viernes, 22 de junio de 2012




Que toda vida o pensamiento carece de porvenir (1) parece una aseveración imprudente si se tiene en cuenta que tiene como destino indeclinable la generalidad. A cambio parecen solidificarse las certezas que aún el tiempo mantiene con vida un pensamiento que ha podido hacerse camino entre las más variadas interpretaciones.
Es probable que al ciudadano le asista un cierto derecho a la perplejidad ante la oferta política colorada contemporánea, caracterizada por proponer distintas opciones enfrentadas –a veces con virulencia- que, sin embargo, se autoproclaman “batllistas”. La matriz de Don Pepe tal vez a su pesar, parece haber sido bien proficua, hay hasta batllistas fuera del Partido Colorado, y desde ella, las variaciones sobre un mismo tema han resultado tantas que no es demasiado impertinente pensar si estamos efectivamente ante un mismo tema (2), expone el historiador Gerardo Caetano.
Esta sistemática pronunciación política proclamada sin el adecuado conocimiento o convencimiento de su carácter ideológico llevó a corroer, ante la ciudadanía, en las últimas décadas del siglo pasado y en el presente, muchos de los más destacados brillos del batllismo. Es que, lamentablemente, la utilización irresponsable lleva con habitualidad a que lo extraordinario tienda a convertirse en ordinario (3).
Comprender aquella realidad desde estos años en donde en gran medida se conceptúa a los “políticos” de forma cromática y con precarias y desvirtuadas concepciones ideológicas, puede llegar a generar un alto grado de preconceptos que impidan acercarse a su obra.
A pesar de ello no caben dudas que el más joven de los uruguayos quede perplejo ante esta solemne figura, que contrariando su apariencia; una gran cabeza, de amplia frente y de robusto mentón; una nariz romana de anchas fosas como para servir pulmones de gigante; un belfo de hombre fuerte, algo oculto por el enmarañado bigote que no ha conocido la grasa pegajosa del cosmético; todo eso adornado por una canosa y desordenada melena. Tal cabeza sostenida por un cuello y unos hombros de Dantón (4), contuvo una sensibilidad admirable en medio de un entorno enmarcado en pleno proceso de trasformación.
Su generación –precedida de aquella que estuvo comprometida con la construcción de un imaginario nacionalista uruguayo- constaba de un prestigio mítico como expresión de oro (…), con su representación peculiar de transformaciones y de protesta social, de utopías y de “dandysmo” (5).
El sentir de esa generación fue precisada por Carlos Real de Azúa al afirmar que si hay que partir de un hecho –mejor dicho de un cuadro de fenómenos- este no puede ser otro que la patente, innegable debilidad que en el Uruguay del siglo XIX presentó la constelación típica del poder del continente. La hegemonía económico-social de los sectores empresarios agrocomerciales y su entrelazamiento con la Iglesia y las fuerzas armadas como factores de consenso y respaldo coactivo, respectivamente, no asumió –se decía- la misma consistencia que poseyó en casi todo el resto del área latinoamericana. En el umbral del siglo XX parecía un momento tardío para configurar esa constelación, por lo que el Uruguay se mostraba más bien abierto para recibir e interpretar el impacto de los fenómenos típicos de la política moderna que se desplegaría cómodamente durante las primeras décadas de ese siglo.
Fue entonces el momento propicio para que José Batlle y Ordoñez se constituyera como pieza fundamental de este proceso cuyas transformaciones se ramificaran hasta nuestros tiempos.
¿Quién fue entonces José Batlle y Ordóñez? Era nada menos que hijo de Lorenzo Batlle, que fue presidente de la República desde 1868 hasta 1872, en medio de una concepción tradicionalista y familiar que lo obligaba a contener una capacidad mejor o al menos igual que la de su padre. Para ello contó con una educación importante, primero en Montevideo y luego en la Sorbona parisina. De regreso fundó el diario El Día, iniciando simultáneamente su participación en el Partido Colorado. Formó parte de la revolución de Quebracho, que lo llevó al destierro. Fue diputado y luego senador, ejerciendo la Presidencia provisional de la República, dada en su calidad de Presidente del Sendado, en tanto tenían lugar las elecciones presidenciales en las que venció Juan Lindolfo Cuestas, quien venía asimismo ejerciendo provisionalmente la jefatura del Estado desde 1897.
