viernes, 18 de marzo de 2011

LO QUE NO BORRA LA LEY DE CADUCIDAD

Con Roberto Sari Torres
Relato de un ex preso político


Aldo Roque Difilippo

“La dictadura me hizo combatiente, cuando yo no lo era” comenzó diciendo Roberto Sari Torres. Ex dirigente sindical de OSE, integrante del Partido Comunista,  y compañero de redacción de HUM BRAL, relató cómo fue apresado y torturado por las fuerzas represoras de la dictadura uruguaya, cuando simplemente era un trabajador, casi sin militancia política. Torres fue detenido en Maldonado y torturado “a cielo abierto” junto a la laguna del Sauce, por cinco largos meses. “Durante muchos años creí que era gente que iba a pescar ahí” comentó, porque periódicamente se veían fogatas junto al agua, al lado de un rancho viejo, pero después supo en carne propia que “cuando prendían fuego era porque estaban torturando prisioneros”. El 14 de enero de 1976, Roberto Sari Torres fue detenido por un comando militar frente a las oficinas de OSE de Maldonado. Tenía 31 años y su vinculación política con el Partido Comunista, era escasa. En esos meses del verano de 1976 padeció incontables torturas. Su caso, como el de tantos uruguayos, evidencia cómo la dictadura sembró el terror, torturó, y en algunos casos desapareció a personas por el simple hecho de pensar.

¿Por qué supones que te detuvieron?
-Una de las causas fue que a fines de diciembre, principio de enero, llevaron  preso como a 30 y pico de compañeros. En ese verano en Punta del Este estuvieron reunidos Agosti, Massera y Videla planeando el golpe de Estado en Argentina. Entonces, para encubrir la actividad de estos generalotes, todo el mundo se distraía: “mira metieron preso a fulano”, “algo pasó”. Todos los días había allanamientos. En la Usina de Maldonado fue horrible, porque me habían  llevado preso a mi, un tipo que era un trabajador, y nunca tuve siquiera una escopeta entre las manos.

¿A dónde te llevaron detenido?
-Al cuartel de Maldonado, donde me torturan, día y noche y me preguntan por las armas. En aquel tiempo estaba muy de moda acusar a los comunistas de tener las famosas AR 15, armas rusas creo que eran.  Yo no sabía nada. “Allá vas a ver lo que es”, me dijo uno, y me llevan directo para el fondo de la laguna del Sauce. Tirado en el fondo de la camioneta uno piensa cualquier cosa. Creí que me iban a tirar al agua. Me desatan una mano para estaquearme de pies y manos en el suelo…


Una tarde de mate y charla entre amigos:
Roberto Sari Torres, Wilson Armas y Ángel Juárez

¿A cielo abierto?
-Si. La pregunta era dónde estaban las armas, y yo no tenía nada. “Dónde está el papel de la orga”, o sea la organización del Partido. “Quiénes son los del Partido”. Por suerte no conocía a nadie. Habíamos dicho que había que echarle la culpa al principal dirigente. Yo les decía “conozco a Arismendi, a Sócrates Martínez y al Pepe Frade”, el histórico dirigente de la 1001. ¡Que vivo!, si estaban presos. Entonces me daban y me daban; y empecé a mentir. En realidad era un irresponsable con mi propia vida. Les dije “tengo enterrado unos rifles y un revólver en el parque de la OSE, al lado de mi casa. Van a ver que hay una lengua de pinos, y al lado de un pino grande tengo enterrado las armas”. Me daban unos picanazos para confirmar. De repente aparece uno y dice “basta”. Me llevan al rancho contra la laguna, me bañan. ¡Una satisfacción! Casi me quedo dormido abajo del chorro de agua. Vamos allá. Ese día Mirtha, mi mujer, con los tres gurises estaba en casa. Yo no podía ni moverme, porque estaba absolutamente descoyuntado de las colgadas. Ellos me daban agua porque no podía levantar los brazos, era un pedazo de carne; como si fuera el máximo jefe de la subversión. Llegué allá completamente desfigurado, y veo que un milico saca a Mirtha con los tres nenes apuntalada con una ametralladora en la espalda, como si mi mujer fuera lo más peligroso del mundo.

¿Por qué los llevaste a tu casa?
-Creí que no iban a agarrar viaje. Mi casa estaba como a 30 metros de ese pino grande. Los milicos empiezan a cavar. ¡Un calor!, y adentro de un bosque de pinos mucho más.  Cavan y cavan, y  yo echado en la pinocha, alegre, más allá de todo. Aunque te parezca mentira, nunca vamos a saber por qué, en ese momento tan dramático el hombre piensa en cosas bellas. Sabés lo que es estar acostado en la pinocha, sin capucha. Me tranquilicé, se me fueron los dolores, mirando la copa de los pinos. Y estos cavaban y resoplaban. Me decían “pichi vos estás seguro”, “si, denle para abajo” les decía yo (se ríe). Cuando quedaron hundidos hasta la altura del pecho, sudando como loco, dicen “vámonos este bolche podrido nos quiere hacer trabajar”.
Después aprendí que hay 48 horas de respiro. Me dieron de comer, y durante 2 días me trataron fenómeno. Después vienen y otra vez a preguntar si estuve en tal lado. Resistía una semana. Volvía a mentir otra vez. En la segunda mentira no agarraron viaje enseguida. Descansaron y vinieron a torturarme al otro día. Y allá los llevé, al Cerro de la Gloria. Otra vez tirado entre los pinos y estos cavando. Imaginate lo que es cavar en la ladera de un cerro, tuvieron que llevar barreta. Sacaban chispa, yo les decía que hacía unos años que había enterrado las armas. ¡Mentira! Cavaron una zanja como de 2 o  3 metros, y se encontraron con la roca sólida. Otra vez a la laguna del Sauce. Yo estaba desecho de las palizas. Venía el doctor, me revisaba y decía “denle, pero cuidado”. Estaba dispuesto a morir. Si hubiera tenido la oportunidad de manotear un revólver mataba al primero que se cruzara. Ahí es que me ponen el mote de Palito Ortega, porque decían que Palito era un mentiroso porque cantaba Changuito Cañero y nunca fue a cortar caña. La tercera vez los llevo a la misma Usina de OSE. Era fines de febrero o principios de marzo. Una bruta calor, a las tres de la tarde se les ocurre ir. Les dije que las armas estaban debajo de un muro de piedra, que es el linde del antiguo potrero de la Usina. Unas piedras que han de pesar más que una bolsa de portlan. Imaginate a estos dos milicos agarrando esas enormes piedras. Desarmaron un pilón…
Por supuesto que después me torturaron de nuevo, y al final me habían agarrado de experimento. Venían nuevos alumnos y los expertos les enseñaban cómo no pasarse en la picana, cuánto tener un tipo bajo el agua, cómo pegarle.
La cuarta vez ya no fue una mentira mía, se ve que un camarada que adoptó la misma técnica. Me llevaron a Maldonado, no sé por qué, y me torturaron en una pieza que tenía un pocito con agua. Te paraban ahí y te daban picana. Yo buscaba que me desmayaran porque había aprendido que en el desmayo me aliviaba. Cada vez que me desmayaba tenía un día aliviado. Después venía el doctor, me auscultaba, y daba la orden de seguir. Cuando me llevan a la pieza con el charco de agua, el milico se descuidó, va todo campeón, me sostiene sin el guante, entonces lo tiro para adentro del charco y el picanazo lo recibió él. Seguro, después me dieron picanazos hasta desmayarme, y arrestaron a ese milico y otro más.
Después me llevan para el Cementerio de Maldonado…


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