y el obsceno destino de su arte
Angel Juárez Masares
Cuando uno lanza una mirada a la historia del arte y descubre que muchos creadores tuvieron una vida miserable en términos económicos, que tantas veces la constante fue elegir entre un pedazo de pan o un pomo de pintura; no puede menos que sentir una profunda y humana bronca cuando se entera que un desconocido coleccionista compró una de sus obras por cientos de miles de dólares.
Pero no pensemos en Van Gogh esta vez, quedémonos aquí en Uruguay, para recordar que -abandonado por su familia desde el nacimiento- Raúl Javiel Cabrera (2 dic. 1919- 18 dic. 1992) cambiaba sus dibujos por un poco de tabaco, yerba o un vaso de leche con que calentar su estómago vacío los duros días de invierno. Este hombre cuya producción artística tenía la impronta de su mundo interior, había pasado los primeros años de su vida en el asilo Dámaso Antonio Larrañaga, y asistido a la escuela José Pedro Varela hasta 5º año.
Desde muy temprano manifiesta sus cualidades artísticas y muy joven comienza a trabajar pintando vitrales. Concurre al Círculo de Bellas Artes de Montevideo, a la Universidad del Trabajo del Uruguay (UTU), dirigida por el pintor Guillermo Laborde. Estudia con Gilberto Bellini, con Serrano en el Taller Don Bosco y con Prevosti. Su trabajo plástico es permanente y constante a pesar que su vida está llena de internaciones en hospitales psiquiátricos y amigos que lo toman a su cargo, como Lucy, hermana del poeta José Parrilla, que fue su amigo y compañero de banco en la escuela. Cuando Lucy es desalojada, llega a un acuerdo con el Director del Hospital Vilardebó, el Dr. Cáceres, un ser humano de gran cultura y sensibilidad, para que aloje al pintor en ese centro como una manera de paliar la situación de falta de hogar de Cabrerita. Pero cuando el Dr. Cáceres deja la Dirección del Vilardebó, el nuevo director decide el traslado de Cabrerita a la Colonia Etchepare , donde vivió casi 30 años en condiciones fáciles de imaginar.
Cabrerita fue uno de los míticos personajes montevideanos que formó parte de las tertulias del Café Sorocabana junto a recordadas personalidades como Idea Vilariño, Humberto Megget, Felisberto Hernández, Carlos Maggi, José Luis "Tola" Invernizzi, etc. Participa en exposiciones individuales en la Asociación Cristiana de Jóvenes de Montevideo, en el Ateneo, en el X Salón Nacional de 1946 y en la XVI Bienal de San Pablo, Brasil, en 1981. Es premiado en el V Salón Municipal de 1944; IX Salón Nacional de 1946, y VII Salón Municipal de 1946. En sus últimos años fue un vecino más de la ciudad de Santa Lucía, Antes de morir reside con una familia de esa ciudad. Sus cuadros muestran extrañas niñas, de ojos inmóviles, de caras largas, mirada ausente, con las manos cruzadas, inmóviles, cubriendo el sexo.
Lo que no podemos saber hoy es el valor que los galeristas le hubieran adjudicado a su obra en caso de tratarse de alguien con una vida “normal”. ¿Hasta dónde las vicisitudes de un ser que trata de expresarse a través del arte inciden en la cotización de su producción? Todo hace suponer que no es lo mismo un Raúl Javiel Cabrera psíquicamente “apto”, que el “Cabrerita” que cambiaba dibujos por comida y no tenía donde vivir. Hasta el hecho de minimizar su apellido es un sello de marginalidad, y no me vengan con que es un modo afectivo de llamar a alguien porque es mentira; es la estrella que los nazis obligaban a llevar en la chaqueta del judío. “Gonzalito” no le dicen al Dr. González, sino al albañil que hace changas arreglando veredas, y tampoco conozco un arquitecto al que le llamen “Sosita”, pero sin duda alguien sabe del “Sosita” que arregla cañerías y destapa cisternas.
“Cabrerita” entonces, ya que así lo quieren, se fue a la tumba con hambre y aún sus huesos deben estar pasando frío. Mientras tanto, algún coleccionista negocia sus cuadros desde su Black Berry mientras viaja en limusina por el centro de Nueva York. No sabe lo que compró y lo tiene sin cuidado. Sólo ha hecho caso a su asesor en inversiones. Es más, posiblemente pase frente el dominicano que pinta en la esquina siguiente sin percatarse de su presencia. Primero por negro, y segundo por negro “normal”.
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