Murió
Lincoln Maiztegui Casas
Falleció
el profesor de Historia, periodista y escritor Lincoln Maiztegui
Casas, a los 73 años como consecuencia de una insuficiencia
respiratoria.
Docente
desde 1968, fue profesor de historia en Enseñanza Secundaria, el
Instituto Normal de Mercedes, de historia contemporánea en la
Universidad de Montevideo y de periodismo en la Universidad Católica
del Uruguay.
Entre
1976 y 1992 vivió en España, donde escribió en El Noticiero
Universal, El Independiente y El País de Madrid, además de trabajar
en editoriales y colaborar en la elaboración de varias
enciclopedias.
Especializado
en historia y temas culturales, en particular música, se destacó
por la calidad de su escritura y su opinión frontal y controvertida.
Aficionado al ajedrez, fue director de la revista especializada
española Jaque; y desde 1995 fue periodista y columnista del diario
El Observador.
El
periodista Gabriel Pastor, en el diario El Observador realiza una
semblanza de Maiztegui que a continuación reproducimos:
Nacido
el 11 de agosto de 1942 en Montevideo, en el seno de una familia de
clase media, Lincoln se había imaginado desde niño dedicado a la
música -su gran vocación-, pero la férrea oposición materna,
sumado a sus múltiples inquietudes intelectuales, lo llevaron a
desarrollar una intensísima actividad en la docencia y en el
periodismo.
Licenciado
y profesor de Historia, periodista, escritor y ajedrecista – podría
hacer pensar en un hombre del Renacimiento, Lincoln comenzó a
trabajar en El Observador en 1995 y en esos 20 años dejó su estela
en cada rincón del diario.
Brilló
sobremanera su aporte a la monumental Gran Enciclopedia del Uruguay,
del 2001, editada por El Observador, considerada la primera obra
multidisciplinaria por entradas ordenadas alfabéticamente realizada
en el país. Y pudo volcar allí su experiencia de la sección de
Historia Americana de la Enciclopedia Universal Grand Larousse.
En
los últimos cinco años, los lectores disfrutaron de la alta calidad
estilística de Lincoln en sus columnas periódicas y en la clásica
contratapa de los sábados, donde se reflejaba toda su sapiencia en
analizar el personaje o el hecho de la semana. Textos que escribía
con placer y que, según confesó una vez en el programa de radio En
Perspectiva, los redactaba "muy rápido y casi en limpio"
pese a su obsesión por el buen uso del lenguaje.
La
labor periodística, que impone el ritmo de la inmediatez, la combinó
con la publicación de más de una docena de libros de Historia en
tono de divulgación y de ensayo. Ya es un clásico en una biblioteca
su obra Orientales, de cinco tomos, que recoge la historia de Uruguay
desde su nacimiento hasta la primera presidencia de Tabaré Vázquez
(2005-2010).
También
publicó en cuatro tomos "Caudillos y doctores", donde
pinta la personalidad y el contexto en que vivieron y gobernaron
personalidades que reunían esta característica en la política
local. A este libro "hay que recurrir una y otra vez para
entender elementos del presente (ya que) el siglo XIX de Maiztegui se
despliega como un fresco vivo y sensitivo", dijo en un
comentario el periodista Valentín Trujillo.
Lincoln
formaba parte de una pléyade de intelectuales de las que quedan muy
pocos en el país, y muy seguramente la Historia le reconocerá su
gran aporte al debate de ideas desde la década de 1990 hasta el
final de sus días, y que obligaba a pensar acerca de los problemas
que castigan el progreso.
El
último texto de Lincoln, publicado en El Observador del sábado 22,
es un ejemplo vivo de la pluma punzante y provocadora que lo
caracterizó. Una gran pluma ineludible para las controversias por lo
alto porque como dijo una vez el escritor y periodista español Juan
José Millas, "no se puede escribir mal y pensar bien".
Esa
columna final plantea una profunda reflexión sobre el retraso de
América Latina respecto a Europa e incluso en relación a los países
del viejo continente en situación de "crisis" como España.
"Hemos
quedado retrasados en materia económica, industrial, e incluso
cultural, lo que me produce una sensación de fracaso absoluto,
porque lo otro tiene una explicación racional y esto no",
reflexiona al escribir sobre su experiencia de un recentísimo viaje
por el viejo continente.