En marzo de 1903 sucedió a Cuestas al resultar elegido presidente. Volvió a obtener el cargo en ese mismo año, después de convocar nuevos comicios tras sufrir una fallida rebelión promovida por distintos miembros del Partido Blanco. Como jefe del ejecutivo aseguró la unidad nacional acabando con diversas rebeliones departamentales, estableció la indemnización laboral y promulgó la primera ley del divorcio de Latinoamérica (1907), que reconocía los derechos de las mujeres; también creó institutos de enseñanza media en todas las capitales departamentales.
En 1911, cuatro años después de finalizar su primer mandato y ser sucedido por Claudio Williman, volvió a ser elegido presidente de la República, finalizando el mismo en 1915.
Un rápido repaso por los hechos más significativos lleva a pensar que sus días fueron años comparados con la forma de vida de un simple “cristiano”, si al menos es preciso este calificativo.
Su aparición en el plano nacional fue a partir de la prensa en donde emprendió su verdadera revolución pública.
Para comprar un diario en el siglo XIX, el lector debía suscribirse y pagar una abultada suma de dinero por anticipado. A partir de la reapertura de El Día (fundado en 1886), el régimen de encargos y suscripción despareció casi de golpe debido a dos factores: la multiplicación del tiraje y el bajo precio del ejemplar. Nacieron así los canillitas, los kioscos ganaron la calle, las plazas públicas y las estaciones, y la compra del ejemplar se convirtió pronto en un hábito más común. También el periodismo se acercó a la industria, frente a lo cual los restantes diarios debieron cargar con los desafíos de una circulación masiva y una venta callejera hasta entonces desconocida. Se procesó una transformación más notable aún en los temas sociales, económicos, ideológicos, culturales, se incorporaron a una agenda estrictamente político partidaria, forzando a los restantes partidos (al Partido Blanco y a los llamados “de ideas”) a integrar en sus páginas esa temática. Además, era la primera vez que un órgano de prensa practicaba el debate de ideas como parte de una actividad partidaria dirigida a formar opinión pública. Fue así que Batlle encontró el sector gremial constituido por inmigrantes españoles e italianos como asiduos lectores.
En ese entonces quienes escribían no eran periodistas sino políticos y relataban y opinaban como tales. El Día reafirmó y modernizó en el país un género que ya venía de antes, la prensa político partidaria, un fenómeno de larga duración en el siglo XX uruguayo (6).
Cuando en la actualidad muchos sostienen, como un hecho revelador, que la prensa es una herramienta imprescindible para democratización de la sociedad, hace más de 100 años Batlle impuso como sello este sistema que obligó de inmediato a los demás partidos políticos a transitar por esta senda que incorporaba en la agenda política la necesidad de un mensaje político, programático o social que podría ser debatido entre un creciente número de lectores. Fue así que el tiempo determinó esta característica de prensa político partidaria, a veces encubierta bajo la independencia y en otros casos ciertamente buscando informar de esa manera, intentando despegarse de esa concepción cultural. Aunque, de todos modos, resulta difícil para los comunicadores uruguayos diferenciar al elector y al lector, como así también a la sociedad apartarse de la idea de que los medios manejan la realidad a favor de su afinidad política, a pesar de contener o no elementos para sustentarlo.
En su acción política y de gobierno fue (…) culpable o causante, como se prefiera, de la modernización de los dos partidos tradicionales al haber incorporado la temática económica y social a la vida política, así como culpable o causante, él, los partidos y la sociedad que los escuchó, de ese rasgo de larga duración del siglo XX uruguayo que es la creencia en la democracia política como único medio legítimo de dirimir la contienda entre los proyectos de país que se disputan como siempre el futuro. (7)
La adhesión a un tipo de democracia liberal fue un componente distintivo de identificación nacional en una América Latina sacudida por los populismos. En este espacio histórico es que se construye para los siglos al decir de Batlle, el Palacio Legislativo; que debía ser expresión objetiva de la institucionalidad uruguaya y su firmeza.
Bajo su influjo el sistema político uruguayo pareció llegar a un clima de democracia triunfante, que sólo el golpe de Estado de 1933 desmentiría rotundamente.
