La revolución cultural de las nuevas tecnologías
Aldo Roque Difilippo
Las nuevas tecnologías en la comunicación imponen un desafío para los trabajadores, para las empresas y los gobiernos. Significan un atractivo para lectores y público en general, y un rediseño de la estructura mental y cultural para adecuarse a los cambios que ya están instalados y que muchas veces no logramos cuantificar. Internet con todas sus ofertas, la telefonía celular, la TV digital suponen repensar hacia dónde se encamina la comunicación en el mundo, y especialmente en América Latina que por sus desigualdades económicas dentro de cada sociedad, hacen que esos cambios se transformen en procesos más lentos o quizá copiando modelos que no se adecuan a su realidad o idiosincrasia. Significa un punto crucial y de quiebre para América Latina ya que implica hablar de pluralismo, de diversidad de afrontar lo diferente como un desafío y no como un inconveniente.
Hoy día cualquier individuo del planeta, teclado mediante, puede generar sus propios contenidos informativos, crear su agenda de trabajo y difundirlos. Algo impensado hace apenas una década. Esa democratización en la generación de la noticia o el hecho informativo, supone un ingobernable caudal de información circulando libremente por la red de redes, al acceso de cualquier mortal que podrá simplemente quedarse en el papel de espectador o modificarla, contrarrestarla, rebatirla, o las variantes que quiera imponerle.
No hace mucho tiempo hubiera sido un mecanismo de ciencia ficción pensar que el lector de un diario pudiera rebatir la información que recibía, increpar al medio o al periodista, y su papel quedaba relegado al de simple espectador, o en un acto de osadía mayor circunscripto a la sección “la voz de los lectores” que pocos tomaban en cuenta.
Para los periodistas ha resultado un cambio importante asumir el cuestionamiento directo y permanente de los más diversos lectores desde las redes sociales, o los portales de los propios medios de comunicación por las noticias que publican día a día. Un desafío interesante que nos ha permitido medir, en gran medida, esa cosa indefinida llamada “la opinión de la gente”, y que durante mucho tiempo se utilizó para justificar procedimientos, actitudes, posturas del medio o del periodista. Se solía decir “la gente opina tal cosa” y nadie cuestionaba eso porque “la gente” era una suerte de entelequia sin rostro, sin voz, amorfa que supuestamente opinaba de todo, que supuestamente sabía de todo, pero a la que pocos consultaban, y de la cual no había un método fidedigno para medir su opinión. Hoy, al impulso de las redes sociales, los portales de Internet, los blogs y toda la diversidad de ofertas que ofrece la actual tecnología de la comunicación, “la gente” tiene rostro, tiene opinión, tiene qué decir y lo dice. Y no solo opina diferente al comunicador sino que quedó en notoria evidencia la diversidad de espectadores, o lectores que existen. Es decir que la diversidad profundizó y amplió el espectro de la comunicación suponiendo un desafío para el comunicador que ya no esta hablando para un único espectador, ya que no está escribiendo para un único lector. Pero a su vez bajó a ese comunicador de su pedestal cuasi arrogante del lo se todo, del yo digo, yo comunico y usted escucha.
Además las nuevas tecnologías de la comunicación suponen un desafío mucho mayor para los gobiernos que ya no tienen que lidiar con la opinión pública desperdigadas en 10, 100, o 1.000 canales de información, sino en tantos millones de vehículos de información como tenga el mundo. Cualquier ciudadano, celular en mano puede hoy filmar una simple infracción de tránsito cometida por un gobernante, por poner un simple hecho, y propalarlo por los medios que quiera, y el gobernante no podrá hacer nada por frenar su difusión. Como tampoco podrá frenar los impulsos cuestionadores de la sociedad que le requiera información o cuentas de su accionar.
Dentro de todo ese fárrago están los medios de comunicación. El público, ahora también convertido en generador de noticias. Los gobiernos que generan sus propias noticias, empeñados por difundir algunas y ocultar otras. Los periodistas evaluando qué es un hecho noticioso o que no.
Mayor caudal de información no supone un público más informado. Por el contrario convierte todo en una suerte de caos donde es difícil desentrañar lo relevante de lo superfluo, lo bueno de lo malo, lo fidedigno de la falsedad más burda. Supone nuevos desafíos para periodistas y medios de comunicación en generar contenidos más que noticias, o simples primicias tan efímeras como contar pasó tal cosa sin enmarcarla en un contexto que la haga válida y relevante para convertirse en noticia. Significa producir información de calidad, en todos sus aspectos desde su confección, redacción y hasta presentación; independientemente del medio por el que se la propale. Y en eso estamos, o por lo menos pretendemos estar.
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