De como el señor
colgó de esquina a esquina un cordel con banderas de papel, y el pueblo olvidó
por una noche de fiesta quien era quien en la pequeña y lejana comarca
Ángel
Juárez Masares
Había una vez en una pequeña y lejana
comarca un Señor feudal que reinaba sobre su pueblo desde un coqueto y antiguo
palacio.
Este humilde e ignorado escriba os ha contado muchas historias
acerca de los Nobles que regían los destinos de la Casa Real , así como de
diferentes personajes de la
Aldea ubicada a orillas del gran Lago Negro. Sabrán entonces
vuesas mercedes que todo lo dicho en estas crónicas está debidamente
documentado en base a pergaminos de la época que nos atañe, y que cualquier
asociación con hombres o situaciones de vuestro conocimiento, es pura
coincidencia.
Efectuadas que hemos estas aclaraciones, procederé a relataros
algunos aspectos de una fiesta popular
que celebrábase anualmente, y que los comarcanos llamaban Carnaval.
El Señor feudal que reinaba sobre su pueblo desde un coqueto y
antiguo palacio, desvelábase para que los habitantes de la aldea tuvieran su
fiesta y fueran felices y comieran perdices durante esos días.
Os recuerdo que años atrás se había encomendado la organización de
las celebraciones al Caballero Albert De Ruy, más conocido con el nombre de un
mamífero de pelo negro y ojos casi invisibles que vive en galerías subterráneas
donde se alimenta de gusanos y larvas.
Según dicen, este noble servidor de palacio sabía mucho de estos
asuntos carnestolendos, pero esta vez el Amo decidió no convocarlo.
-¡Lo haré yo!- aseguran que dijo Madame Lurdés – tengo brillantes
ideas para que toda la comarca viva una fiesta como nunca lo ha hecho.
-¡No!... ¡Lo haré shooo!... vociferó Alex Unvago arreglándose las
alas de su disfraz de mariposa con las que pensaba volar sobre la aldea.
-¡Iré al frente en una carrosha adornada con floresh y tirada por
cuatro cabayos bayosh!
-¿Por qué no te callas?- espetóle Juan De Las Correas desde un
rincón de la Sala ,
frase que siglos después hiciera famosa el Rey Juanca (con las disculpas por la
confianza).
Sin embargo, no era un secreto para nadie que la verdadera razón de
las disputas palaciegas estaba centrada en los maravedíes que se destinarían a
los festejos, porque en realidad poco importaba la felicidad del populacho.
Pero como todo llega en esta vida, el día de la inauguración llegó,
y los aldeanos acudieron bulliciosos al gran teatro al aire libre que el Señor
ordenó levantar a orillas del gran Lago Negro. Todos se acomodaron en un gran
semicírculo bebiendo un brebaje amargo de una pequeña calabaza, y que sorbían
con una pajilla hueca (los documentos no especifican de qué se trataba esa
pócima. Sí sabemos que, yerba…no hay)
El espectáculo comenzó con unas palabras del Amo acerca de lo
necesario que era el divertimento para los pueblos, y del esfuerzo que había
hecho la Casa Real
para que la fiesta fuera para todos.
Luego actuaron unos cantores que se hacían llamar “Bendecidos por el
odio”, haciendo delirar a los circunstantes con obras de altísima factura, como
“El pompón asesino”, y otras odas creadas en noches enteras sin dormir.
Sin embargo el plato fuerte de la noche lo aportaría el elenco de
Palacio, con una obra escrita, coreografiada, musicalizada, iluminada (teas de
colores), protagonizada, y dirigida… ¡por quien va a ser!... ¡Voto a bríos
cornamenta de lucifer!... ¡por Alex Unvago!
Allí estaba en la “batea” la gente del Sin Dicato, que habían
anunciado un “paro” reclamando más monedas pero lo postergaron para el día
siguiente. En “tabla de lavar” se lucía Sir Ferdinad D´Vors, instrumento que le
había sido asignado por unanimidad en virtud de su capacidad para “limpiar” las
arcas de palacio.
Algunos de los documentos que hablan de esa noche dejan entrever que
hubo dos problemas difíciles de resolver;
el afán de protagonismo de algunos personajes palaciegos que se pelearon
en las toldadas carretas (no había camerinos, obvio) por disfrazarse de
bailarinas; y las interrupciones de Pietro “El Ralo” que insistía en subir al
escenario para gritar ¡viva la comarca!, hasta que alguien lo sacó del forro
(de su jubón… valga la aclaración).
De todos modos los aldeanos tuvieron su fiesta y fueron felices
aunque no comieran perdices (la caza de esa ave esta prohibida).
Todos retornaron a sus casas en horas de la madrugada sin romper
ningún escaparate, y cantando:
“Volvemos alegres esta noche
Cansados, descalzos y sin coche
alegres por el circo que nos dan
cansados, descalzos y sin pan”
Moraleja:
Cuidado aldeanos con la
diversión gratuita que para vosotros el Amo ha dispuesto, pues la pagaréis
multiplicada con sudor y más impuestos.
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