En el plano ideológico el José Batlle y Ordoñez fue calificado como “obrerista”, “socialista” y “comunista” al entender de las clases conservadoras. Roberto Giudice y Efraín González en su trabajo “Batlle y el Batllismo” se permitieron aventurar que en el futuro, las fuerzas populares de otros partidos aportarán su concuerdo al esfuerzo batllista. Ya existen indicios que anuncian este hecho. En los partidos conservadores hay núcleos populares penetrados de batllismo., Podría decirse que piensan en batllista. Han asimilado las ideas batllistas. Están más cerca del batllismo que de la ideología de los grupos en que equivocadamente milita.
Si en lo porvenir, pues, los grupos de izquierda rompen las ligaduras que los sujetan –con menoscabo de sus verdaderos intereses- a la masa conservadora, será una realidad la unión de estas fuerzas con las del batllismo. (8)
Fue además un furibundo anticlerical por considerar que la religión católica “servía para nublar la conciencia del pueblo;” a tal punto que vivió junto a su compañera antes de concurrir al Registro Civil en 1894. Y también fue colorado recalcitrante y caudillo de uno de los bandos tradicionales que ametralló al otro en 1904.
El reformismo progresista caminó en sus pies logrando importantes avances (9). En medio de una compleja trama social mezclada por patricios charoles, agotadas botas jornaleras ó embarradas alpargatas, -y propiciando la difícil unidad-, trazó un camino en las políticas del “hombre” y marcó una nueva concepción del liderazgo, desplazando el facilismo encarnado en el patriarcalismo protector, caudillismo ó aventurismo político.
Sus tremendas acciones hicieron que la regla que mide la lógica humana se cumpliera nuevamente; si hay cambios, que sean pocos y cómodos.
Es así que las resistencias no tardaron en hacerse oír y sentir desde aquellos beneficiados con un arcaico sistema e incluso desde círculos cercanos a Batlle; aunque afortunadamente para el análisis, encuentra personalidades opuestas que permiten trazar con suma claridad su línea de acción y pensamiento. Luis A. de Herrera –significando esta distancia en términos de las fuerzas de organización y las fuerzas del desorden- se quejó: después de reírse mucho de aquella compostura patriarcal, según ellos, signo de atraso y de imbecilidad, empezaron a hacer y deshacer. La emprendieron con el patrimonio sagrado; pusieron a la venta todos los grandes recuerdos; despilfarraron el bendito haber, entraron a hacha en las costumbres, rompieron, con sus extravagancias, la organización social: pusieron bandera de remate en el viejo mobiliaria, por usado y por viejo; en una palabra, entraron a “redimirnos”. (10) Una sabrosa nota la dio el dictador Santos reprochándole: no haga el diablo que te dé por realizar alguno de esos sueños de revolución que no te dejan dormir, ó pesadillas que te paran esa cabellera troyana y erizan tu bigote filosófico (11).
Pero, ¿qué clase de tempestad generó este hombre admirador de la Revolución Francesa? Durante su vida se constituyó en un hombre ligado, en el acierto o en el error, a la acción; propiciando tal condición a ubicar a sus oponentes político a una categoría puramente reaccionaria.
Sus ideas –que dieron lugar a la corriente de pensamiento y acción denominada Batllismo- parieron una noción de país cuya sociedad debía ser amortiguadora, integradora, de cultura partidocrática, para así sostener la frágil prosperidad económica que caracterizaría a nuestro país en todos los tiempos.
Como lo han indagado Nahum y Barrán, el batllismo nació en el Estado, acunado en un partido político gobernante. Y eran estos, -al decir del propio Batlle-, tiempos de formación, tiempos de oportunidad para alcanzar una moderna civilización que derrotara a la moderna barbarie de las avanzadas sociales industrializadas de la época (12).
Con meridiana claridad podemos sentenciar que su presencia, dentro y fuera del gobierno, generó una revolución social, económica y cultural inigualable.
La generación de este concepto, -que años después su sobrino Luis procuró afianzar apostando a la recuperación de lo proyectado con anterioridad- implantó una forma claramente batllista de organización ciudadana que llega hasta nuestros días. Muchos han criticado esa concepción de Estado protector, al punto que se duda acerca si efectivamente esa era la verdadera visión de su promotor o si acaso la sociedad y las clases políticas que lo sucedieron amplificaron sus ideas, desproporcionándolas.
