuvo siempre como uno de sus ejes;
pretendía canalizar estudios filosóficos, poéticos y
antropológicos dentro de una dirección humanista y americanista.
También participábamos en la conducción de la Editorial Castañeda,
donde publicamos cuatro obras de Marechal, tres de ellas inéditas.
La revista y las ediciones tuvieron mayor difusión en otros países
que en la Argentina, que atravesaba los años del Proceso Militar.
Ahora han comenzado algunos estudios sobre esas actividades, que si
bien concluyeron de modo institucional, prosiguen siempre en otras
formas, bajo otros rótulos. No pudiendo con el genio, hace unos años
volví a crear un nuevo centro de estudios con otro grupo de poetas:
el Centro de Estudios Poéticos Alétheia, que ofrece cursos y
conferencias en distintos lugares.
6
– Saber que estás preparando una edición anotada, crítica de
“Rayuela” para la Academia Mexicana de la
Lengua, me impulsó a buscar en mi biblioteca, el espectacular
volumen homenaje titulado “Cortázar”
(Fundación Internacional Argentina, Buenos Aires, 2004), el cual
incluye tu ensayo “Julio Cortázar: la creación como goce y
aventura”. Has sido amiga de él durante años. ¿Qué es posible
que compartas con nosotros hoy, ahora, para nuestros lectores en la
Red, de aquel vínculo?
GM
- A Cortázar empecé a leerlo muy joven, a mi llegada a la
Universidad Nacional de Cuyo, donde estudié. Habían pasado casi dos
años desde su retiro de esas aulas, por razones políticas; yo venía
a descubrir los apuntes y la fama del joven profesor de Literatura
Francesa, melómano, integrante de un grupo de aficionados al jazz,
amigo del helenista Ireneo F. Cruz, con quien hablaban de
“mancuspias” y otros delirios. Todo se enlazaba en una trama:
Cruz había sido profesor de Griego, en las aulas de Paraná, de Sola
González, Diego Pro, Ricardo Pantano y otros discípulos que lo
acompañaron después en su gestión como Rector de la UNCU,
designado por el presidente Perón. Este es el nudo del apartamiento
de Cortázar, y a la vez, de nuestra llegada a Mendoza. Por mi parte,
joven alumna de Letras, me puse a leer al disidente Cortázar, que ya
publicaba cuentos y había escrito su escolio sobre la “Oda a una
urna griega” de John Keats, un trabajo ejemplar de comentario
poético que luego expuse en la Universidad de Buenos Aires. Esto
habla de mi temprana independencia política, que he tratado de
mantener a lo largo de toda mi vida. No se confunda esto con una
falta de compromiso político, sino con la convicción de que la
creación y la vida intelectual deben ser libres, y no estar al
servicio de ningún poder.
Cortázar
es entre nosotros el máximo ejemplo de la Razón poética que
perseguí y elaboré en distintas instancias, compartiendo sus
mismas fuentes. Mi primer trabajo crítico fue tema de una tesis
doctoral no defendida en su momento (me doctoré con otra tesis),
pero sí publicada por ECA en 1967: “Proyección del surrealismo
en la literatura argentina”. (Ahora se reedita, ampliada, con
el título “El surrealismo en la poesía argentina”).
Nadie se ocupaba por entonces —los años 59, 60— de este tema.
Quiero decir que estaba preparada, por mi conocimiento de Cortázar y
del Surrealismo, para comprender una obra como “Rayuela”,
novela surrealista, súper-realista, que venía a demoler la
novela literaria, y la literatura misma. A partir de ese libro decidí
iniciar una investigación sobre toda la obra de Cortázar. Sola
González, que no lo trató personalmente, había compartido con él
ámbitos de reunión, amigos y revistas, en los años de Buenos
Aires; él me dio a conocer la revista “Huella”, dirigida por
Castiñeira de Dios, donde se había publicado en 1941 el artículo
“Rimbaud”, firmado por Julio Denis. Solo me quedaba escribirle
al Consulado argentino en París: así se inició nuestro diálogo,
después proseguido en forma personal, del cual quedan sus 36 cartas,
publicadas en los tomos de su correspondencia y en mi último libro
sobre el autor, “Cortázar: razón y revelación” (2014).
Allí las he incluido, superando largos años en que hacerlo me
parecía un gesto ególatra.
1967 |
Para
mí “Rayuela” sigue teniendo plena vigencia. Discrepo de
la opinión difundida de que Cortázar “cultiva el mito burgués
del artista”, frase que suena despectiva e incomprensiva de su
mundo. A no ser que admitamos positivamente como “mito” la larga
consideración del artista (consideración que fue órfica,
trovadoresca, renacentista, romántica, simbolista, surrealista) como
iluminado y maestro.
