viernes, 24 de febrero de 2012


Origen de las murgas

Víctor Soliño

A veces uno piensa cómo la distancia deforma los hechos y cómo los historiadores, sin pretender engañar, ofrecen versiones que no corresponden a la realidad de las cosas. Estas disquisiciones tienen relación directa con el origen de las murgas, esa institución del carnaval montevideano que, aunque totalmente desvirtuada en este momento, mantiene, sin embargo, una vigencia inacabable. Yo he leído artículos referidos al origen de la murga y, aunque la mayoría se aproximan bastante a la verdad, lo cierto es que la verdad verdadera no aparece en ninguno de ellos. Lo que pasa es que los cronistas que recuerdan esa historia escriben de oídas, consultando viejos papeles o preguntando a los sobrevivientes de aquella época. Y como han pasado muchos años y la memoria a veces suele jugar una mala partida, el relato no siempre traduce fielmente los acontecimientos. Yo, en cambio, felizmente, soy un testigo presencial de los hechos, tengo buena memoria y puedo relatarlos al pie de la letra.
En 1908, en la calle Florida entre Soriano y Canelones, funcionaba el Casino que, más que teatro, era un barracón miserable. Después, cuando el Casino se trasladó a su local propio –luego Teatro Artigas, recientemente demolido-, en Andes y Colonia, el Casino viejo se trasformó en Teatro Nacional, donde actuaban principalmente, compañías de zarzuela española que, como la de Gómez Rossel y Gabina de la muela, ofrecieron temporadas exitosas. El Casino era un teatro de varietés por cuyo escenario desfilaban payasos, malabaristas, fenómenos, “chanteuses a voix” y canzonettistas de todas las categorías.
En el año 1908 se presentó un número extraordinario. Se llamaba la Murga Gaditana. Era un conjunto de cómicos andaluces –la Real Academia dice que murga significa un conjunto de músicos que toca en la puerta de las casas con la esperanza de recibir alguna recompensa- interpretaba en el escenario canciones humorísticas, de muy subido tono verde, que hacían las delicias de los espectadores. Terminado su contrato la murga partió a otros escenarios. Pero en el carnaval de ese año apareció la primera murga en nuestro país: “La murga gaditana que se va”. Era el remedo de la que había actuado en el Casino. El mismo atuendo –levitas raídas y melenas abundantes- las mismas músicas con letras adaptadas a nuestro ambiente y los mismos instrumentos: clarinetes, flautas y trompetas de papel maché con una hojilla en la embocadura que permitía un tarareo que acompañaba a los cantantes. Claro que los años lo han desvirtuado todo. Si la murga significa conjunto de músicos en decadencia ¿qué tienen que hacer en el carnaval actual esas murgas que pretenden cantar a cuatro voces , interpretan canciones con letras solemnes o se vistes de astronautas, de mosqueteros o de príncipes, cargados de plumas, de sedas y de lentejuelas?
Las letras de nuestras primeras murgas eran de una zafaduría desbordante y aunque la tolerancia policial cerraba los ojos, muchas veces más de una murga de la época desbordó esa tolerancia en tal forma que hubo de pasar en el calabozo la semana de carnaval. También la política era tema jugoso de las canciones. Recuerdo aquella murga que cantaba: “En la Cámara Frugoni/puso una peluquería/para afeitarlos en seco/a los de la mayoría”. Y el fútbol. Ahí ha quedado como monumento popular aquello de “Uruguayos campeones de América y del mundo”. Y el precio de los artículos en aquel recitado que decía: “¿Y el pan? Ese pan nuestro/ de todo nuestro aprecio./El sublime marroco/que acompaña al mate./El pan es un fenómeno,/un monstruo, un disparate./Enano en el tamaño/y gigante en el precio”.
Y aquellos cuplés con la música de “La muchacha del circo”, popular tango de Mattos, en ese momento: “traemos también la muchacha, que por una moneda nos da, un poquito de humilde belleza, y por cuatro le agrega algo más”.
Claro que todo esto hoy está perdido. La murga, como el tango, se intelectualizan. Y ya no son del pueblo. Los murguistas ahora cantan a tres voces. Pero ya no son murguistas. El tanto moderno no se puede cantar ni bailar. Por eso ya no es tango.


*Extraído de “Crónicas de los años locos”, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1997.

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