Para algunos historiadores el reformismo batllista encontraría –y en parte sería su fruto- un Estado empresario e interventor con relativa autonomía de las clases sociales, que veían en él una posibilidad de proyectar sus demandas y disimular sus vacilaciones. Desde un fondo común de liberalidad se elaboró una trama de hondos arraigos en la sociedad y la cultura del país.
Una visión foránea de nuestro país en aquel entonces redactaba –cuando este ideario estaba en marcha- que: después de haber dejado el Brasil, llegar a Uruguay es un rudo motivo de contraste. Desde aquel edén se llega a esta otra nación, donde está entablada la lucha más moderna del mundo, un experimento comparable al de Rusia, destinado a dejar exhausto al capital. Desde el jardín edénico a la utopía. (13)
En lo local se afirmó que nuestra civilización no tenía nada que envidiar al país más adelantado de Europa; al contrario, supera a muchos de ellos. Y debe ser necesariamente así; porque nosotros no tenemos prevención a los extranjeros, como pasa entre las naciones europeas, cada país considera a los otros como enemigos (14), dando muestras cabales de un proceso de transformaciones innegables.
Por más atractivo que resulte, ponerse la piel del viejo Batlle en su tiempo y espacio no resultará jamás una tarea sencilla, tal cual él mismo lo reconoce en una carta que le envía a su padre, diciendo que no ha sido camino de flores mi camino y que ya cuento algunos sacrificios por la patria.
Rodeado de una cultura, aún, con rasgos bárbaros, su forma de relaciones políticas no siempre fueron dictadas por la “modernización”. Fue así que el viernes 2 de abril de 1920 fue la cita de honor y de muerte entre el veterano vencedor de Saravia y el joven diputado nacionalista Beltrán. En el Parque Central y en el segundo tiro, se desplomó el cuerpo de Beltrán con una bala que entró por el costado derecho atravesando el pulmón con orificio de salida cera del corazón. Era viernes santo y lloviznaba. Claude C. Mallet, cónsul británico en el Uruguay, en su informe diplomático, escribió en su informe anual: “El parlamento expresó su condolencia y votó una pensión vitalicia a su viuda, los diarios locales llenaron columnas con elogios hacia el muerto, pero no hubo un signo de disgusto o condena de parte de la prensa o del pueblo de que tales cosas sucedan en una comunidad que se proclama civilizada” (15).
Sus contradicciones y ambivalencias hablan de un hombre cuya convicción era innegable, y que, indudablemente, debe ser visto, recordado y analizado como un “hombre”, para no cometer el exceso de una idealización que impida el entendimiento de sus ideas.
En el terreno de la pasión política, alguna vez sentenció: (…) conviene pues levantar otra bandera. Y esa bandera solo puede ser la de la patria, (…), la totalidad de los hombres de buena voluntad va movida por idénticos propósitos. A su sombra pueden cobijarse todas colectividades políticas sin claudicaciones de ningún género, y abandonar, por un momento siquiera, las antiguas enseñas de las dolorosas divisiones del pueblo Oriental (16-1). Aquel emblema unitario lo trasladó a todos los escalones de su proficua vida política. En la derrota partidaria declaró que la política no puede exigir de vez en cuando altos o treguas en la lucha por la justicia; así se explica nuestra aparición en el estadio de la prensa…al día siguiente de la derrota; casi confirmando que un presente de lucha, asegura el futuro (17).
Fue un soldado de la idea, que prefería romper en mil pedazos el pabellón que sintetiza nuestras aspiraciones, antes de macularlo con el polvo de una retirada vergonzosa. (16-2)
Uno de sus mayores esfuerzos políticos estuvo dado en el consejo nacional de administración en garantía contra las pretensiones dictatoriales recurrentes, desde hacía tanto tiempo en el llano.
En tiempos en donde se afianzaba su segunda presidencia, pensó que no sentía yo un gran halago si la nueva presidencia iba ser una de tantas y si el país, después de terminar mi nuevo período, había de quedar como antes.