Lincoln
comenzó a despuntar en el periodismo en los últimos años de la
década de 1970 en España, país al que llegó en 1976 con la excusa
de un campeonato de ajedrez, pero con el propósito último del
exilio. En los 15 o 16 años que estuvo en España, trabajó en
revistas de Historia y en otras especializadas en ajedrez, y en el
diario El País de Madrid. Esa pasión por el ajedrez lo llevó a
participar en un exótico torneo que se realizó en la Libia de
Muammar Gadafi, sobre el cual escribió uno de sus memorables
artículos.
De
regreso a Uruguay en los primeros años de la década de 1990, fue un
destacado crítico de la sección Vida Cultural del semanario
Búsqueda, y tuvo un breve pasaje por la desaparecida revista
Posdata. El primer año del siglo XXI lo recibe con el reconocimiento
a la cultura del Premio Morosoli de Plata por su aporte al periodismo
escrito.
Junto
a su profusa labor en la prensa, cumplió una loable tarea como
profesor de Historia, otra de las grandes pasiones de su vida desde
1968 cuando empezó a dictar clases, tarea que se extendió
aproximadamente hasta 2010. El profesor Lincoln era uno de esos
docentes que todo estudiante siempre quisiera tener: erudito,
dedicado y excelente comunicador, tres cualidades esenciales de los
grandes maestros. Enseñaba en liceos privados de Montevideo con el
mismo temperamento pasional y actitud de tolerancia del que brota de
sus columnas.
Pese
a que hacía cinco años que había dejado las aulas, Lincoln era tan
querido por sus estudiantes que en su casa siempre había ex alumnos.
"Mi casa está permanentemente llena de muchachos y de ex
alumnos", dijo en el programa de Emiliano Cotelo, el 22 de marzo
de 2013.
Lincoln
era un profesor apasionado y muy interesado en despertar interés en
la Historia en sus jóvenes estudiantes. En ese sentido, estaba
convencido de que más relevante que explicar los acontecimientos
desde la evolución del PIB, era hacer foco en los protagonistas de
los hechos. Es por eso que los estudiantes de Lincoln saben quién es
Juan Antonio Lavalleja, Fructuoso Rivera o Manuel Oribe.
"La
Historia no es más que una entelequia que nos creamos de la
interacción de los individuos", le dijo a la periodista Ana
Jerozolimski en una entrevista en Montevideo Portal, el 2 de
diciembre de 2014.
Sus
intereses intelectuales eran tan diversos, que cuando Jerozolimski le
preguntó cómo se veía a sí mismo, Lincoln no optó por ninguna de
sus vocaciones, sino por todas a la vez. Parafraseando al periodista
Miguel Ángel Bastenier, bien podría decirse de que Lincoln es la
suma de todo lo que es: profesor, historiador, periodista, escritor,
ajedrecista... y melómano. Porque quien hable de Lincoln no puede
obviar su vocación por la música y su sensibilidad musical desde
que a los cuatro o cinco años se emocionó escuchando en la radio de
su casa el tercer movimiento de la Sinfonía Nº 40 en Do Menor de
Mozart.
Lincoln
estaba convencido de que estaba "dotado naturalmente de una
manera superior a la media, (...)" para la música. Y esos dotes
los canalizó en guitarreadas con amigos y en convertirse en un sabio
de la música clásica y del canto lírico, sin dejar a un lado el
compás del dos por cuatro. Conocía mucho sobre Carlos Gardel. Pero
también podía hablar una noche entera de Amalia de la Vega y de
Bing Crosby.
Lincoln
tenía una condición ética admirable y necesaria en un intelectual:
todos sabían el punto de vista desde donde analizaba los hechos.
Todos sabían dónde colocaba la cámara como aconsejaba el cineasta
François Truffaut.
La
cámara de Lincoln se ubicaba en las ideas políticas de los
"blancos" que a veces él interpretó dentro del Partido
Nacional y otras veces afuera y que lo llevaron a militar en tiendas
socialistas. Es que la coherencia de Lincoln radicaba justamente en
haber tenido una actitud consecuente con sus ideales y no creía que
ser coherente significa no cambiar de opinión.
En
lo único que no cambió a lo largo de su vida fue en su amor
incondicional por el Club Nacional de Fútbol, equipo que lo hizo
llorar de alegría y de tristeza. Era un fanático de los "bolsos".
Pero un fanático ecuánime al decir de Carlos Maggi.
"Leí
las notas que escribe sobre los de Nacional y sobre los de Peñarol y
le envidié el fanatismo y la ecuanimidad absoluta, cómo puede
admirar y querer a un adversario. Es una condición no muy general,
(...) defiende su tema por amor y lo trata con amor", dijo en el
programa En Perspectiva el 22 de marzo de 2013. "Es formidable
eso", acotó Maggi.
Y
sí, Lincoln era formidable.
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