sábado, 11 de diciembre de 2010

El cantar del mio Cid


Ángel Juárez Masares

La semana pasada habíamos comenzado con la primera entrega del repaso de esa gran obra –que no debería faltar en ninguna biblioteca- que es “Tesoro breve de las letras hispánicas”, de Guillermo Diaz-Plaja.
En la oportunidad, y siguiendo el derrotero cronológico marcado por la propia obra, abordamos “Las jarchas”, esas coplas populares que tuvieron su génesis en la cultura árabe y hebrea, y que luego fueran “catellanizándose” al tomar vocablos de este idioma.


Dos juglares tañen instrumentos en una miniatura
que ilustra las "Cantigas de Santa María", de
Alfonso X el Sabio.
Hoy veremos cómo la condición fronteriza hace que el tema que obsesiona a los españoles de los siglos IX al XII, sea el de los acontecimientos de la lucha contra el musulmán, cuya amenaza pesa sobre todos. De ahí que, a lo largo de todas las fronteras existan relatos primitivos, cuya difusión de viva voz corre a cargo de los juglares, y cuyo tema ha de ser forzosamente el de las alternativas de una lucha que era vital para la supervivencia de las comunidades cristianas.
Los principales monumentos de esta literatura llegados hasta nosotros, pertenecen pues, al mester de juglaría, es decir, al oficio o “menester” de los juglares.
El juglar es a la vez acróbata, músico y recitador. En un principio eran ambulantes, aunque más tarde se establecieron en las ciudades populosas o en los castillos señoriales.
El juglar recita -a veces acompañado de instrumentos musicales- asuntos de carácter heroico que pudieran interesar a todos sus oyentes; hazañas de guerra que habían de apasionar al auditorio. A estas obras, las denominaron “cantares de gesta”.
El castellano que usan los juglares es muy distinto del actual. Es una lengua “a medio camino” en la abundan los latinismos y las vacilaciones expresivas.
El “Cantar del Mio Cid” es, como se ha dicho, el “monumento” más antiguo llegado hasta nosotros de la literatura castellana peninsular. Por fortuna, se trata de una obra amplia y humana, llena de rotundos aciertos literarios y muy representativa del lugar y la época donde se produce, Digna obra inicial de nuestra literatura.
El único texto que nos ha llegado es un manuscrito fechado en 1307, copiado por un tal Rev Abbat, cuyo contenido primitivo corresponde a dos redacciones distintas realizadas en la primera mitad del siglo XII. El poema se divide en tres partes: Cantar del Destierro, Cantar de las Bodas, y Cantar de Corpes.
Menéndez Pidal, en sus definitivos estudios (1961) ha llegado a la conclusión que existen, no uno, sino dos autores:
a)      El juglar de San Esteban de Gormaz, que concibió el poema y redactó las dos primeras partes (el Cantar del destierro y el Cantar de las Bodas) en una fecha inmediata a la muerte del Cid (1099). Es un poeta minucioso, que recoge numerosos detalles de la zona donde vivía, y recuerda prolijamente los nombres de todos los personajes que rodean al Campeador.
El Cid Campeador
b)      El juglar de Medinaceli, cerca de la frontera de Aragón, donde se hablaba catalán (lo que explica que en el poema abunden formas como muort, fuort) que escribió hacia 1140, es decir, a bastante distancia de la muerte del Cid, por lo que añade datos fantásticos, más abundantes en la parte final del Cantar –la que narra la afrenta de Corpes- .
      Este segundo juglar refundió pues, la redacción anterior y añadió la
      tercera parte, o Cantar de Corpes.
      La obra pertenece al “mester de juglaría”, y si versificación es entonces,         irregular e inhábil.
Largas tiradas de versos asonantados, cuya medida más frecuente es la de catorce sílabas divididas en dos hemistiquios (7+7).
El “Cantar del Mio Cid” se apoya sobre un mundo real. Los personajes que presenta, los paisajes que describe, los hechos que narra, son casi todos comprobables. La historia nos demuestra la existencia del Cid y sus hazañas, y la geografía la exactitud de las descripciones de los territorios donde se desarrolla la acción.

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