Vicente
Huidobro ha repetido una frase de Emerson: “El artista es el
sabio verdadero”, y por mi parte la suscribo sin caer en
excesos. “Rayuela”, por vías oblicuas y humorísticas,
apunta a esa zona, que sigue guardando su reserva para oídos
poéticos; espero que mi edición sirva al menos para señalar ese
rumbo de lectura.
7
- Del poema “Junio 1968” de Jorge Luis
Borges, seleccioné estos tres versos: “(Ordenar
bibliotecas es ejercer, / de un modo silencioso y modesto, / el arte
de la crítica.)” Primero:
¿qué te suscita la afirmación?... Segundo: ¿cómo ordenás tu
biblioteca y qué estarías, a tu modo, ejerciendo?
GM
- Ordenar una biblioteca es algo hermoso; aunque el desorden puede
tener su belleza, siempre existe algún grado de orden para que ella
exista. No creo que sea solo el arte de la crítica el que propone un
cierto orden a una biblioteca: es también el amor, la proximidad con
ciertos autores, el reconocimiento de familias espirituales, como
puede ser la que forman Emanuel Swedenborg, Poe, Baudelaire, Rimbaud…
Cuando
uno trabaja la biblioteca se desarma, se desordena, solo están
ordenadas pulcramente las bibliotecas públicas. Fui durante tres
años directora de la Biblioteca de Maestros, del Ministerio de
Educación. Leopoldo Lugones, hasta su muerte, la había dotado de
libros muy valiosos relativos a la época colonial; quise hacer un
catálogo comentado, pero no hubo tiempo, cuando me otorgaron el
subsidio ya estaba dejando la biblioteca.
8
- ¿Cómo te parece que han operado en vos las influencias de
determinados autores —¿cuáles?— en tu propia poética? ¿Hay
que darles paso?
GM
- Por supuesto, hay que darles paso. Más que de influencias yo
hablaría de afinidades, como la de Cortázar con Keats, por ejemplo.
Yo nunca hablo de un “deber ser” de la poesía, cada autor vive
la experiencia poética a su manera, hay quienes tienen como punto de
partida la experiencia personal, y otros parten de experiencias de
lectura.
Yo
me cuento más bien entre los primeros, pero he tenido grandes
maestros a los que he releído contantemente. Mi “poética”, si
no suena presuntuoso hablar de ella, es bastante clásica, sobre todo
en una primera época. Puedo admitir ecos de Garcilaso, Gabriel
Bocángel, Luis de León, como también de Enrique Banchs,
Mastronardi, los poetas del Cuarenta, Sola González, Olga Orozco. En
los últimos años escribí poemas más coloquiales, pero siempre he
seguido fiel al ritmo, a cierta musicalidad del verso.
A
los poetas hay que leerlos en su idioma; he leído a los románticos
franceses, a los simbolistas, los surrealistas. El surrealismo me
interesa más como una propuesta filosófica que como modelo de
poesía.
Graciela Maturo con Antonio di Benedetto, Mendoza, 1975 |
9
- ¿Creés que la teología y la
metafísica, como pensaba la escuela de Frankfurt, también son
literatura fantástica? ¿La mística ha influido en la literatura
fantástica?
GM
– Estoy muy lejos de lo que piensa la escuela de Frankfurt. Puedo
escucharlos cuando hablan de economía o de política, pero a mi ver
no han tenido gran afinamiento para apreciar la poesía, y tampoco la
mística. Por eso esas disparatadas afirmaciones de que la teología
y la mística son literatura fantástica. Solo puede hacer esas
afirmaciones un racionalista extremo, o un positivista, para quien la
verdad surge de la ciencia empírica (y aun en este caso, se trataría
de la ciencia del siglo XIX, porque la ciencia del siglo XX ha
superado la contraposición materia/energía y mostrado la
legitimidad de un pensamiento de opuestos).
La
literatura fantástica moderna nació en tiempos del positivismo. No
era exactamente una reproducción del cuento folklórico, que siempre
presentó casos maravillosos, milagrosos o simbólicos; obedecía a
la mentalidad del escritor moderno, dubitativo entre la
demitificación científica y su propia intuición de la realidad. El
autor fantástico abogaba secretamente, en el siglo del positivismo,
por otra
realidad física, psíquica y
antropológica, pero su labor queda como un devaneo estético, que
produce la fruición del lector sin que se piense en una relación de
la obra fantástica con la realidad.
El
siglo XX trajo transformaciones muy profundas en el campo de las
ciencias y de la filosofía. En el campo de la filosofía, se produjo
una revolución significativa con la fenomenología de Edmund
Husserl, su descendencia en la Fenomenología Existencial (Heidegger,
Sartre) y otras secuelas importantes que han influido en las
vanguardias y el surrealismo. Para decirlo de alguna manera simple,
se valoriza en la filosofía un saber de experiencia, apartado de las
ideologías, y sobreviene desde el campo filosófico una valoración
del pensamiento poético, al que María Zambrano llama Razón
Poética.