Estudiando los mil aspectos de la vida política de países como Francia y Suiza, apuntó hacia la arcaica y vetusta constitución del Uruguay. Recordaba yo que, por nuestra Constitución de 1830, estamos constantemente expuestos a que la suerte nos depare un presidente de malas intenciones y con la suma de las facultades realmente extraordinarias que le otorga nuestra Carta Fundamental se llevase todo por delante y arrasara con todas las instituciones y sumiera al país en la más negra de las dictaduras.
La segunda presidencia fue –en forma premeditada -una incomodidad para Batlle. Lo mejor que podía hacer era librar a nuestro país de los peligros con que le amenaza constantemente nuestra Constitución, con su sistema de Poder Ejecutivo unipersonal. Pensé, primero, en el régimen de gobierno parlamentario, que considero democrático por todo sentido, y que obliga constantemente a la lucha de ideas; pero ese régimen tiene grandes inconvenientes para ser implantado en nuestro país. Por lo pronto, el régimen parlamentario necesita una cámara grande, es decir, bastante numerosa (…) La administración pública, la aplicación de las leyes, el cuidado de los múltiples intereses del Estado, exigen, necesariamente, una estabilidad más o menos prolongada (…) En cambio el régimen Colegiado iría, realmente, una mayoría de opinión más estable en el gobierno y, por lo ante, con más tiempo para gobernar. Y la fracción política que triunfase tendría que ir con su programa, que sostendría y realizaría. Y ese gobierno, que habría sido llevado por la mayor opinión del país, tendría interés en mantener su política. Nuestros enemigos han dicho que, con la reforma, se disminuiría el poder. No lo que ocurriría es que el gobierno sería contraloreado. Nuestros adversarios han perdido la chaveta, amigo.
Cuando era cuestionado acerca de que el Ejecutivo sería un Colegio donde nadie se pondría de acuerdo, argumentaba: los hombres fácilmente nos ponemos de acuerdo para hacer el bien. Cuando hacemos algo bueno hablamos claro y fuerte. Pero si tramáramos un crimen, o un delito, créame, que tartamudearíamos… (18)
Entre sus más duras luchas estuvo dado en el reformismo rural. La transformación agropecuaria se sustentaba persiguiendo el modelo de granja europea que permitiera la industrialización del producto rural en la misma unidad de trabajo y frenara así el drenaje de población que desde el alumbramiento de las estancias buscaba empleo en las ciudades. Extensión del crédito rural fomentando la innovación tecnológica. Sin embargo, la clave de esta reforma rural era para el batllismo la estructura de la propiedad de la tierra, que combinaba el latifundio ganadero y el minifundio agrícola. En una de sus editoriales de “El Día” enfatizó que el latifundio es el mayor enemigo del progreso social, es necesario poblar nuestro territorio y nunca alcanzaremos esa aspiración si no marchamos a la subdivisión de la tierra que abra horizontes promisorios a los hombres de la campaña que hoy son, por la fuerza de las cosas, peones rurales y despierte, al propio tiempo, el atractivo de la gente laboriosa de otras comarcas que desee venir a trabajar al Uruguay (19). Esta tesitura permitió organizar la oposición social, motivada por el poder económico y social de los latifundistas, y política, capaz de llevar al batllismo a su primera derrota.
A pesar del costo político, en 1925 durante la Convención Batllista, proclamó en su discurso, que la propiedad, en realidad, no debe ser de nadie, o más bien dicho, debe ser de todos; y la entidad que representa a todos es la sociedad. Podría la sociedad decirles, bueno, ahora pienso de otra manera y les quito a ustedes la tierra. No se podría hacer eso, no sería justo, la que tiene que responder de eso es la sociedad misma. Todos tienen que construir con su pequeño sacrificio a que la tierra no sea un privilegio.
Fue entonces que el batllismo fue atenuado debido que se produjo  en el desajuste entre su mensaje moderno y urbano y unas mayorías que no eran todavía muy modernas ni predominantemente urbanas; la timidez de la reforma rural. Mientras Batlle se hacía fuerte entre las clases obreras fundamentalmente urbana; la oposición apuntaba a sectores atemorizados por el inquietismo reformista.
