sábado, 9 de octubre de 2010

Mario Arregui
Cuentista por excelencia


Aldo Roque Difilippo

El 15 de octubre se cumplirán 93 años del nacimiento de Mario Arregui (1917-1985). El narrador por excelencia y rigor que encontró en el cuento su forma de expresión. Para Arregui  “el cuento es la pedrada en el ojo” o “un piolín anudado” para que quede “compacto, casi como un proyectil” que inevitablemente deberá impactar en el lector.
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Mario Alberto Arregui Vago nació el 15 de octubre de 1917  en Trinidad, hijo de Martín Arregui Escondeur y Carolina Vago Cattaneo. Su infancia y adolescencia transcurren entre la pequeña ciudad natal y el establecimiento agropecuario de su padre. En él se familiariza con las tareas rurales a las que se dedicará durante el resto de su vida casi sin interrupciones. En Trinidad cursa estudios primarios y secundarios, tomando contacto, ya en su primera juventud, con las ideas socialistas.
En 1935 se traslada a Montevideo con la finalidad de estudiar Derecho, carrera que abandona al poco tiempo. "...eran años de la dictadura de Gabriel Terra, en el 36 estalló la guerra civil española. De a poco abandoné los estudios, solicitado por la política y la literatura. En el 37 o 38, en el movimiento de ayuda a la República Española, me hice comunista", recuerda el escritor.

Libros y compromisos
En 1938 viaja por el norte de Argentina y por Paraguay. Ente 1945 y 1946 alterna en las peñas de la Plaza Cagancha, en los cafés Metro y Libertad. En ellas participan los escritores Juan Carlos Onetti, Francisco Espínola, Liber Falco -a quienes Arregui admiró profundamente-, Carlos Denis Molina, Luis A. Larriera, José Pedro Díaz, Amanda Berenguer, María Inés Silva Vila, y Carlos Maggi, entre otros.
En 1947 se casa con la poeta Gladys Castelvecchi, unión de la que nacen cuatro hijos: Martín, Alejandro, Vanina y Román. Aunque vive en su estancia de Flores viaja con mucha frecuencia a Montevideo, colaborando con publicaciones como Clinamen y Número, cuya editorial publicará su primer libro “Noche de San Juan y otros cuentos” (1956). En 1959 se adhiere en forma entusiasta a la Revolución Cubana y milita en los movimientos de solidaridad con el gobierno de Fidel Castro. En 1971 viaja a Cuba y  Europa, y sus recuerdos y reflexiones quedan registrados en un relato publicado muchos años más tarde en “Ramos Generales”. En los siguientes años parecen sus libros "Hombres y caballos" (1960), "La sed y el agua" (1964), "Tres libros de cuentos" (1969), "El narrador" (1972). En 1973 recorre Perú y Chile y vive de cerca los últimos tiempos de la experiencia socialista encabezada por Salvador Allende. De regreso a Uruguay, después del Golpe de Estado, es detenido por algunos días en Trinidad. Divorciado de su primera esposa años antes, contrae matrimonio con Dora Bessonart. En 1977 es encarcelado nuevamente, y torturado, durante ocho meses en unidades militares con asiento en Trinidad y Colonia. A fines del año siguiente sufre un serio quebranto de salud. Luego de años de silencio editorial recoge en volumen una nueva serie de relatos: "La escoba de la bruja"  (1979). Entre 1981 y 1984 algunas publicaciones periódicas que surgen al amparo de la lenta apertura hacia el fin del régimen militar, publican nuevos cuentos de Arregui.
El 8 de febrero de 1985 muere en Montevideo. Tenía preparado un volumen de  cuentos y artículos que será publicado varios meses después: "Ramos Generales".

Literatura a secas
Más allá de esta somera biografía, la existencia de Mario Arregui estuvo signada por la necesidad de expresarse en ese acotado margen que implica el cuento. “Era cuidadoso con las ideas y puntilloso con el lenguaje. Podía buscar días enteros una palabra, o podar una idea con cuidadosísimo bisturí, para dejarla clara, sin posibilidades de mala interpretación”, recuerda su hijo el plástico Martín Arregui. Convicción  que lo llevaba a afirmar “los novelistas tienen la puerta abierta para contar pavadas y llenar páginas con cosas obvias, los poetas tienen permiso para amontonar palabras descomprometidas e imágenes irresponsables o intercambiables; los que no podemos joder, los que sudamos y sufrimos, los “en serio” somos los cuentistas”.
Su hijo Martín lo recuerda  como el “peor mecanógrafo o alguien que teclea, un golpe cada diez o quince segundos, con un solo dedo y buscando cada letra en el teclado. Para colmo tenía –en eso- la manía de la pulcritud. Una palabra mal escrita, una letra corrida, implicaba casi siempre rehacer la página. Hacía de ese modo, con paciencia infinita, sucesivos borradores. Luego los corregía a lápiz. Primero  a grafo, luego rojo, por último azul. Empezaba entonces otra pasada en limpio. Podía hacer diez, doce, veinte. Cuando daba por terminada una página no había una coma, un acento, que no estuviera allí por razonada convicción”. Y esa empecinada convicción lo llevó a afirmar: “La materia de mis cuentos puede ser criolla pero el producto elaborado no es literatura criollista, tal lo creo, sino literatura a secas, buena o regular o mala literatura sin apellido”.

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