viernes, 12 de octubre de 2012

Cuentito medieval

En defensa del burro, y acerca de las falsedades que el hombre atribuye a tan noble bestia

 
 
 

Escriba Medieval
                                                                                                            
Amados Cofrades: como vosotros sabéis, este humilde hurgador de antiguos pergaminos no se adhiere a la idea de que todas las comparaciones son odiosas, mas bien defiende que son inevitables por la propia naturaleza humana.
Ocurre pues que uno destos días viajaba yo a una aldea cercana a lomos de mi viejo jumento, cuando de pronto se detuvo a orillas del camino para triscar unas plantas de anchas y jugosas hojas. La experiencia de años en lidiar con orejudos, hizo que echara mano a la nunca bien ponderada paciencia, y esperara a que él mismo decidiera cuando continuar la marcha, pues la terquedad forma parte de la idiosincrasia de ser burro.


Recordemos –pues nunca abunda hacerlo- que este animal  viene precedido por su fama desde la antigua Grecia -entre otros dones- por haber sido el preferido de Sileno, quien era un viejo sátiro, dios menor de la embriaguez; padre adoptivo, preceptor, y leal compañero de Dioniso, el dios del vino, al tiempo que era descrito como el más viejo, sabio y borracho de sus seguidores.
Sileno suele considerarse hijo de Hermes, como sucede con la mayoría de los sátiros, pero en otras tradiciones se le hace hijo de Pan con una ninfa, o de Pan con Gea. Pero como vosotros sabéis, nobles Cofrades, la libertad sexual de que hacían ejercicio dioses y semi-dioses del Olimpo (tan envidiada por los simples mortales), hace que la certeza de algunas paternidades fuese imposible (aún no se había descubierto el ADN).
Sileno pues, conocido era por sus excesos con el alcohol, y el amor por el vino era su pasión. Por ello solía estar siempre borracho y tenía que ser sostenido por otros sátiros o llevado en su casi inseparable burro.
De manera que –aún lanzando miradas no tan lejanas en el tiempo- tenemos al burro participando activamente en diferentes episodios de la historia humana, quizá no como protagonista, pero en un plano no menos importante. Os recuerdo que este animal con fama de sobrio, paciente, laborioso, y casi infatigable, fue quien –según las escrituras- sirvió de vehículo para la huida de Egipto de la sagrada familia, episodio que por estas regiones se celebra el el 14 de enero de cada año con La Festum Asinorum , o Fiesta del Asno, donde también se emula la entrada del Cristo a Jerusalén a lomos de un pollino.
También verdad es que el asno -tiranizado por el hombre- ha llegado a ser indócil, terco, y rencoroso, razón por la cual mas no pude hacer otra cosa que esperar a que el mío terminara con su pitanza vegetal y decidiera por él mismo continuar la marcha.
Fue entonces que pensé que el hombre es quien ha comunicado al burro todos sus vicios sin haber sabido copiar sus virtudes. En ese noble animal descargamos nuestras frustraciones, tratando de “burro” al mozalbete al que la letra no le entra ni con sangre; “burro” le decimos al lacayo de Palacio que nos cobra demás cuando pagamos nuestros impuestos reales, y “burro” le gritamos al cochero que estorba nuestro paso en las calles de la aldea.
Burro es para el hombre sinónimo de ignorancia y de torpeza en las acciones cotidianas; burro es el escribano, el médico, y el juez cuando fallan a nuestra contra, y como burro calificamos a quien arbitra en las justas deportivas populares.
Por eso hoy, queridos Cofrades, quebramos nuestra lanza por el burro. Animal que no merece cargar con humanas imbecilidades, pues ya bastante tiene con soportarnos en su lomo.
El asno viene desde el fondo de la historia. Humilde, al paso, con su peludo y mullido lomo, con su espalda ósea y fuerte como pocas, y sus pequeños cascos que pone donde el engreído caballo no lo hace.
El hombre no lo dice, pero envidia al asno. Ya lo dijo Apuleyo cuando tejió  la trama de su comedia “El asno de oro”, donde Lucio -el hombre transformado en asno-  alimenta constantemente la narración a través de lo que escucha relatar a otros personajes.
Por eso y varias páginas mas de argumentos a favor del burro, os pido muy humildemente que cuando os crucéis con uno dellos en vuestro camino, veáis en lo profundo de sus ojos la sabiduría que allí se aloja, pero sobre todo, que prestéis atención a su rebuzno. Descubriréis que en realidad, el asno se ríe de nosotros.
 
 
Moraleja:
                Antes de denostar al burro por ser burro, de mal talante, terco y orejudo, debería el Hombre verse en un espejo que lo muestre tal cuál es, a cuatro patas y desnudo.
 

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