¿Hasta donde llegan las ideas comunistas del batllismo?, se preguntaba desde el diario La Mañana y seguía: ¿Es un partido socialista? ¿Es un grupo bolshevikis? Nos parecería útil saberlo porque ello interesa grandemente a todos. Hasta podrían invocarse razones supremas de tranquilidad social. (..) Hay ya gentes que sueña con cosas horribles y hasta dormidas tiemblan de miedo ante multitudes enfurecidas que piden el reparto general. Nosotros –queremos que conste- hacemos la pregunta consultando única y exclusivamente al interés nacional y la paz de los miedosos, porque personalmente no nos afecta un reparto del que oímos hablar sonriendo, pensando con buen juicio que con algo que tenemos, y con algo que nos toque, viviremos felices y contentos (20).
En tanto que desde las clases conservadoras, incluso coloradas, se decía que el batllismo es considerado por los espíritus tolerantes, como una taza de café estimulante o tónico, siempre que se le ponga azúcar. De lo contrario, resulta inaceptable. El edulcorante que lo hace pasable, y por nuestra parte diremos hasta excelente, es el riverismo y demás fuerzas equilibrantes (21).
Como ya lo había comprobado en su juventud, la clase obrera urbana era la que más adeptos concentraba. Allí fue que planteó una nueva relación entre los trabajadores y los empleadores, estableciendo un marco de igualdad aún no instaurado en Uruguay.
Desde sectores de la dirigencia batllista se decía que las huelgas son, sencillamente, el fruto de lo mal que se paga el trabajo del obrero y de los esfuerzos que realiza aquel para conseguir que se pague mejor precio por su sudor y por su afanes. (21)
Incluso, al inicio de la segunda presidencia de Batlle, en mayo de 1911, Milton Vanger, construyó este episodio: vos, que habéis guiado el país por sendas de libertad para realizar su magnífico destino, en la conquista de los derechos universales y de justicia social; vos no podréis permanecer extraño a este movimiento, en el cual no se debaten ya los intereses y aspiraciones de una clase, sino el interés y la seguridad de todo el pueblo. La federación obrera, representación genuina de los trabajadores de la República, ha decretado la Huelga General, no como en otros países, contra el gobierno y las autoridades que han sabido mantener su neutralidad, sino contra las empresas que no han respetado las condiciones pactadas con los obreros. Batlle se aproximó al balcón, pensó por un momento y comenzó: ¡”Las leyes y el orden que estoy obligado a mantener por deber de mi cargo, no me permiten tomar una participación activa de vuestra contienda. Soy el encargado de hacer cumplir el orden y los derechos de todos los ciudadanos de la República y por lo tanto, el gobierno garantizará vuestros derechos mientras os mantengáis dentro del terreno de la legalidad. Organizaos, uníos y tratad de conquistar el mejoramiento de vuestras condiciones económicas, que podéis estar seguros que en el gobierno no tendréis nunca un enemigo, mientras respetéis el orden y las leyes.
Sujetó la democracia como bandera y allí tatuó su nombre. Su ideario habita en un acomodado vecindario de grandes hombres que aún hoy contribuyen a la construcción de un país, que lucha pero no puede dejar de ser conservador. ¿Cómo definir a un país conservador? “Conservador no es sólo aquel que conserva los bienes materiales. Conservador asimismo, y no menos peligroso, (es) aquel que por inercia, por pereza, por senectud y también por interés, transforma las ideas recibidas, que en la época del alumbramiento pudieron ser revolucionarias y fecundas, en un campo de dogmas inmutables, aquel que vive y actúa sobre un fondo intocado e intocable de axiomas. Los países, como los hombres, suelen ser más conservadores cuando tienen un pasado venturoso. Lo añoran. Es una especie de edad de oro ennoblecida y embellecida por el recuerdo. Hacia ella miran. (23) Y por ahí quedó clavada la mirada de tantos uruguayos.
En el ocaso de su vida, durante una Convención de su Partido Colorado, a modo de resumen de obra señaló que durante largos años hemos sostenido la libertad. Este árbol ha florecido al fin en numerosas ideas y reparaciones sociales (…) y vamos a hacer prevalecer para siempre esas ideas. Hablando ya de la estructura partidaria que moldeó con sus ideas, solicitó que su Partido fuera como un hombre; que aspira a ser un partido bueno, a continuar siendo; empeñado solamente en realizar el bien del país. Hemos sostenido la libertad, pero la libertad en la miseria es muy poca cosa. Es necesario que aseguremos a todos algún bien que valorice su libertad: que propendamos a que, para cada uno de los habitantes de la República, represente algo esa palabra: que sea para ellos un bien que habrá siempre que aumentar y que defender.
