sábado, 18 de septiembre de 2010

Ante los huesitos de Modesto


Aldo Roque Difilippo

Hace pocos días se supo que el Equipo Argentino de Atropología Forense tiene indicios ciertos sobre la identidad de unos restos encontrados  en el Cementerio Santa Mónica (Merlo, conurbano Oeste de Buenos Aires). Se trata de un mercedario que  en la década del 70 vivía en Argentina, y que fue asesinado por un disparo en la cabeza. Fue asesinado en 1976, y según ha podido determinarse en primera instancia, se trataría de un  hombre de 42 años, que nació en Mercedes.
En el 2008 Juan Pérez logró recuperar los restos de su hermano, Modesto Quiñones, asesinado en  1977 por la policía bonaerense.
Dos hechos palpables y dolorosos de lo que sucedió durante la dictadura cívico militar que asoló el Río de la Plata. Dos hechos que podrían suponerse simplemente parte de la anécdota para las crónicas periodísticas, pero significan mucho más, porque demostraron en carne viva que todavía existen muchas cosas que no se pueden liquidar por decreto, o mediante leyes que determinen hasta acá si y hasta acá no.
Modesto Quiñones fue secuestrado, torturado y brutalmente asesinado en 1977 hace 33 años. Eso su familia lo supo, o lo intuyó en su momento, y después los documentos fueron confirmándolo, hasta que el hallazgo de sus restos lo corroboró. Y hace tres décadas que vienen arrastrando esa pesada carga.  En el 2008 los restos de Modesto Quiñones ingresaron al Cementerio Mercedes cerrando una etapa trágica. Ver  llorar a los familiares frente a su urna, con un dolor no fingido, sino surgido de esa angustia de más de 30 años, conmueve y moviliza a la reflexión. Ver los rostros de viejos luchadores sociales, algunos ex presos políticos, que sufrieron tortura, exilio y el dolor de perder compañeros, familiares o amigos; que han soportado historias similares o peores, parados frente a la urna, conmovidos por la escena, moviliza a la reflexión y a la vez conmueve. Podría suponerse de antemano que ellos ya estaban curtidos por el dolor y el llanto repetido, y que aquella situación era simplemente un trámite para cerrar una historia; pero no lo era. No podía serlo, porque seguramente en la cabeza de muchos de ellos rondaría la idea "yo podría haber sido el que está en esa urna".
Es que la historia reciente, como se ha dado en llamar a ese período que va de los años 60 a la reinstauración de la democracia, más que historia para nuestra sociedad es un presente vivo y palpable, y  es un error no querer indagarlo, interrogarlo, interpelarlo, porque también es huir a analizar lo que nos sucede hoy como sociedad.
Mi generación no participó ni siquiera tangencialmente de los hechos. Nos enteramos mucho después, pero sin lugar a dudas somos hijos, y en algunos casos nietos, de los años de plomo, y no hay peor cosa que negarlo. Dicen los que saben y no se equivocan, que el miedo se supera enfrentándolo, plantándose frente a él, y negarlo o cambiar de vereda si lo vemos venir, lo único que hace es sobredimensionarlo y condenarnos a repetir constantemente los mismos errores, los mismos caminos que nos llevaron a temerle.
Quedan otras historias pendientes para los sorianenses. La de este mercedario asesinado en 1976 en Buenos Aires, y del que  por el momento nada sabemos, salvo un atisbo de historia por confirmar.  Además queda todavía por recuperar los restos de otros sorianenses: Carlos Cabezudo, Ricardo Blanco, Nebio Melo, Wiston Mazzuchi, Elba Gándara, Antonio Paitta, Luján Alcides Sosa, y Alfredo Bosco. Nos queda recuperar no solamente sus restos, sino parte de su historia para cerrar un ciclo por más doloroso que sea.
Y Juan Carlos Pérez, que buscó a su hermano Modesto, superando todas las adversidades deberá ser nuestro ejemplo. Su persistencia de 30 años repitiendo lo mismo, golpeando puertas, buscando datos, fechas, indicios, hasta que encontró alguien que le prestó atención, tiene que servirnos de ejemplo y lección.
Él, sin dudas sintió miedo. Sin dudas que ese mismo miedo en más de una oportunidad lo habrá desmoralizado, lo habrá hecho contradecirse y hasta dudar, pero siguió hasta dar con los huesitos de Modesto y cerrar una historia, dolorosa, pero suya.
Mañana cuando él o alguien dejen una flor en el urnario 1066 del Cementerio Mercedes, sabrá que un día existió un simple albañil que se llamó Modesto Quiñones. Que jugó al fútbol en Rampla, que nació en el  barrio Cerro de la ciudad de Mercedes, que viajó a Buenos Aires donde lo secuestraron, quizá por equivocación, o porque simplemente estaba ahí, que lo torturaron hasta morir, y que por 30 años intentaron conspirar para que esa equivocación del destino o de los hombres pareciera valedera. La persistencia de Juan Carlos Pérez, superando miedos propios y ajenos nos demostró lo contrario.

* Agradecemos al fotógrafo Ruben Cabrera del Periódico Centenario, que nos proporcionó  estas imágenes de la inhumación de los restos de Modesto Quiñones, ocurrida en 2008.

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