Génesis de la pintura uruguaya
(2da. Parte)
Ese grupo de jóvenes formado por una
veintena de pintores se caracteriza –en su mayoría- por su influencia en la
llamada “escuela planista” uruguaya de los años ´20; tal es el caso de José Cúneo
y Guillermo Laborde, entre otros, aunque pocos de aquella promoción
permanecerán ajenos a esa corriente. Entre estos últimos debe destacarse a
Rafael Barradas que, emigrado a España en 1911 después de una breve trayectoria
artística en Montevideo, desarrolla en aquel país la plenitud de su arte
vinculado a las vanguardias literarias, teatrales y plásticas del ultraísmo
español, para regresar en 1929
a su país natal falleciendo pocos meses después.
El ambiente espiritual de aquel grupo de
jóvenes montevideanos es el que, en los años ´20, llevó el nombre genérico de nativismo, una corriente que proponía
explorar las fuentes de la realidad local y regional, sin renunciar a las
novedades estéticas de Europa. Su propósito era “revalorizar lo nuestro” (en la
búsqueda de un perfil raigal, identificatorio del ser nacional) desde una
mirada modernizante y “universal”. Por este motivo el paisaje –y sobre todo el
paisaje agreste, rural- se convierte en el denominador común de los pintores
uruguayos en los años ´20, teniendo como promotor desde 1914 a José Cúneo –quien
realiza sus primeros estudios en Italia, pintando al aire libre en la campiña
del norte peninsular – pero teniendo también como raro cultor desde 1920 al
Doctor Pedro Figari, figura relevante en el mundo intelectual de esa época.
Figari, que había sido desde principios
de siglo destacado abogado penalista, filósofo, pedagogo y activista político,
pinta entre Buenos Aires (1921-1925) y París (1925-1934) un interminable friso
de cartones en los que evoca escenas urbanas del Montevideo colonial y
republicano, así como escenas campestres de la región platense en el siglo XIX.
En ellos se amalgama al hombre blanco con el negro, el patricio y el esclavo,
el indio con el gaucho, en una suerte de fantasmagoría histórica para la que Figari
parece convocar con humor sus propios
sueños, recuerdos, y sensaciones de la infancia. Estos óleos, que serán una
forma ejemplar del nativismo en la pintura nacional, contarán en su época con
adeptos entusiastas, pero también con firmes detractores.
En esos años, José Cúneo, Guillermo
Laborde –que dictará clases en el Círculo de Bellas Artes- Humberto Causa,
Carmelo de Arzadun, y Petrona Viera, entre otros, llegan por distintos caminos
al ejercicio de una pintura de colores puros y estridentes, extendidos en superficies planas y recortadas entre sí,
cuya combinación generaba las figuras y los efectos de luz; por ese motivo se
llamó “pintura planista”. También otros pintores, menos ortodoxos en esta
tendencia, hicieron importantes aportes a la pintura de paisaje durante ese
período; tal es el caso de Guillermo Rodríguez, Alberto Dura, César Pesce
Castro, Andrés Etchebarne Bidart, Domingo Bazurro, entre muchos otros. Eran
años de relativa prosperidad social en los que predominaba un espíritu de
acuerdo político y asimilación de los inmigrantes, en una sociedad que se
vanagloriaba de ser tolerante e hiperintegrada. De uno u otro modo, la mayoría
de los pintores de la época vivieron
preocupados por las raíces telúricas de la nación y contribuyeron a forjar un
imaginario optimista del “ser nacional” a través del paisaje y de las
evocaciones de cultos y costumbres regionales. Los años comprendidos entre 1929
y 1933 (desde la crisis del mundo financiero internacional hasta el golpe de Estado
de Gabriel Terra en el Uruguay) definen cambios profundos en esta atmósfera
cultural halagüeña, debido al inicio de las dificultades económicas, las
convulsiones sociales, y las disidencias políticas que afectaron las relaciones
de la comunidad de intelectuales con el Estado, condicionando a su vez el tipo
de problemas formales y las preocupaciones temáticas que asumirán los artistas.
(Continúa
la próxima semana)
Fuente:
Gabriel Peluffo Linari (Breve Panorama de la Pintura uruguaya 1830-1980.
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