PARÍS CET MOI
Damián
Ibarguren Gauthier
“Las personas acuden a ver la Mona Lisa como a venerar una nueva aparición de
la virgen; algunos –confundidos- hasta
se persignan cuando la ven. Yo ni la mire y ella tampoco”.
Como toda ciudad grande hay de todo,
hermosas familias multirraciales y grupos que definitivamente producen
distanciamientos.


Ya está bien, suficiente, ya uno está
cansado. Al Greco que hay ahí no lo conocía, los grabados de Goya están medio
escondidos. Había ya atravesado la compleja tarea de pasar por el ala de los
italianos. Si… donde está la famosa Mona Lisa. El cuadro era mas grande de lo
que me había imaginado, pero no se por qué todos imaginan que es aún mas
grande.
Pobre Mona Lisa, en su prisión; castillo
de cristal blindado, sitiada por decenas de personas. Ella mira a lo lejos por
encima de todos. Yo ni la mire y ella tampoco.
Las personas acuden a ella como a venerar una
nueva aparición de la virgen, hasta algunos confundidos hasta se persignan
cuando la ven.

Yo no quería mas nada cuando entré a esa
sala, pues justo en el pasillo anterior, a unos pocos metros de la entrada, está
el Baco -también de Da Vinci- pintado en 1510, solito ahí en el pasillo. La
manada, sobre excitada por la proximidad de la Diosa misteriosa, ni siquiera lo ve, pasan casi
corriendo en procesión, saben que después de tener la foto de la Gioconda pueden ir a
buscar la cafetería llena de alemanes y tomarse un cafecito a 10 Euros.
Me quedé a solas ahí con el Baco, vi las pinceladitas
del maestro, el esfumado; 500 años de historia de pintura a 20 centímetros de
mis ojos. Podría tocarlo si quisiera, una gran obra de la humanidad ahí.
Después de eso, desaparece el asombro. Los maestros de todo los tiempos, héroes
y villanos de todos los libros, ídolos de mi mente, todos ahí colgando, detrás
de una multitud que no para de pasar, buscan, como yo, vaya uno saber qué cosa.
Y en esa búsqueda sin querer uno llega a
la batalla final. La sala de los grandes formatos. Ahí me abandonaron las
fuerzas, me sentí derrotado, solo con la decoración de la sala que conecta los
dos pasillos de los grandes formatos, uno cae de rodillas, pide clemencia. En
ese momento recordaba mi abandonada paleta en el taller cerrado de Ciudad
Vieja. ¿Cómo se animaron a hacer todo aquello? ¿Cómo? ¿Por qué?
Yo humilde pintor derrotado ahí en ese campo
misterioso, con aquellos cuadros colosales… Ahí fue que pensé en el pastito que
había visto por la ventana.
Huimos del segundo piso al jardín. Sin
zapatos, sentados al sol tibio, el pasto fresco, una cerveza, A ta sante….
Estaba en Paris.
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