Y en parte sus valores recorrieron el coloradismo, y en otros no. Es verdad que los tiempos cambiaron y su Partido también. ¿Cómo se explica entonces que el Partido Colorado ya no sea valorizado por la mayoría de los uruguayos como una opción de gobierno? ¿Es este el mismo Partido que gobernó en la mayor parte de la historia uruguaya? Recorrer la obra de José Batlle y Ordoñez puede arrojar algo de luz. Mientras más se ha alejado de los ideales batllistas –no interpretaciones viciadas- más oscura ha sido la presencia de quién fue uno de los obreros más laboriosos de esta nación.
No son colorados, blancos, ni frenteamplistas; sino todo aquel que logre despreocuparse del pecado partidario -que castiga con la mecianía-, podrá encontrar con vida al batllismo uruguayo, o mejor aún oriental. Ese que confeccionó parte de nuestra identidad y cuyo tamaño entalla en el Uruguay del siglo XXI.

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Notas
(1) El mito de Sísifo. Alber Camus
(2) Historia Contemporánea del Uruguay. Gerardo Caetano-José Rilla
(3) Carlos Quijano. Frase escrita de Marcha.
(4) La Vanguardia. Entrevista Enrique Villareal. 1916 (Grandes entrevistas uruguayas/Cesar Di Candia).
(5) Historia Contemporánea del Uruguay. Gerardo Caetano-José Rilla
(6) Historia Contemporánea del Uruguay. Gerardo Caetano-José Rilla
(7) José Pedro Barrán. Brecha. 30 de mayo de 1989
(8) Roberto Giudice, Efraín González: Batlle y el Batllismo.
(9) 1903-07: proyecto de ley sobre disminución de la jornada laboral (no discutido en el Parlamento). Presidencia de Claudio Williman 1907-11: proyecto de ley sobre accidentes de trabajo (no aprobado).
Presidencia de José Batlle y Ordóñez 1911-15: proyecto de ley de jornada de 8 horas y reglamentación de trabajo de menores (aprobado en 1915 y reglamentado en 1916); proyecto de “empréstito de edificación para obreros” (no aprobado); declaración del 1° de Mayo como “Fiesta del Trabajo” (aprobado en 1916). Presidencia de Feliciano Viera 1915-19: proyecto de ley del trabajo nocturno (aprobado en 1918); proyecto que proporcionaba a cada funcionario un asiento para el desempeño de sus tareas “ley de la silla” (aprobado en 1918); proyecto de pensiones a la vejez e invalidez total (aprobado en 1919). Presidencia de Baltasar Brum 1919-23: ley de descanso semanal obligatorio, ley de indemnización por accidentes de trabajo (ambas aprobadas en 1920).
(10) Articulo de Luis A. de Herrera “Como nos arruinaron Veinte años después”.
(11) Fragmento de carta enviada por Santos en julio de 1882 (peritaje caligráfico no aseguró autenticidad). “El joven Batlle”. Publicación del Poder Legislativo.
(12) Discurso de José Batlle y Ordóñez ante la Conveción Batllista.
(13) El Uruguay es un país gobernado por locos. Declaraciones de la célebre exploradora Rosita Forbes.
(14) Luis Cincinato Bollo. Geografía de la República Oriental del Uruguay.
(15) Benjamín Nahum. MED-Montevideo, 1999.
(16 -1-2-) Editorial del diario “El Día”. 7 de julio de 1887.
(17) Frase de Ernesto “Ché” Guevara.
(18) La Vanguardia. Entrevista Enrique Villareal. 1916 (Grandes entrevistas uruguayas/Cesar Di Candia)
(19) Editorial del diario “El Día”.
(20) La Mañana, 16 de abril de 1919.
(21) Luis C. Caviglia. Estudios sobre la realidad nacional. 1916.
(22) Articulo de Domingo Arena, El Día, 16 de junio de 1905.
(23) Carlos Quijano. Los mitos y los hechos. Marcha.

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