Leopoldo Marechal con Graciela Maturo, Abril de 1967 |
Estas
son las regiones entre las cuales me muevo desde hace muchos años, y
he producido varios libros teóricos en esta línea: “La
mirada del poeta”, Corregidor,
1996, y 2ª edición ampliada, 1997, por Amargord, Madrid; “Los
trabajos de Orfeo”, 2008,
Universidad de Cuyo, Mendoza;
“La poesía. Un pensamiento auroral”,
Alción, 2014, Córdoba.
En
cuanto a la mística, habría mucho que hablar; tendríamos que
dedicarle otra entrevista. Por ahora te digo que el conocimiento
místico está en la base de todas las religiones, pero también del
arte y de los descubrimientos científicos.
10
- Te voy a formular, Graciela, adaptándola, una pregunta que
oportunamente Antonio Jiménez Paz le extendiera al poeta David Eloy
Rodríguez: ¿Cada libro tuyo de poesía publicado es una aventura
independiente o por sus contenidos y estructura formal los considerás
relacionados unos con otros, como un todo, una progresión manifiesta
de la poeta Graciela Maturo?
GM
– Considero más apropiada a mi poesía la segunda opción.
Paralelamente con la vida se desarrolla la poesía, al menos en mi
caso. Nunca me he preguntado, para el caso de la poesía, sobre qué
voy a escribir, porque la poesía no tiene “temas”. Desenvuelve
un no-saber, expresa las inquietudes y preocupaciones del alma en el
mundo. Y tampoco cabe preguntarse sobre la estructura formal, porque
ella surge espontáneamente, de acuerdo con lo anterior. Por
supuesto, no hay que tomar esto al pie de la letra. Comprendo que en
algunos casos se pueda elegir el modo de la escritura: componer una
elegía, una balada, un haikú, un soneto, demanda un conocimiento de
formas dadas, una cultura del verso que no todo poeta tiene. Por mi
parte no he escrito sonetos, pero los estimo muchísimo.
11
- Te constará, probablemente, que hay, digamos, “endebles”
poetas o versificadores, que tienen, sin embargo, desde hace décadas,
buenas lecturas, que son admiradores de poetas “sólidos”. ¿Qué
creés que les sucede?
GM
–Ya te dije, respondiendo a otra pregunta, que para mí la poesía
no nace —o no nace solamente— de la lectura. No basta con leer a
buenos poetas cuando no existe en alguien una movilización
espiritual e intelectual. Por eso digo siempre que la poesía no
empieza en la página. Es el vivir del poeta, desde la intensidad de
sus percepciones, emociones e ideas, el que genera un cierto
“pensamiento” singular, ligado a imágenes, a ritmos, que
reclaman ser proferidos o comunicados. Por eso, más que hablar del
poema
o de sus rasgos propios, prefiero
hablar del poetizar,
del vivir poético.
12
- En la contratapa de su libro “Fractal”,
Luis Benítez reflexiona: “El
cuidado de la unidad de estilo ha sido entendido como aspiración,
como logro del autor, como madurez de su obra. Pero sin embargo,
cuando llega a su apogeo sólo tiene como futuro el decaer. Ello,
porque ya no puede ofrecer el espectáculo de un dinámico
desenvolverse, mutarse, metamorfosearse y, en consecuencia, lo que
hace es detenerse.” ¿Qué
te suscitan estas líneas? ¿Es algo que te has planteado?
GM
– No, nunca me lo he planteado, porque creo profundamente en el
estilo como la forma propia y adecuada de ese pensamiento poético
del que he hablado. Y lo llamo pensamiento sin confundirlo con el
pensamiento racional.
Para
mí la causa de la pobreza poética advertible en los últimos
tiempos —aunque sean muchos más los que escriben y publican—
proviene de que escriben desde una posición muy racionalista, que no
permite aperturas o revelaciones. Jorge Enrique Ramponi, de quien fui
amiga, hablaba siempre de un “estado
de canto”, una cierta alteración
de la conciencia habitual que no siempre se daba, pero cuando ella
existía promovía la palabra rítmica, la proliferación de las
imágenes, la riqueza de la visión poética y en consecuencia del
estilo. Preguntarse por el estilo desde la pura racionalidad es
quedar fuera de lo poético.
Por
supuesto, más allá de la propia voluntad, se dan en cada uno de
nosotros ciertos cambios de expresión, acordes con los cambios
interiores. Y también, a cierta altura de la vida, podemos reconocer
la persistencia de muchos rasgos. Un habla, un “idiolecto” como
dicen los filólogos, una cierta manera de mirar, una fidelidad a
recuerdos o predilecciones infantiles, etc. En ese reconocimiento nos
vamos afianzando, y hallando parentesco con otros escritores, a los
que citamos y amamos.
13
- ¿Algo que pudieras denominar
“presentimiento”, te parece que pudo inducirte a concebir una
obra?
GM
– Sí, desde luego que sí. Ya habrás visto, desde el comienzo del
diálogo, que no me caracterizo por la defensa conceptual de la
actividad creadora, sino todo lo contrario. De modo que
presentimiento, sueño, visión, experiencias insólitas, todo ello
forma para mí un bagaje personal que se relaciona con mi poesía.
Más aún, he cultivado un pensamiento teórico —en cátedras, en
espacios académicos o de investigación— que reconoce un ida y
vuelta desde lo poético a lo filosófico. Esto quiere decir que he
aceptado las posibilidades de una Razón Poética expandida en la
vida universitaria, desde la poesía. Es la gran discusión pendiente
en las aulas, en las Academias. La Poesía, la Filosofía, la
Ciencia, ¿deben seguir siendo compartimentos estancos, sin
comunicación entre sí, o existen posibilidades de establecer
puentes entre ellos, para un conocimiento del siglo XXI, sin pérdida
de la especificidad y rigor de cada uno de ellos?
*
Graciela
Maturo selecciona seis poemas de “El mar que en mí resuena” para
acompañar esta entrevista.
II
Ardo
despacio y puedo
contemplar
mi llama.
Mis
manos de rara estirpe que entrelazan las flores
y
dibujan las cifras.
Mi
exacta piel, mis ojos
que
recogen la luz para inventar las formas.
Ardo
despacio
lumbre
de amor de sangre de misterio.
Este
es mi valle nocturno.
La
jaula de hechizos desde donde creo
que
alguien sueña por mí.
IV
Los
signos me acompañan
mis
extraños amigos
fieles
a una desconocida arquitectura
a
la que estoy uncida desde el hueso.
Me
miran rostros, pájaros, ramajes,
altas
constelaciones.
Una
piedra sellada por la música
es
un signo de amor indescifrable.
Siento
el pavor de un reino que no me pertenece
pero
busco sus huellas.
Señales,
talismanes,
estamos
anudados por un pacto secreto.
X
El
ritmo me consuela, me atormenta.
Siento
el hondo vaivén de los telares
la
gran respiración de los animales del espacio.
Caigo
hacia dentro y muero en cada instante.
Me
divido y reúno,
vuelvo
a erigirme en alguien que responda a mi rostro
a
buscarme en palabras
perdida,
recobrada,
descendida
hasta el centro de vértigo y espanto que
me
cava los huesos
crecida
hasta los cielos en mi dulce marea.
Uncida
a otros silencios, a otras voces,
alzando,
destruyendo.
Sintiendo
el fiel latido de la tierra que vive,
del
engañoso día que abre y cierra sus puertas.
Cuándo
cesa este ritmo que es mi hermoso castigo.
Mis
manos trazan signos que borrará la lluvia.
XI
Un
sol extraño sube
desde
el fondo del sueño
Una
espuma de sal mezcla sus turbias flores
al
polvo de mi frente. Débil, sola,
centella
la verde
raíz
naciendo
y ya mirada por los ojos
sin
pausa de la muerte.
Paso
junto a la luz
fantasmal
de unos árboles.
Una
abeja me zumba en el alma,
hoja
vellosa y suave
lengua
ardiente.
Soy
la ola que rueda desde un nudo brillante
y
la semilla, condenada a ser.
Arde
la nuez de fuego
espléndida
y atroz en su violencia
rodando
hacia la arena del mar enamorado.
XII
Aguardo
en las tinieblas
la
voz que ha de llamarme por mi nombre,
la
llama que trascienda mis huesos y me arrase.
Entretanto
vivir, esta costumbre.
Alzar
en cada día las cenizas ardientes
donde
se purifican la sangre y el orgullo.
Vienen
los verdes brotes y confunden
las
aguas inmutables.
Giran
las hojas, las constelaciones.
Caída
entre las palmas giro también, a ciegas.
Del
lado de la luz arden hermosamente
los
niños con su cruel inocencia, los objetos
que
guardan en su brillo algo de nuestras manos.
Mirada,
flores, alas,
talismanes
que ruedan
en
tanto un dios me habita y permanece
y
entreteje mi sombra con su sombra.
XIII
Qué
amor voraz acecha nuestras barcas
las
dulces aguas de la tierra
sus
metales pacientes
Las
flores cantan su mortal delirio,
arde
la hierba suave
y
una espiral secreta en mi oído recuerda...
Bajo
el hondo rumor de la fábula terrestre
gran
ataúd de leños y de flores
quebrado,
a la deriva
cantando
hacia su muerte.
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Graciela Maturo y Rolando Revagliatti, 5 de julio
2015.
*
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